Sábado. 24 de Julio de 1813.
27º día de Sitio.
Lord Wellington está cansado. A sus Ayudantes les resulta sorprendente que esta mañana le costase salir de la cama. Es natural, comenta Larpent, al pasar gran parte del día a caballo entre el Cuartel General de Lesaca y los frentes más conflictivos.
En San Sebastián los observadores británicos enseguida localizaron las piezas de artillería francesas. Sus posiciones se transmitieron con celeridad a las baterías, que modifican sus objetivos. Estos son:
La Batería de brecha seguirá disparando contra la violación principal, destruyendo cualquier trabajo realizado por los defensores amparados por la oscuridad de la noche. Las barricadas y traviesas observadas sobre la abertura son desmontadas, y los franceses que se mueven entre las ruinas sufrirán mucho. Sir Richard Fletcher ordena aumentar la intensidad de fuego sobre el semi bastión de Santiago y sobre la torre de Hornos, así como ampliar lo más posible la última de las brechas. El fuego de las baterías de obuses se centra en hostigar las posiciones defensivas existentes tras los dañados muros de la plaza.
Antes del amanecer la paralela y las trincheras de sus ramales son ocupadas por las tropas que van a atacar. Aproximadamente unos 2000 hombres forman una línea roja. Al principio se creía que el asalto se ordenaría inmediatamente después del amanecer, para que la oscuridad no impidiese la orientación de las tropas británicas.
Las casas inmediatamente situadas tras las brechas, a consecuencia de los disparos de artillería efectuados durante el día anterior y la noche comienzan a arder. Los defensores tratan de apagarlas, pero solamente logran que no se extienda hacia el resto de la ciudad. La visión tuvo que ser dantesca. Una noche oscura, iluminada la escena por el rojo del fuego. Chispas y columnas de humo subiendo hacia el cielo. Tronar de cañones.
Ante la posibilidad de que el fuego impidiese el poder entrar en la ciudad, a modo de muro infranqueable, los mandos retrasan nuevamente el ataque. En un primer momento, desde las baterías de las dunas se observa que las líneas rojas permanecen inmóviles en sus posiciones. Se cree que la orden se retrasará hasta las cuatro de la tarde, cuando las llamas hayan disminuido. No podemos imaginarnos la tensión de los soldados. Sus miedos. Sus rezos. El ambiente tenía que ser aplastante, extenuante. Incluso durante un momento formaron fuera de las trincheras para comenzar el avance, para retroceder nuevamente al amparo de las mismas.
Tras esa larga, interminable y angustiosa espera, la orden de atacar se pospone definitivamente hasta el día siguiente. Los mandos consideran muy escaso el margen de dos horas de luz que resta a la jornada.
Durante este período de tiempo, las artillería comienza a abrir una nueva brecha entre el semi bastión de Santiago y la torre de Hornos. Sería la brecha más próxima a las líneas aliadas. Hay rumores en las baterías del otro lado del Urumea que ha sido el propio Mayor General Oswald el que ha sugerido que se retrase el asalto.
En total los franceses disponían aún de unas 14 bocas de fuego en la plaza. Se municionaron las de los flancos de la cortina con proyectiles de carga hueca, porque justo por delante de estas piezas tendrían que pasar las columnas atacantes. Detrás de la brecha, en los edificios que todavía quedaban en pie, se procedió a aspillerarlos y ocuparlos con expertos tiradores. Los franceses tuvieron que retirar gran parte de sus municiones instantes antes del ataque, al encontrarse estas muy expuestas al nutrido fuego artillero aliado.
La distribución de las tropas defensoras para repeler el ataque fue la siguiente:
Un primer contingente a las órdenes del Coronel De Songeon ocupó la segunda brecha abierta y las zonas colindantes de la muralla de la Zurriola. Este tenía a sus órdenes al Teniente de Ingenieros Goblet.
- Cinco compañías del 22º al mando del Teniente de Batallón De Sally defendería la izquierda de la brecha pequeña.
- Una compañía de Cazadores de Montaña entre ambas brechas.
- La 9ª compañía de Zapadores a las órdenes del Capitán Bidon tras la brecha pequeña.
- Una compañía del 62º mandada por el Teniente Cussin sobre el camino de ronda de la muralla de la Zurriola.
- En reserva 250 hombres del 1º y del 119º de Línea a las órdenes del Jefe de Batallón Cramail.
Otro grupo, bajo el mando del Coronel Sentuary se desplegó a la derecha de De Songeon, encargándose de la protección de todo el Frente de Tierra. Contaba como ayudante al capitán de ingenieros Saint - George.
Un Batallón del 34º, al mando del Jefe de Batallón Thomas cubre la cortina y el Baluarte de Santiago.
- 400 hombres del 62º mandados por el Jefe de Batallón Blanchard en el hornabeque.
- Un destacamento de zapadores en la falsa braga y camino cubierto.
- De reserva dos compañías de Cazadores de Montaña y una del 22º de Línea.
El General Rey, personalmente, se encargaría de la defensa de la brecha principal con el tercer contingente. teniendo como ayuda al comandante de ingenieros Gillet. Este se componía de:
- Granaderos y fusileros de los regimientos 22º, 34º y 62º.
- La reserva la constituyen 2 compañías de Cazadores Montaña a las órdenes de Luppé.
La única reserva con que contaban los defensores, distribuida entre el Castillo y el monte Urgull, consistía en 300 hombres del 1º de Línea, bajo el mando del Capitán Pavy. Estos estaban muy pendientes de un temido ataque por la falda norte del monte Urgull. Es decir, sospechaban que los aliados intentaran un desembarco, que haría peligrar la retaguardia de los franceses.
La artillería francesa estaba mandada por:
- Los capitanes Fallon y Hugon con las piezas existentes en el castillo.
- El capitán Daguereaud dirigiría las bocas de fuego de la cortina principal del Frentede Tierra y del Cubo Imperial.
- El Teniente Mallet las del hornabeque.
- El Capitán Duhamel las preparadas para la defensa directa de las brechas.
Las tropas atacantes reunieron aproximadamente unos 2.000 hombres de la 5ª División del General Oswald en las trincheras, preparados para lanzarse al ataque. Este contingente atacaría en dos columnas que estaban compuestas por:
1ª columna:
- 3º batallón del 1º de Línea de Escoceses Reales (Royal Scots) al mando del Mayor Frazer, que iría directamente hacia la gran brecha. Con ellos iría el teniente de ingenieros Jones. Su objetivo era la brecha principal.
- Un grupo de voluntarios, especialmente escogido, se situó en medio de los escoceses a las órdenes del Teniente Campbell, perteneciente al 9º Regimiento.Este destacamento de élite, acompañado por el Teniente de Ingenieros Machel, contaba con hombres provistos de escaleras, cuya misión era hacer más practicable la brecha. Una vez apoderados de la brecha, tendrían que moverse por encima de la cortina, limpiándola de los defensores que encontrasen.
2ª columna:
- 1º Batallón del regimiento 38º mandado por el Coronel Grenville, cuyo objetivo era la brecha más pequeña, que a su vez era la más alejada.
- 1º Batallón del 9º Regimiento al mando del Coronel Cameron, se encargaría de apoyar a los atacantes de esta segunda brecha.
- Otro grupo compuesto por un destacamento del 8º de Cazadores portugueses de la Brigada Spry, atacaría el hornabeque desde la paralela.
- Un destacamento de fusileros portugueses, situado en las trincheras que partían desde la paralela, a tan sólo 60 metros de las murallas, tenía como misión silenciar a los tiradores franceses del baluarte de Santiago.
La "Forlorn Hope", los "sin esperanza", estaría compuesta por una veintena de voluntarios de la compañía ligera del 9º de Infantería de Línea, al mando del Teniente Colin Campbell, ya repuesto de la herida sufrida en el asalto a San Bartolomé. Se les unió el Teniente Harry Jones, de los ingenieros, que se ofreció para servirles como guía hacia la brecha.
En las baterías situadas en las dunas del Chofre, separadas de la plaza por el Urumea, destacaba por su alegría y buen humor la manejada por los marineros de la escuadra de bloqueo, cedidos por Sir George Collier. Nuestro Teniente Coronel Fraser, en multitud de ocasiones, ya les había llamado la atención por la falta de cuidados que mostraban ante el fuego de las piezas enemigas. Uno de estos marineros era un muchacho de quince años, todavía un niño. Todos sus compañeros le querían y apreciaban. Era alegre y guapo. Pese al ambiente de jovialidad imperante, sus compañeros no querían que les acompañara a la batería, conscientes de los peligros que este tipo de trabajo acarreaba, inventando cualquier escusa para mantenerlo ocupado lo más distante de la posición.
En este momento, justo antes del asalto programado para el día siguiente, las bajas entre las tropas aliadas que asediaban la ciudad de San Sebastián eran, aproximadamente, las siguientes:
- 3 Oficiales y 73 soldados muertos.
- 13 Oficiales y 288 soldados heridos.
Seguidamente os presento un resumen de la larga vida miitar de Sir Collin Campbell, uno de los máximos protagonistas de este primer ataque a las brechas. (Clicad las páginas para desplegarlas)
Domingo. 25 de Julio de 1813.
28º día de Sitio.
Justo antes del ataque, en medio de la noche, nuestro Teniente Coronel Fraser se encuentra en una de las baterías controlando el fuego que se está realizando contra las brechas y las defensas que los franceses están tratando de improvisar continuamente. De repente una enorme explosión interrumpe la cotidianeidad del trabajo. Todo se vuelve silencioso. Dejemos a Fraser que nos lo explique personalmente.
No se habían repuesto de aún de este percance, cuando entraron en la batería de Fraser Sir George Collier, que mandaba la escuadra de bloqueo, con el Capitán Taylor, de la H.M.S. "Sparrow". Su intención era la de ser testigos del ataque, pero no habían pasado más que unos pocos minutos cuando un nuevo proyectil golpeó fuertemente a Taylor, ocasionándole un profundo corte en la cabeza y la fractura de una pierna. Lamentablemente para él, esta le será amputada al día siguiente.
La distancia a recorrer entre las trincheras y las brechas era aproximadamente de unos 300 metros, a través de una superficie dominada por las fortificaciones del hornabeque y del bastión de Santiago en el frente de tierra, y por el bastión de San Telmo, casi en la falda del monte. El terreno por el que se desarrollaría el ataque era muy resbaladizo como consecuencia de los musgos existentes en las rocas marinas, afloradas en la baja mar, y lleno de pequeñas lagunas y estanques que dificultarían notablemente la realización de las maniobras de manera ordenada y conjuntada.
Los muros del baluarte de Santiago estaban seriamente dañados, pero mantenían la fortificación en activo. Lo mismo pasaba con las torres de Hornos y de Amézqueta, que aunque se encontraban muy afectadas, estaban lejos de ser ruinas. Estos centros estratégicos fueron guarnecidos con fusileros y tropas de élite, hecho que aumentaría las dificultades del ataque aliado.
Gómez de Arteche recoge en su libro el momento de la siguiente manera:
"Las condiciones, pues, en que iban a atacar los ingleses eran malas, muy desventajosas, con la fatal circunstancia también de que el fuego de las baterías del Chofre, dirigido a mantener practicable la brecha y despejado el muro, sería de seguro incierto y acabaría por ofender a los asaltantes.
Es difícil poner en peores condiciones, a unas tropas no poco disgustadas ya con las órdenes y contraórdenes que recibieron durante su permanencia en las trincheras, y todo por las vacilaciones de su jefe, pudiéramos decir accidental, y la inobservancia de cuanto había dispuesto y recomendado su prestigioso generalísimo".
Los ingleses contaban con que la explosión de la mina, preparada en el conducto del viejo acueducto, al tomar a los franceses por sorpresa, haría que estos abandonaran las fortificaciones cercanas al río, apoderándose de ellas los aliados, una vez tomada fácilmente la desguarnecida brecha. Se contaba con que la marcha de la columna de ataque sería sangrienta, ya que sufriría a la vez del fuego del enemigo, el fuego de su propia artillería, sobre todo en la cabeza de la columna, como consecuencia de la orden de que esta no cejase en su objetivo de barrer los restos de las improvisadas defensas francesas. Pero una cosa es lo que se planea y otra bien distinta lo que sucede. Analicemos los sangrientos sucesos que se produjeron en este ataque.
A las 5 de la mañana, aprovechando la baja mar, empezó el ataque.
El recorrido de los primeros 250 metros no fue del todo penoso, ya que la explosión de la mina preparada en el acueducto, a pesar de no producir los destrozos deseados, descolocó a los defensores durante algún tiempo. Muchos llegaron a abandonar el hornabeque aterrorizados. Una lluvia de cascotes y escombros se desparramó por toda la superficie de las fortificaciones del frente de tierra. El estruendo fue enorme. Los defensores no esperaban esta detonación.
Las columnas atacantes avanzaron lo más pegadas posible a los muros de las fortificaciones para evitar el fuego que salía desde sus troneras. A lo largo de su recorrido, se vieron molestados principalmente por el lanzamiento de granadas, piedras y maderos sobre sus cabezas. En cuanto algún grupo se separaba unos metros de los muros, rápidamente era diezmado por el fuego de fusilería y metralla. El día aún no había despertado, por lo que todos estos sucesos ocurrían en medio de una oscura y cerrada noche.
La salida ya fue complicada desde el primer momento. No había suficiente terreno como para ordenar correctamente la formación de la columna, por lo que esta avanzó sin completarse completamente. Desde el primer momento, el asalto se convirtió en una carrera de multitudes hacia sus objetivos.
La Forlow Hope llegó a la brecha, y detrás de ellos el Coronel Peter Fraser con algunos de sus hombres, ya que la mayor parte de ellos se habían detenido en su camino, abriendo fuego contra una parte de la muralla que habían confundido como parte de la brecha, a consecuencia de la oscuridad reinante. Este grupo ocasionó un tapón en medio del recorrido, que carente de líderes y objetivos reales, no hacía sino obstaculizar el avance de los restantes efectivos.
Los Tenientes Campbell y Jones, con un grupo de valientes subieron a lo alto de la brecha principal. Una vez en su cima, descubrieron que no podían seguir avanzando, ya que tras el terraplén de escombros, cualquier acceso se encontraba cortado por una caída de casi diez metros de altura (los cálculos de esta altura varían de unos autores a otros, entre los cuatro metros a los diez. Personalmente el cálculo a la baja no me parece acertado, al no representar un "fabuloso" obstáculo al avance de las tropas). Los defensores habían limpiado la contraescarpa, logrando un desnivel casi infranqueable, no menor de seis metros de altura. Las casas que habían estado pegadas a los lienzos habían desparecido, y sus solares estaban llenos de estorbos, muebles rotos y demás accesorios que impedían el rápido avance de cualquier grupo atacante. Tras este espacio concebido para facilitar el trabajo a la muerte, una segunda línea defensiva compuesta por las fachadas de las casas y las barricadas que taponaban las calles que nacían entre sus muros, cerraba el conjunto, lleno de aberturas y resquicios que permitían realizar un devastador fuego de fusilería.
El Coronel Frazer avanzó con algunos hombres por el lateral de la brecha, hasta que las casas en llamas y las columnas de humo impidieron su paso. Su fuerte grito de "Síganme muchachos" se escuchó claramente, tal y como nos relata Richard Henegan en su obra, sobre el ensordecedor ruido que lo envolvía todo. Allí encontró la muerte. Greville, Cameron y el Teniente Campbell intentaron por todos los medios reorganizar a los hombres, ayudados por otros oficiales, lográndolo en algunos momentos. Campbell llegó a subir a la parte superior de la brecha en dos ocasiones, mostrando el camino a sus compañeros. En ambas ocasiones resultó herido.
El fuego de los defensores era abrumador. Los grupos que lograban llegar a lo alto de las violaciones eran rápidamente diezmados por los proyectiles. A ambos lados de la brecha, las dos torres que la flanquean, la de Hornos y la de Amézqueta, siguen estando algo elevadas, lo que hace de ellas privilegiadas posiciones para los tiradores de élite franceses. Los escombros y restos de la muralla comienzan a cubrirse de casacas rojas agonizantes o muertos, alcanzados por los disparos.
La confusión imperaba por todos lados. Las casas humeantes dificultaban aún más la visión de los atacantes. Algunas seguían aún en llamas. Desde la batería de 10 cañones del Chofre se disparaba contra los objetivos defensivos enemigos, cuando una de sus granadas impactó en la fachada ardiente de una de estas casas, derrumbándola sobre una compañía de soldados británicos. Este acontecimiento que hoy en día calificaríamos de "efectos del fuego amigo", es relatado por John Douglas, sargento del 3º Batallón del 1º de los Royal Scots.
Gleig nos relata otro de los momentos más tensos del ataque:
"Un súbito grito de "retirada, retirada" surgió en el preciso momento en que la primera compañía había ganado la cima de la muralla; cundió rápidamente el grito por toda la columna en el preciso momento en que unas casas que estaban pegantes al muro empezaron a arder, y todo fue confusión y desmayo. Los que estaban ya sobre la brecha se volvieron, chocando contra los que subían, que perdieron pie y muchos cayeron. El enemigo, envió una tremenda rociada de metralla, balerío y granadas, con todo lo cual la columna rápidamente perdió orden y concierto. Empezó, más que una retirada, una fuga por todo lo alto, y suerte tuvo el que pudo volver a cruzar el Urumea y escapar de la destrucción al abrigo de las trincheras".
Mientras tanto, la parte principal de las columnas atacantes permanecía inmóvil en medio del camino de acceso a las brechas, expuesta a un demoledor fuego de fusilería y de metralla. La cohesión de los hombres que formaban este grupo estaba destruida entre la confusión, los gritos y la muerte. Todo empeoró al mezclarse con los que huían presa del pánico.
Desde las baterías la visión era muy confusa. Según nos cuenta el Teniente Coronel Fraser, en un primer momento pensaron que solamente se trataba de un ataque simulado, pero cuando el humo empezó a disiparse y los primeros rayos de luz iluminaron la escena, se dieron cuenta del drama que realmente había sucedido tras el telón de la noche. Las baterías habían sido preparadas para abrir fuego contra diversos objetivos incluso en medio del asalto, pero la falta de visión impidió que estas pudiesen operar, por lo que no efectuaron disparos de manera organizada por temor a herir a sus compañeros.
Los portugueses, a quienes se había encomendado la misión de tomar el hornabeque, tampoco consiguieron sus objetivos, teniendo que retirarse tras recibir un duro castigo. Los efectos destructores de la mina no fueron los planeados, como ya hemos detallado, y estas tropas no contaban con que necesitarían llevar en su ataque escalas. Al no haber caído la pared de la fortificación, tuvieron que intentar escalar los muros, hecho que requería mucho tiempo, dando la posibilidad a los defensores franceses para organizar la defensa.
Pero para ilustrar de la mejor forma posible este suceso, lo mejor es que leamos a uno de sus principales protagonistas, el Teniente Campbell, cuyo relato está recogido en la obra de W.H. Fitchett "Fights for the Flag", publicada en Londres en 1898.
"Estaba oscuro, como usted sabe, cuando se dio la orden de avanzar. Todos, antes que yo, fueron de buena gana hacia delante, pero de manera muy desordenada, desde el primer momento, a partir de la formación previa al ataque, que se extendía por toda la longitud de la paralela en un frente de a cuatro. La paralela tenía capacidad para albergarlos en su interior, pero no era lo suficientemente ancha para que las tropas mantuvieran esta formación en el avance. Así, la salida desde la boca de la trinchera, hecha en la paralela, no era tan amplia como ésta, dejando salir solamente de dos en dos o de tres. El espacio que teníamos que recorrer entre esta salida y la brecha era de unas 300 yardas, y era muy irregular y quebrada a consecuencia de los grandes trozos de rocas que la marea baja había dejado húmedas y extremadamente resbaladizas, suficientes por sí mismas para haber aflojado y desordenado una formación compacta desde su origen, que junto al pesado e ininterrumpido fuego que se nos oponía, aumentó las dificultades para nuestro avance, que se parecía más al de hombres individualmente, que al de un cuerpo de ejército bien organizado y disciplinado.
Al llegar a unos treinta o cuarenta metros de la pared principal del bastión de la izquierda (se refiere al bastión de Santiago) hice una comprobación. No parecía haber más que un grupo de aproximadamente unos 200 hombres justo ante mí, y frente a la pared de esta fortificación, los de vanguardia de nuestro cuerpo devolvían el fuego que dirigían contra ellos desde el muro, en el que los barrieron en gran número, lo mismo que contra una trinchera que el enemigo había puesto a través del foso principal, retirándose una o dos yardas de la boca del mismo. Observé al mismo tiempo una gran intensidad de disparos en la brecha, y como la parte más grande de su parte derecha parecía estar tomada, como he descrito, frente al semi-bastión, era muy evidente que aquellos que habían entrado más allá de la brecha no debían de ser pocos en cuanto a su número, y a pesar de la resistencia que encontraron era evidente que ellos también eran imparables. Me esforcé con el jefe de mi destacamento en apoyarles, urgiendo a algunos de nuestros oficiales en intentar conseguir impulsar de nuevo nuestro grupo paralizado. Estos habían comenzado a disparar, y no había manera de moverlos. Por esto, le propuse al Teniente Clarke, que se encontraba al mando de una compañía ligera de los Royal, que dirigiera a ese grupo hacia la entrada de la derecha, con la esperanza de que, al ver cómo los sobrepasaban, posiblemente dejasen de disparar y les siguiesen. Nada más haberle hecho esta propuesta, este excelente joven fue muerto, lo mismo que muchos de mi unidad (9º de Infantería), y muchos de la compañía ligera de los Royal, que murieron o fueron heridos. Pasaron entre los pocos que quedaban de mi gente, la mayoría de ellos eran de la compañía ligera de los Royal, y algunos podrían haber llegado lejos, pero el grueso se detuvo. Su detención allí (frente al bastión), formó una especie de tapón entre las trincheras y la brecha, que los hombres ya conocían en su camino de vuelta (...) al llegar a la brecha, observé toda la parte inferior densamente sembrada de muertos y heridos. Había esparcidos algunos oficiales y hombres sueltos frente a la cara de la brecha, pero nada más. Estos se fueron animando, y valientemente se enfrentaban al denso y destructivo fuego dirigido contra ellos desde la torre redonda y otras defensas que había a cada flanco de la brecha, así como a una profusión de granadas de mano que estaban constantemente rodando hacia abajo. Subiendo, adelanté a Jones, de los Ingenieros, que había resultado herido, y al llegar a la cumbre recibí un disparo en la cadera derecha, y caí a la parte baja. La brecha, aunque muy accesible, era muy empinada, especialmente hacia la parte superior, de modo que todos los que eran alcanzados en la parte superior de la misma rodaban, como en mi caso hasta la parte más baja. Me di cuenta, al levantarme, que no estaba incapacitado para moverme, y al ver a dos oficiales de los Royal, que estaban intentando llevar a algunos de sus hombres por debajo de la línea de la pared cercana a la brecha, fui a ayudarles, y de nuevo subí a la brecha con ellos, cuando me dispararon en la parte interior del muslo izquierdo.
En el momento en que recibí mi segunda herida, el Capitán Arguimbeau, de los Royal, llegó cerca de la parte inferior de la brecha, trayendo con él unos ochenta o noventa hombres, animándolos y alentándolos a avanzar de manera muy valiente por todos los pasos que se ofrecían. Su avance era obstaculizado por la explosión de muchas granadas de mano que se dejaban caer sobre ellos desde el parte superior de la muralla. Los heridos se retiraban por medio de la línea de su avance (el espacio estrecho entre el río y la parte inferior de la muralla). Viendo, sin embargo, que los esfuerzos anteriores que se habían hecho, habían sido inútiles, y que no había ningún grupo de hombres cerca de ellos para apoyarles, y que todas las defensas y los alrededores de la brecha permanecían totalmente ocupados por el enemigo y a pleno fuego, y comprobando que se encontraban en total inferioridad, se desanimaron ante tales circunstancias. Imposibilitados para forzar su camino contra tanta oposición, ordenó a su unidad la retirada, y recibió, justo cuando hablaba conmigo, un disparo que le rompió el brazo.
Volví con él y su unidad, y en mi camino me vi mezclado con el 38º, cuyo avance se vio interrumpido por los heridos y los otros compañeros de los Royal que retrocedían.”
Ante el fracaso del ataque, las baterías aliadas reanudaron su mortífero fuego. Fue en este momento cuando el Teniente Coronel Fraser vio desde su batería como se asomaban varias figuras a lo alto de la brecha. Los proyectiles impactaban alrededor de ellos, con grave riesgo para sus vidas.
Cuando la luz de la mañana aumentó su intensidad, el contorno de la figura se hizo claramente perceptible, y el coronel Frazer pudo distinguir que se trataba de un oficial francés, que agitaba su espada, lanzando señales a las baterías inglesas. La singularidad de la circunstancia motivó que el Coronel Frazer detuviera inmediatamente el fuego de la batería, acción que fue inmediatamente correspondida desde la plaza, y un oficial fue enviado rápidamente para recibir una explicación de lo acontecido, amparado en la seguridad que se le ofrecía, al seguir en su posición el oficial francés con su espada apuntando a la tierra.
El fuego de las baterías aliadas estaba causando una gran mortandad entre los muchos heridos que seguían esparcidos por el camino utilizado en el ataque de las columnas, y en el terraplén de la brecha. Las explosiones estaban aumentando su sufrimiento enormemente, lo mismo que la visión de cómo la marea estaba subiendo amenazando con ahogar a muchos de ellos. El oficial francés no pudo soportar más esta situación, y arriesgando su propia vida, logró que los cañones enemigos callaran y se pactase un alto el fuego entre los dos bandos.
Inmediatamente saltaron hombres desde las trincheras y desde las brechas a socorrer a los heridos de ambos bandos y consolar a los moribundos. Desde las baterías se apreciaba claramente cómo eran retirados varios de sus compañeros hacia las líneas amigas, como es el caso del Teniente de Ingenieros Lewis, que era ayudado a regresar por dos sargentos y un zapador con una pierna menos, que un proyectil le había arrancado a la altura de la rodilla. Los heridos atendidos por los franceses, quienes no permitieron que los ingleses se encaramaran a la brecha por motivos de seguridad, fueron llevados al interior de la ciudad como prisioneros de guerra. Este fue el caso del Teniente de Ingenieros Jones, que había formado parte de la "Forlow Hope", y que había quedado herido en la parte superior de la brecha, sin poder regresar, por lo que fue transportado por cuatro granaderos franceses hacia el interior de la muralla.
Los prisioneros británicos heridos fueron concentrados en la iglesia de San Vicente, habilitada como hospital. Allí fueron atendidos entre otros donostiarras voluntarios por el párroco Don León Luis de Gainza, quienes les facilitaron ropas, camas, vino y el afamado y reconfortante chocolate que se consumía en esta ciudad.
Las pérdidas de los británicos, señaladas en la obra de Jones, se calcula que fueron las siguientes:
- 8 oficiales y 121 soldados rasos muertos.
- 30 oficiales y 142 soldados heridos.
- 6 oficiales y 118 soldados hechos prisioneros.
Entre los oficiales heridos, estaban los Tenientes Coroneles Hill y Williams, y el Major Snodgrass, al servicio de las tropas portuguesas, y el Mayor Excmo. J. Stanhope.
De los ingenieros, además de teniente Jones, herido y hecho prisionero en la brecha, el teniente Machell fue muerto, y Sir R. Fletcher, el capitán Lewis, y el Teniente Reid, gravemente heridos.
En las tres páginas desplegables que vienen a continuación, aparecen unos resumenes de las biografías de tres de los protagonistas de este ataque.
En cuanto a las tropas del Imperio Francés, sus bajas fueron mínimas si las comparamos con las de los aliados. Estas se cifran en 18 muertos y 49 heridos. Dos buenos oficiales se contaban entre los muertos caídos en la defensa de la brecha. Eran el Comandante Desailly, del 22º, y el Capitán Bidou (o Bidon según otras fuentes).
Muchas veces me he preguntado cómo vivió desde el Cuartel General de Lesaca los momentos del asalto Lord Wellington. Larpent nos proporciona la siguiente escena:
Vi que estaba muy inquieto ayer, cuando fui con él por lo de los dos pobres hombres que van a ser colgados por robar la tienda del señor Aylmer, y hoy salió al patio de la iglesia, donde estábamos escuchando las campanadas de las ocho en el reloj, y a juzgar por el ruido de los cañones de nuestras baterías, intuimos que estas habían dejado de disparar. Él lo habría dirigido personalmente, como siempre, pero parecía querer dejar a Graham, y no interferir directamente. A las once de esta mañana, sin embargo, llegó el coronel Burgh, con el relato de nuestro fallido intento, diciéndonos que nuestro grupo de ataque (que consistía también de Ingleses, creo que de la 9 ª y 38 ª) se acercó a la brecha se volvió, y escapó. Esto desalentó terriblemente a nuestros compañeros que estaban a sus lados, y alentó al enemigo. Lord Wellington ordenó preparar su caballo, y me han dicho que va para allí inmediatamente.
Lord Wellington se desplazó urgentemente, desde su cuartel general de Lesaca hasta San Sebastián, donde llegó a las doce del mediodía, permaneciendo hasta las cuatro de la tarde. La nota traída por el Coronel Burgh una hora antes, enviada por Graham, contenía el siguiente mensaje:
"Abiertas y practicables dos brechas en San Sebastián el 24 de Julio, se dieron las órdenes para atacarlas en la mañana del 25, y tengo lamento manifestaros que ha fracasado el intento de obtener la posesión de la plaza y que han sido de consideración nuestras pérdidas".
Wellington calificó este desastre en un posterior despacho fechado el 23 de Agosto como el peor suceso que habían tenido las tropas bajo su mando.
De no ser por la carencia de municiones y pólvora, Wellington hubiera ordenado un nuevo e inmediato ataque. Su enfado era inmenso. Encargó a Burgoyne, sustituto del herido Fletcher, la elaboración de un proyecto de ataque al Frente de Tierra de la ciudad.
Wellington dejó escrito en sus memorias que las operaciones militares que se iban a desarrollar en la frontera con Francia, obligaron a convertir el asedio en un simple bloqueo. El Mariscal Soult había iniciado una nueva ofensiva, para liberar las ciudades de San Sebastián y Pamplona de sus respectivos asedios. Por ello ordena desmontar todas las piezas de las baterías para evitar que cayesen en manos francesas en caso de no poder contenerlos en la frontera del Bidasoa, dejando únicamente dos cañones de 24 pulgadas de la batería de brecha y dos howitzers de 8 pulgadas de la número 11, la del alto de Ulía.
Lamiraux critica el plan de ataque principalmente por dos detalles. El primero es que era un peligroso error hacer avanzar las columnas por el flanco del hornabeque, cuya prevista neutralización no estaba asegurada a pesar de la mina preparada, y en segundo lugar, la decisión de dar el asalto en medio de la oscuridad previa al amanecer, es decir, cuando las baterías del Chofre no podían rectificar el tiro.
Burgoyne en sus memoria critica abiertamente la táctica empleada, ya que consideraba del todo necesario tomar, antes de cualquier ataque, el control del hornabeque de San Carlos. Esta postura es totalmente correcta, porque esta fortificación había castigado durísimamente los flancos de la columna atacante. Otros historiadores se limitaron a buscar causas más puntuales, como un adelanto en el momento en que se explosionó la mina, falta de celo al atacar, etc. Por supuesto, creemos que las más acertadas son las de J.F. Burgoyne.
"Hubiéramos debido empezar en la orilla derecha sólo con baterías de enfilada contra las defensas y tirar con ellas sólo, hasta que la paralela de la izquierda estuviese casi terminada, y aún dirigidos algunos aproches hacia el hornabeque; entonces se hubieran completado las baterías de brecha rápida y el asalto se realizaría inmediatamente que fuesen practicables".
El Teniente General Sir Thomas Graham elabora el siguiente informe oficial sobre la derrota del día 25 de Julio. (Clica en las páginas desplegables)
Podemos leer que el joven Teniente Albert Goblet y su compañero Saint-George se han distinguido en la defensa de la ciudad. Ambos han salido ilesos de la acción.
El número de bajas exactas sufridas por los aliados es difícil de precisar. Las cifras expuestas en la el libro de los Despachos Oficiales de Wellington, realizado por Teniente Coronel Gurwood y publicado en Londres en 1838, las recoge dentro del computo total de bajas sufridas por los luso británicos desde el 7 al 27 de Julio.
Estas son.
MUERTOS:
- Oficiales 11
- Sargentos 9
- Otros rangos 184
TOTAL MUERTOS 204
HERIDOS:
- Oficiales 44
- Sargentos 34
- Otros rangos 696
TOTAL HERIDOS 774
DESAPARECIDOS:
- Oficiales 6
- Sargentos 6
- Otros rangos: 288
TOTAL
DESAPARECIDOS 300*
*El número tan alto de desaparecidos esta ocasionado por los heridos que cayeron prisioneros de los franceses.