Testigo 40:

 Don Santiago de Zatarain (197), vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del ynterrogatorio, declaró como sigue:

Al primero, dixo que el día veinte y nueve de Junio (198) salió de esta Plaza y permaneció en Zubieta hasta el treinta y uno de Agosto, en que salió para las inmediaciones de esta Ciudad y el primero de Septiembre llegó para el camino de San Bartolomé al tiempo que salían de la Ciudad un montón de familias y muchos amigos en la figura más triste y deplorable, desfigurados, desarropados, estropeados y golpeados de modo que causaba compasión su vista; que éstos le refirieron las atrocidades cometidas la noche y tarde anterior por los aliados, quienes mataron e hirieron a muchos y violaron casi todas las mugeres; que las criadas que quedaron en casa del testigo fueron amenazadas de muerte varias veces, después de haber franqueado con la mejor voluntad quanto tenían, así de comestibles como de dinero. Y, por salvar su vida la una tubo que esconderse en el común, donde pasó toda la noche, y la otra en el texado, recibiendo copiosos aguaceros hasta el anochecer, en cuyo tiempo se refugiaron a una casa vecina.

 Que dicha mañana, primero de Septiembre, vio en el camino de San Bartolomé multitud de soldados aliados, que salían de la Ciudad cargados de despojos del saqueo.

 Que aquella noche se retiró a su casa de Zubieta y volvió el tres a esta Ciudad, donde con mucho trabajo y empeños logró entrar, porque había muchas dificultades y no querían dexar. Que este día duraba también el saqueo y tal insolencia en la tropa que no se podía dar un paso sin exponerse a ser atropellado, tanto que el deponente no pudo sacar de casa más que dos o tres libros por los muchos soldados que había en ella y por el riesgo que había en las calles y en los caminos cubiertos de fuera de la Plaza y pudo salir sin peligro en medio de una escolta o partida que por casualidad se le proporcionó, y durmió aquella noche en un caserío cercano al Antiguo.

 Al segundo, dixo que no sabe quántas son las personas muertas y heridas, pero por las más conocidas ha oído nombrar al presbítero don Domingo de Goycoechea, don José Magra, que fue tirado de una ventana, Vicente Oyanarte, Bernardo Campos, José Larrañaga, Felipe Plazaola, doña Xaviera Artola y una criada, la madre de don Martín Abarizqueta, la suegra de Echániz y una criada refugiada en casa de don José María de Ezeiza que, después de violada por un ynglés, la mató él mismo; que los heridos de que se acuerda son Pedro Cipitria, que cuidaba de la casa de un primo del testigo, y fue herido al tiempo que salió a victorear a los aliados y ha muerto a resultas, Juan Navarro, que también ha muerto, y otros que no recuerda. (199)

 Al tercero, dixo que el día del asalto no distinguió fuego alguno desde la falda de Montefrío (200), donde se hallaba, y solamente vio con sus propios ojos, quando se acercó a la Ciudad, la mañana del primero de Septiembre, pero, según ha oído a todos los habitantes, con quienes ha hablado, no había fuego quando entraron los aliados y la primera vez se notó al anochecer en casa de la viuda de Soto o Echeverría; que el fuego, según la voz general, fue dado por los aliados por diferentes puntos, valiéndose de unos cartuchos largos y ha oído a la criada de su casa que a la ora en que se refugió al anochecer del día del asalto, dieron fuego dos veces los aliados desde el almacén y, habiendo acudido a apagarlo varios hombres que había en la casa, le dispararon de la casa de enfrente, pero por fin, por mediación de un oficial, se logró cortar por entonces; que esta casa es la de Berbeder (201), en la calle de la Trinidad.

 Al quarto, dixo que se remite a lo que ha contextado al capítulo precedente.

 Al quinto, dixo que ha oído al carpintero José Antonio de Aguirrebarrena, hombre veraz y fidedigno que, habiendo ido a apagar una casa de don Joaquín Yun (202), cercana a la Parroquia de San Vicente, se lo estorvó un centinela portugués que había en la puerta.

 Al sexto, dixo que ha oído públicamente que muchos que salvaron efectos fueron robados a la salida e inmediaciones del Pueblo.

 Que el quatro, a la tarde, entró en la Ciudad con su compañero Esteban de Recalde (203) y una criada en la Ciudad y se dirigió a la casa de su habitación, propia de don Bartolomé de Olozaga (204), con ánimos de sacar lo que había guardado en un secreto, pero no se atrevió a tomar más que una poca de plata, que la metió en un colchón, dexando el secreto en la misma conformidad de antes; que, al tiempo de salir con un colchón del almacén, no le quiso dexar un ynglés y tubo que valerse de la mediación de un oficial portugués para lograrlo y salió escoltado de un soldado.

 Que el cinco volvió con su compañero Recalde con ánimo de sacar lo que había en el secreto, pero no les quisieron dejar entrar en la Puerta de tierra, a cuya vista fue al caserío de Borroto, donde se hallaba el General Graham, a quien encontró en la huerta, y le pidió se sirviese darle una orden por escrito para que le dexasen entrar en la Ciudad a sacar unos papeles importantes de comercio y le contexto dixese vervalmente al oficial de la guardia le dexase entrar de parte de S. E., y, aunque le instó le diese orden por escrito, porque en lo demás no sería creído, no pudo conseguir y se frustaron (sic) sus ideas de entrar en la Ciudad y sacar las muchas cosas de valor que había en el secreto existente el día quatro al anochecer.

 Que entró en la Ciudad el día que se rindió el castillo y, ya para entonces, estaba robado todo quanto había en el secreto, así como otro, igual de la casa inmediata.

La casa de Olózaga es la actual nº 40 de la calle 31 de Agosto (1), una de las que se salvaron del incendio, y en la que se acomodó el Ayuntamiento durante esos primeros días tan complicados. La casa de Betbeder (2) es incendiada tal y como se lo describen al testigo y lo mismo ocurre con la de Yun (3), en la que los aliados impiden que se apague el incendio a los carpinteros donostiarras.

Que, a los quince días después de la rendición de la Plaza, oyó a varios que robaron barras de fierro y azúcares del almacén de don José Antonio de Eleicegui, el hierro los yngleses y el azúcar los portugueses, así como anclas de un tal Zatarain y Belandia, y, habiéndole hecho cargo el cónsul Eleicegui por medio de yntérprete, que era don Manuel de Arambarri, alcapitán de un Bergantín de guerra ynglés (205), a donde se condugeron, diciendo que eran de particulares, le contextó que todo era del Lord Wellington.

 Al séptimo, dixo que, los varios días que estuvo en las inmediaciones de la Ciudad y aun dentro, no tiraron ni ha oído a nadie que tirasen los franceses sobre la Ciudad bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria desde que se retiraron al castillo.

 Al octavo, dixo que no vio ni ha oído que ningún aliado fuese castigado por los excesos cometidos en esta Ciudad.

 Al noveno, dixo que serán como unas quarenta, poco más o menos, las casas que se han salvado del incendio, incluso la que habita el testigo, y se hallan situadas al pie del castillo, habiéndolas conservado los aliados para su defensa.

 Que se le ha olvidado decir antes que, desde que se desgració el asalto del veinte y cinco de Julio, oyó en Zubieta y otras partes a algunos oficiales y soldados aliados que tenían orden del General Castaños de pasar a cuchillo a todos los habitantes de San Sebastián, habiendo forjado la patraña de que en dicho asalto hasta las mugeres tomaron parte, tirándoles agua hervida (206), con cuyas falsas voces querían cohonestar el proyecto que tenían preparado de executar lo que se ha visto después.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de veinte y seis años, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Santiago de Zatarain.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (197)Santigo María Zatarain Ayalde fue bautizado el 25 de Julio de 1787 en la parroquia San Salvador de Usurbil. Sus padres fueron Juan Ygnacio Zatarain Barrenechea y María Francisca Ayalde Ybarrola. Falleció en Usurbil el 5 de Septiembre de 1849, y sus funerales se celebraron en la parroquia de San Salvador.

 (198)Seguramente abandonaron la ciudad el 29 de Junio por la mañana. Los combates empezaron ese mismo día por la tarde en el alto de San Bartolomé, así que es de suponer que se terminaría la posibilidad de abandonar la plaza.

 (199) Ver pie de página nº 12.

 (200)Montefrìo era una manera muy común para referirise al monte Igueldo durante el siglo XIX.

 (201)C/Trinidad nº 127.Pertenece a la acera que no se salvó del incendio.

 (202)C/Narrica nº 246, esquina con la c/San Vicente.

 (203)Se trata del joven de 21 años Esteban de Recalde, testigo nº 45, que trabajaba como dependiente de comercio de D. Bartolomé Olózaga.

 (204)Actual C/ 31 de Agosto nº 40.

 (205)Ver pie de página nº 181.

 (206)Puede ser la visión que tuvieron los aliados de los donostiarras, que solamente intentaban apagar los fuegos que se produjeron tras el fracasado asalto del 25 de Julioen las zonas colindantes con las brechas de la Zurriola.

Testigo 41:

 Vicente Lecuona (207), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que se hallaba dentro de la Ciudad durante el sitio y el día del asalto en casa de la viuda de Soto (208), en la calle Mayor, y vio entrar a los aliados a eso del medio día y, habiendo salido, llenos de gozo, a las ventanas a ofrecerles todo quanto tenían, les dispararon de una vez cinco tiros; que, habiendo avierto la puerta, entraron en la casa y un sargento ynglés le tiró un golpe con su lanza o alabarda, que le hubiera metido en el cuerpo a no haberlo desviado con la mano; que les quitaron todo el dinero que tenían; que, después de éstos, entraron otros e hicieron lo mismo, y a don José Vicente de Soto (209), después que le quitaron quanto tenía, hasta el relox, tubo que salir de casa, como que iba a buscar dinero, y entonces fue guando enprendieron con el testigo, pidiéndole dinero que no podía darles por no tener un maravedí, y le sacaron a la calle en dos ocasiones desde dicha casa de Soto a matarlo con los fusiles apuntados, y a la primero le libertó su muger, que se presentó con un niño en los brazos (210), y a la segunda le dexaron ellos mismos; que, después que tomó fuego la casa de Soto, pasó a la suya propia, que estaba inmediata, donde, habiendo entrado unos soldados, le sacaron también a la mitad de la calle para afusilarlo y se libró por un oficial portugués; que unos soldados portugueses le tiraron por todas las escaleras abaxo y se le desconcertó el tovillo del pie izquierdo, a cuyas resultas ha estado veinte y dos días retirado.

 Que a la mañana vio el mal trato que dieron a don Manuel Brunet (211) y su muger en la calle, hiriendo a don Manuel de un golpe que le dieron en la cabeza con la llave del fusil y robándole lo que tenía, aun el sobrepuesto a la señora.

 Que hubo tal desorden en quanto a mugeres, especialmente la noche anterior, que dos muchachas de parages bastante lejanos vinieron de texado en texado hasta la casa de dicho Brunet.

 Y salió, por fin, el primero de Septiembre, a una con don Manuel Brunet y su familia, escoltado de dos oficiales y un sargento, y se edirigió a la villa de Usurbil.

 Al segundo, dixo que no sabe el número fixo de muertos ni se acuerda de los nombres y apellidos de muchos, sólo sí del cura don Domingo Goycoechea, de José Larrañaga, Felipe Plazaola, la muger de don Manuel Biquendi y otros que no se acuerda; que de los heridos se acuerda de Pedro Cipitria y Juan Navarro, llamado el Andaluz, que han muerto a resulta de las heridas, de Ygnacio Galarza, que ha muerto también, y otro herrero llamado Joaquín, de don Manuel Brunet, que fue herido, como lleva dicho, y otros muchos que no recuerda. (212)

 Al tercero, dixo que no había fuego en la Ciudad quando entraron los aliados y lo vio por primera vez en la casa de la viuda de Soto, donde se hallava el testigo, en el almacén, dando aguardiente a una infinidad de soldados aliados; que sería como el anochecer quando por la Puerta que mira al Puyuelo, que estaba abierta, vio a unos soldados, que pusieron fuego en el suelo con alguna mecha o mixtos, que no conoció por hallarse ocupado, dando de beber a otros; que desde allí se comunicó luego a la barrica de aguardiente y, con mucho peligro de ser abrasado, salió el testigo a la calle y vio que en poco tiempo se abrasó la casa y, como formaba esquina dicha casa a la calle Mayor y a la de la Pescadería vieja o Puyuelo, prendieron fuego las ceras de las dos calles y ardía la mañana siguiente casi toda la calle Mayor.

 Al quarto, dixo que él no vio dar fuego a más casas que a la de Soto, pero oyó decir, entonces y aun después, que los mismos aliados así como a la de Soto dieron también fuego a otras.

 Al quinto, dixo que ha oído decir que a un carpintero, llamado San Juan, y a otros impedieron los aliados el apagar el fuego en algunas casas.

 Al sexto, dixo que a la suegra de don Manuel Riera (213) le robaron a la salida unas quantas libras de chocolate que llevara y ha oído decir que a otros hacían lo mismo con los efectos que salvavan.

El testigo vivía en la casa colindante a la de Soto(2), marcada con el número 1. Desde su casa vio como asaltaban y golpeaban a su vecino (3) el señor Brunet, acompañado de su mujer. Es interesante por anecdótico su relato para saber como se incendió exactamente la primera casa de San Sebastián.

Al séptimo, dixo que, en el tiempo que permaneció en la Ciudad, los franceses, después que se retiraron al castillo, no tiraron bombas, granadas ni ninguna cosa incendiaria sobre ella y no ha oído a nadie que hubiesen tirado después que el testigo salió del Pueblo.

 Al octavo, dixo que no ha visto ni ha oído que ningún soldado aliado haya sido castigado por los excesos cometidos en esta Ciudad.

 Al noveno, dixo que no ha contado las casas que se han salvado del incendio, pero que está a la vista que son muy pocas y que las más y las mejores forman una hilera al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de veinte y seis años, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Vicente de Lecuona.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (207)Vicente Lecuona Aramburu fue bautizado en la parroquia de San Vicente Martir el 23 de Febrero de 1787. Sus padres fueron Ascensio Lecuona Yriberri  y Josepha Ygnacia Aramburu Loydi. Casado el 1 de Diciembre de 1810 con María Lorenza Tellería Echeverría en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia. Tuvieron dos hijos.

 (208) También conocida como de la Viuda de Echevarría. La mayoría de testigos identifican esta casa como la primera en ser quemada por los aliados. C/Mayor nº 541.

 (209)C/Mayor nº 542, propiedad de D. Agustin Yturriaga.

 (210)Tiene que ser su primer  hijo, Manuel Benito, bautizado en San Vicente el 3 de Abril de 1812, por lo que apenas tendría año y medio. Su seguna hija sería María Gregoria, nacido el 2 de Agosto de 1815.

 (211)Se trata de D. Manuel Brunet Tudó, de 58 años de edad, comerciante y banquero de la ciudad “Manuel Brunet y Cia”. Era vecino del testigo, teniendo casa en la C/Mayor nº 544.

 (212) Ver pie de página nº 12.

 (213) Casado con María Teresa San Martín Larraga en la Basílica de Santa María del Coro de Donostia el 22 de Marzo de 1801.

 Testigo 42:

 Don José Vicente Echegaray (214), vecino y del comercio do esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que salió de esta Plaza el veinte y nueve de Junio (215) y se mantuvo en Aya hasta el veinte y cinco dé Julio, en el que vio el malogrado asalto de dicho día y, habiendo vuelto otra vez allí, se halló el treinta y uno de Agosto a la vista de la Ciudad, en el monte de la Ulía, desde donde notó el asalto y la entrada de los aliados en la Plaza al medio día.

José Vicente de Echegaray (Fco. López Alén)

Que, habiendo comido en un caserío inmediato, volvió después de comer a la vista de la Plaza y observó que salían de la brecha un montón de soldados, cargados de sacos y fardos de los despojos del saqueo, y, habiendo sobrevenido un aguacero, baxó del monte a la calzada que dirige a Pasages y, al llegar al caserío llamado Murrucha (216), donde había varios soldados del Regimiento Portugués número 21 (217), uno de ellos le robó el relox de repetición que llevava, del valor de nueve onzas; que fue a Pasages aquella noche, durmió allí y, al día siguiente, después de comer, vino hasta San Francisco y la primera persona de las que salieron de la Ciudad con quien habló fue la viuda de Echániz (218), la qual, habiéndole, preguntado el testigo sobre la conducta de los aliados, se le hizo conocer que había sido atroz, pues le aseguró que no eran hombres, sino perros, y que no era decente a una muger referir los excesos cometidos por ellos; que de otros muchos ha sabido que los aliados cometieron en la Ciudad todo género de violencias; que este desorden siguió los días succesivos, pues que el testigo, que desde el día quatro hasta el diez entró todos los días en la Ciudad a sacar algunos efectos y los libros y papeles de comercio de la casa de Tastet (219), además de llevar orden por escrito de un general ynglés para que le dexasen entrar, que no era fácil lograr, no se atrevió a entrar ni a salir sin escolta que le custodiase y le costó buenos reales.

 Al segundo, dixo que no sabe el número fixo de muertos y heridos, pero entre los muchos que ha oído nombrar y sabe sólo su tía carnal doña Teresa Vicuña, madre de don Martín Abarizqueta, el presbítero don Domingo Goycoechea, don José de Magra, Martín Altuna, Vicente Oyanarte y otros que no tiene presentes; los heridos solamente recuerda de Pedro Cipitria, Juan Navarro el Andaluz, que han muerto de resultas. (220)

 Al tercero, dixo que el testigo, la tarde del treinta y uno de Agosto, no notó fuego en ninguna parte de la Ciudad, si no es una humareda espesa hacia la calle del Campanario, pero que el día siguiente, a la tarde, quando vino a San Francisco, vio fuego en varias partes de la Ciudad y que este fuego, en concepto del testigo y en el público y general, fue causado por los aliados, pues que el mismo testigo notó que, no habiendo fuego en las casas de enfrente del muelle, que forman la manzana desde la Puerta de mar hasta la Aduana, el ocho de Septiembre, inclusa su casa, número 28, ya la mañana siguiente notó desde San Bartolomé que no existían los altos de su casa ni de las inmediatas y, habiendo entrado en el Pueblo, vio que no habían quedado más que las pareces de toda aquella manzana, lo que prueva que aquellas casas fueron quemadas por fuego que se les aplicó el día anterior.

La casa propiedad de D. Vicente Echegaray era la nº 435 de la calle de Esterlines (1). El almacén de la casa comercial de Tastet (2)sobrevivió al incendio, aunque su contenido fue saqueado, y se encuentra en el actual nº 10 de la calle 31 de Agosto.

Al quarto, dixo que se remite a lo que ha contextado al capítulo precededente y no sabe más.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que el día nueve, hallándose rendido ya el castillo, existían intactos todos sus muebles en los almacenes de la casa de Tastet, que se ha preservado del fuego, y, aunque pasó varias centinelas para su custodia, el diez no existían ya la mayor parte y los mejores.

 Al séptimo, dixo que no ha visto ni oído que los franceses, desde que se retiraron al castillo, tirasen sobre la ciudad bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria.

 Al octavo, dixo que no ha visto ni oído quen ningún soldado aliado haya sido castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.

 Al noveno, dixo que ha oído que son quarenta y una las casas que se han salvado del incendio y casi todas forman una hilera al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de veinte y seis años, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Vicente de Lecuona.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (214)José Vicente Echegaray Vicuña nació en San Sebastián en 1775. Sus padres fueron el donostiarra Martín y María Ana, natural de Vicuña. En el momento del asedio estaba soltero. Casó el 28 de Noviembre de 1819 con Antonia Latasa Garviso, natural de Sumbilla (Navarra), con la que tuvo una hija.

      Fue uno de los firmantes del Manifiesto de 1814. Destacará como compositor de zortzikos para las parroquias y fiestas populares, y tradujo al euskera uno de los evangelios.

      Falleció el 15 de Abril de 1855, y sus funerales se celebraron en la Basílica de Santa María del Coro de Donostia. No dejó testamento.

 (215)Seguramente abandonaron la ciudad el 29 de Junio por la mañana. Los combates empezaron ese mismo día por la tarde en el alto de San Bartolomé, así que es de suponer que se terminaría la posibilidad de abandonar la plaza.

 (216)El caserío Murrucha también fue conocido como Murrutxa, Murrutxene o Murrutxaene. Se encontraba en la falda del monte Ulía. Actualmente ha desaparecido, y su antiguo solar se encuentra ocupado por el centro de enseñanza Zurriola Ikastola. (Tellabide, Jesus. Registro Toponímico Donostiarra. Instituto del Doctor Camino. Donostia. 1995).

 (217)El 21º de Infantería de Línea Portugués no participó en el asedio de San Sebastián. Puede tratarse de un grupo de soldados de esa unidad aislados, ya que efectivamente, si se encontraba en las cercanías de la ciudad. Había desempeñado un destacado papel anteriormente en la Batalla de Vitoria del 21 de Junio de 1813.

 (218)Murugarren lanza una hipótesis, que apunta como fácilmente rechazable, en la que la identifica como María Miguel de Otegui, viuda de D. José Echániz, natural de Azpeytia, con el que llevaba casada 29 años.

 (219)Esa casa se salvó del incendio, sienda la actual nº 10 de la calle del 31 de Agosto.

 (220) Ver pie de página nº 12.

Testigo 43:

 José Ygnacio Ausan (221), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que se hallaba dentro de la Plaza durante el sitio y vivía con una hermana suia y criada en la Plaza Vieja, frente a la muralla y desde ella vio el asalto del treinta y uno de Agosto, que dio principio entre diez y media y once, y, antes de las doce, se hallaban los aliados en la Plaza, a cuyo tiempo ledijo la criada Juana Arsuaga que no deseaba más que ver matar un francés, y, habiéndole dicho el testigo que se asomase a ver a los franceses que acababa de matar una granada al pie de su casa, salió a la ventana y un soldado ynglés le disparó un tiro de bala que le atravesó el hombro izquierdo (222) y, habiéndola retirado a la cama, sintió que estaban batiendo la puerta y, habiéndola abierto, se le echaron unos portugueses pidiendo dinero, poniéndole el fusil al pecho y, contextando que no tenía, vino a socorrerle su vecino Simón Andrea, con quien emprendieron, dexando al deponente; que luego entraron yngleses con un oficial, diciendo necesitaban caballos que había en aquella casa, amenazándole quitar la vida si no les daba y el deponente, que no tenía, los condujo a casa de José María Arreche en la calle de la cárcel viexa y, descerrajando la puerta a balazos, sacaron dos caballos y dos machos, de los que el uno trajo de diestro el deponente y en la Plaza vieja, queriéndole herir un oficial con su espada, lo abandonó.

 Que a la, noche entraron quatro oficiales yngleses con asistentes, que permanecieron hasta, el día quatro, en que dieron fuego a su casa.

 Que a su hermana un portugués le disparó un tiro, porque huyó al texado la criada; distinta de la Juana herida, y que oía por la calle de atrás ayes y gritos de mugeres.

El escenario narrado por el testigo se desarrolla alrededor de la Plaza vieja, en las casas señaladas en el interior del círculo rojo. En él se encuentra la casa de Yun (1), la de Echagüe (2) y el que seguramente sea la caballeriza de Plancha o en su defecto su acceso (3). El único lugar fuera del círculo al que se refiere el testigo, se sitúa en la calle de la Cárcel Vieja, o Íñigo Alto (4), a la que acude en busca de un caballo.

Al segundo, dixo que ha oído decir haber habido muchos muertos y heridos, que no los conoce, porque vino a avecindarse en este Pueblo llamado por su hermana para que le cuidase la casa quando iba a comenzar el sitio; solamente puede decir que, yendo por la calle de Embeltrán, al anochecer del treinta y uno de Agosto, le gritó la muger de José Larrañaga que acababan de matar a su marido.(223)

 Al tercero, dixo que el testigo notó fuego por primera vez en la calle de la Escotilla, en casa del Sombrero Francés, y este fuego fue dado seguramente por los aliados, pues que en las calles no se oía otra cosa, sino que a tal casa habían dado fuego los yngleses, a qual casa han dado fuego los aliados, y aun él mismo vio dar fuego.

 Al quarto, dixo que él mismo vio que entraron los yngleses en casa de don Joaquín Yun (224) y en la de Mayora el día quatro de Septiembre, a la mañana, y que luego empezaron a arder dichas casas, y, antes de propagarse a ellas, empezaron a arder las de la calle de Esnateguía (225) y las de la Plaza vieja, inclusa la de Echagüe (226), y, aunque el testigo y el carpintero Tomás Arsuaga lograron cortar el fuego que se acercaba a su casa por la caballeriza de Plancha (227), no se pudo salvar la suya, pues que su hermana le gritó desde la calle que saliese, que iban a dar fuego a la casa, y, en efecto, entraron unos yngleses, le echaron de casa y al instante ardió con todo lo que había adentro; que no reparó con qué combustibles, pero sí que el fuego era extraordinario, pues apenas se veía el humo quando ardía toda la casa; que una de las criadas le dijo que llevavan los mixtos encendidos en una especie de cernedero o acribador.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que en los quatro días que permaneció el testigo reynó el mismo desorden que en el primero y que, a la salida, robaron a una hermana suya lo que llevaba y ha oído también que robaron a otros.

 Al séptimo, dixo que no vio ni ha oído a nadie que los franceses tirasen sobre la Ciudad después que se retiraron al castillo bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria.

 Al octavo, dixo que, tampoco vio ni ha oído que ningún soldado aliado fuese castigado por los excesos cometidos en esta Ciudad.

 Al noveno, dixo que no sabe de fixo quantas son las casas que se han salvado del incendio, pero que son pocas y, fuera de algunas que están pegantes a la muralla, todas las demás forman una cera o hilera en el extremo de la Ciudad, al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado en que, después de leído, se afirmó y ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de treinta y nueve años, y en fe de todo firmo yo el Escribano. Yturbe.

 José Ygnacio Ausan.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

  (221)No hay datos sobre él. Seguramente se fueron de la ciudad y no regresaron.

 (222)Según dijo ella el disparo sólo le rozó el hombro. Un soldado también le rasgó la oreja al arrancarle uno de los pendientes. Tras el saqueo huyó a Tolosa. Era analfabeta, y sólo conocía el euskera.

 (223) Ver pie de página nº 12.

 (224)D. Joaquín Yun era propietario de dos casas, una en la calle Narrica nº 246 y otra en la calle Embeltrán nº 463, que  daba también a la Plaza Vieja, por proximidad al domicilio del testigo, no hay dudas de que se refiere a esta segunda casa.

 (225)La Esnategui-Kalea o calle de la leche, es la calle Narrica. Ya se usaba esa denominación gremial en el año 1464 (MÚGICA, Don Serapio. “Las Calles de San Sebastián”. Ayto. de San Sebastián. 1916).

 (226)C/Embeltrán nº 458 y 459. Esta última daba también a la Plaza Vieja.

 (227)Seguramente se refiera a un callejón que existía tras las casas de la Vda. de Echagüe.

 Testigo 44:

 José Joaquín de Supiría (228), de oficio carpintero, testigo Presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, que el día del asalto se hallaba en su casa, sita en esta calle de la Trinidad, a donde llegaron a eso de la una y empezaron a descerrajar las puertas a balazos, y, habiendo abierto la suya, entraron unos ingleses y portugueses que, con el fusil apuntado, empezaron a pedir dinero y, habiéndole reconocido y no hallándole ni un maravedí, le dexaron; que vio después el mal trato que dieron a un vecino suyo y, atemorizado, se subió al texado, donde permaneció toda la noche, baxando solamente a su habitación quando sentía que no había soldados; que desde el texado sintió en toda la noche alaridos y quexas de mugeres y vio que también andaban huyendo por los texados.

 Que a la mañana baxó, porque no había ningún soldado en casa, pues salieron después de haber comido dos jamones y robado quanto pudieron.

 Que al tercer día pasó a la casa de enfrente, donde vive San Martín y es una de las que forman la hilera de casas que se han salvado, y allí ha permanecido, por haberle asegurado un coronel portugués, que estaba alojado en ella, que no se quemarían estas casas ni las dos Yglesias, y a aquélla trasladó parte de sus muebles quando se acercó el fuego a la suya por detrás y no todos, porque la segunda vez que quiso subir a su casa no le dexaron subir unos portugueses.

 Al segundo, dixo que ha oído nombrar hasta diez de los muertos y recuerda sólo el presbítero don Domingo de Goycoechea, José Larrañaga, Felipe Plazaola, Jeanora y el Alcayde carcelero, y de los heridos la criada de la señora viuda de Mendizabal, que ha muerto a resulta del balazo, la madre de doña Carmen Zurbano, que en el atrio de San Vicente la encontró el testigo con el muslo roto y la recogió a casa de San Martín. (229)

Es muy interesante este testimonio nº 44, al indicarnos la fecha en que se quemó y cómo lo hicieron, uno de los grandes palacios de la ciudad, el de los Condes de Villa-Alcazar (1). También podemos fechar los incendios de la casa de la Vda. de Mendizaval (2) y de Betbeder (3), nada menos que cuatro días después el asalto y comienzo de las atrocidades.

Al tercero, dixo que antes que entrasen los aliados, había fuego solamente en las ruinas de una casa pegante a la brecha, pero que no le había en el cuerpo de la Ciudad; que el primer fuego notó el testigo a la noche desde el texado, azia la calle Mayor, después azia la calle de la Escotilla, detrás de la Casa de la Ciudad, luego en la panadería de la cárcel vieja y, en los días sucesivos, en otras varias partes, y, aun después de rendido el castillo, se quemaron una o dos casas que habían quedado en la calle Mayor; que este incendio fue causado por los aliados, pues que él mismo les vio pegar fuego a dos casas.

 Al quarto, dixo que desde la casa de San Martín vio, no sabe fixamente si era el día tres o quatro de Septiembre, que unos portugueses con gergones y broza que trageron del Arsenal de San Telmo y a más caxones vacíos en que suelen venir fusiles, dieron fuego al Palacio del Conde de Villa-Alcázar, situado en esta calle, enfrente del Arsenal, aplicándolo por la bodega, y, viendo que no hacía progreso por alli el fuego, le aplicaron a la noche por la primera habitación; que también vio dar fuego a la casa de la señora viuda de Mendizabal, esparciendo primero pólvora en las escaleras y arrojando luego sobre ella una como cuerda o mecha encendida de modo que al instante salió una grande llamarada y al instante se quemó y cayó, así como la inmediata de Berbeder, a la que, aunque vio arder, no vio dar fuego como a las otras dos citadas, y observó todo de la casa de San Martín, que está enfrente de ellas.

 Al quinto, dixo que lo que sabe es por haber oído a dos carpinteros, de los quales conoce solamente a uno, llamado Carlos, que, habiéndose puesto a cortar el incendio de una casa contigua a la del testigo, se lo estorbaron los aliados, haciéndole retirar; que esto le dixeron al testigo en su propia casa, donde se metieron por el texado en el punto mismo en que les acabava de succeder este pasage.

 Al sexto, dixo que no vio, pero ha oído decir que a la salida e inmediaciones de la Ciudad eran robados los que sacaban algunos efectos, pero lo que sabe, por haberlo visto y no haber salido nunca del Pueblo, es que duró el saqueo y el robo mientras hubo efectos que robar y aun después de la rendición del castillo.

 Al séptimo, dixo que no vio tirar a los franceses, desde que se retiraron al castillo, bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria sobre el cuerpo de la Ciudad.

 Al noveno, dixo que, aunque no ha contado, le parece que serán lo más unas quarenta y que casi todas y las mejores forman una hilera en esta calle, al pie del castillo, y que un oficial portugués dixo al testigo y a otros que a estas casas no se quemarían, porque las necesitaban para su alojamiento.

 Todo lo qual declaró por cierto, baxo del juramento prestado, en que, después de leído, se afirmó, ratificó y no firmó por no saber, asegurando ser de edad de treinta y seis años, y en fe de todo yo el Escribano. Yturbe.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (228)Sólo sabemos de él que era carpintero y analfabeto, y vivía en la acera sur de la calle Trinidad, en las casas que no se salvaron.

 (229) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 45:

 Don Esteban de Recalde (230), dependiente de comercio, vecino de esta, Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que, antes de formalizarse el sitio, salió de la Plaza y, habiendo permanecido en Zubieta, vino a las inmediaciones de la Ciudad y vio el asalto desde el monte Ygueldo, y, habiendo baxado después de comer, cerca del Antiguo vio venir un montón de cazadores yngleses y portugueses, cargados de sacos y faxos que sacaban de la Ciudad.

 Que el día siguiente, primero de Septiembre, vino azia el camino de San Bartolomé y vio que continuaba el saqueo y también a un montón de familias que salían de la Ciudad, desfiguradas, desarropadas y cuya vista causaba lástima, de quienes supo que la conducta de los aliados había sido la más atroz y cruel, pues no sólo saquearon, sino que hicieron muertes, hirieron a muchos y violaron casi a todas las mugeres.

 Al segundo, dixo que ha oído decir públicamente ser muchos los muertos y heridos, y, aunque ha oído nombrar en gran número, no recuerda sino del presbítero don Domingo de Goicoechea, de dota Xaviera Artola, don José Magra y José Larrañaga; de los heridos, de Pedro Cipitria y Juan Navarro, que han muerto a resulta de las heridas. (231)

 Al tercero, dixo que el treinta y uno de Agosto, quando asaltaron los aliados, no vio fuego en el cuerpo de la Ciudad y lo observó por primera vez al anochecer, azia el centro de la Ciudad, y que dicho fuego, según voz público y común, fue causado por los aliados.

 Al quarto, dixo que le parece era el día seis de Septiembre, al salir fuera de la Ciudad, a donde vino, así como el quatro, a salvar algunos efectos y papeles de su principal, vio, al pasar con la criada de su casa por la inmediación de la Aduana, que muchos yngleses subían por las escaleras, llevando alguna cosa en las manos, que no distinguió, y que otros daban fuego por la puerta de dicha Aduana, la que se quemó; que no observó de qué combustible se valieron.

 Al quinto, dixo que ha oído al carpintero José Antonio Aguirrebarrena que, habiendo ido a apagar una casa de don Joaquín Yun, se lo estorvó un portugués.

 Al sexto, dixo que ha oído decir que muchos fueron robados por los aliados a la salida e inmediaciones de la Ciudad y que a su principal don Bartolomé de Olozaga, le robaron cosas de mucho valor, escondidas en un secreto, las quales existían el día quatro y no las pudieron sacar, porque, habiéndose presentado al General Graham, a una con don Santiago Zatarain (232), a pedirle orden por escrito para permitirles la entrada, no pudieron conseguir de él dicha licencia.

 Que, a los quince días, después de la rendición de la Plaza, robaron unos portugueses, según ha oído públicamente, algunas caxas de azúcar del almacén de don José Antonio Eleicegui y también barras de fierro del mismo almacén, y que, habiéndolas reclamado dicho don José Eleicegui al capitán de un Bergantín de guerra ynglés, a cuyo bordo se llevaron, le dixo que no reconocía otro dueño que al Lord Wellington.(226)

 Al séptimo, dixo que no vio ni ha oído que los franceses, después que se retiraron al castillo, tirasen bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria sobre la Ciudad.

 Al octavo, dixo que ningún soldado aliado ha oído fuese castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.

 Al noveno, dixo que serán como unas quarenta, poco más o menos, las casas que se han salvado del incendio y que casi todas están situadas al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que, después de leído, se afirmó, ratificó y firmó, asegurando ser de edad de veinte y un años y dando fe firmo yo el Escribano Yturbe.

 Esteban de Recalde.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (230) Había nacido en Andoain en 1792. Se casó con Josefa Gregoria de Aguirre-Miramón en la Basílica de Santa María. Falleció el 12 de Marzo de 1857, recibiendo la extremaunción “sub conditione”. Su funeral se celebró en la misma basílica.

 (231) Ver pie de página nº 12.

 (232) Se refiere a los hechos que detalla D. José María de Ezeiza, testigo nº 29 “(…) vio que el quince un Bergantín ynglés de guerra se apoderó de varias anclas y cables pertenecientes a particulares y al Consulado, así como de todas las lanchas del muelle. Que el veinte y quatro del mismo mes vio que la tripulación de una cañonera ynglesa robó balcones de fierro y aun unos candeleros de madera de la parroquia de San Vicente. Que el nombre del Bergantín de guerra es Racer.”      Ver pie de página nº 183.

 Testigo 46:

 Don Manuel Biquendi, practicante de cirujía de los Exércitos Nacionales, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que se halló dentro de la Plaza durante el sitio y fue el que, como facultativo, cuidaba de los heridos y enfermos yngleses y portugueses, hechos prisioneros el veinte y cinco de Julio por los franceses, así como su muger hacía de enfermera y les lavava los pies y prestava otros auxilios por vivir inmediatos a la Parroquia de San Vicente, donde se hallaban dichos prisioneros. (233)

 Que los aliados entraron en la Ciudad y, a la vista de la casa dal testigo, entre doce y media y una del treinta y uno de Agosto, y, quando se asomaron por la calle de la Zurriola azia la barricada que tenían formada los franceses al pie de su casa, la muger del testigo animó a los aliados, haciéndoles seña con el pañuelo, que abanzaran, porque habían huido los franceses; que, habiendo pedido agua, no sólo se la dieron, sino también aguardiente y vino, y, por haberles prevenido cerrasen las puertas y ventanas, porque acaso volverían a atacar los franceses, lo hicieron así y, después de un tiro de cañón que dispararon los franceses desde el atrio de Santa María, con lo que se retiraron, sintió tiros sueltos, que al principio creyó sería nuevo ataque, pero luego conoció que se dirigían a los habitantes, porque oyó gritos y quejas del uno que decía le habían muerto el hijo, otro que al padre; que, a poco, sintieron voces de la impresora que, vecina por la parte del patio y habiéndose asomado marido y muger e hijas a una ventana, un ynglés, desde la de enfrente, apuntó el fusil, a cuya acción se agachó el deponente, pero su muger, que se detuvo a decir que era española, fue alcanzada del tiro que disparó dicho ynglés, atravesándola con una bala la tetilla derecha; que, ya difunta al golpe mismo, la tendió sobre la cama y, hallándose en esta triste situación, que la aumentaban las lágrimas y sollozos de sus hijas y sobrina, vino un portugués (234) del Regimiento de la muerte e, informado de la causa de su tristeza, lejos de causarle compasión, le dixo que igual suerte que su muger había de tener el deponente y, en efecto, cebó el fusil para dispararle, a cuyo tiempo, una de las hijas llamó a un portugués de los heridos prisioneros favorecidos y cuidados por el testigo y su muger y aquél agarró el fusil y lo descargó disparándolo a la calle; que luego entró un ynglés borracho que, sin hablarle palabra, disparó un taxo a la cabeza con un sable largo que tenía en la mano y pudo huir del golpe ladeándose; que luego entraron otrosy un soldado ynglés arrebató en brazos a una hija suya de catorce años y la tumbó en la cama sobre el cadáver de su misma madre y se tiró sobre ella para gozarla, de cuya violencia le liberó aquel mismo portugués prisionero, que a un vecino suyo, llamado Joaquín Aramburu, le quisieron también matar y por todas partes no se oían sino ayes y gritos; que, por mediación de un coronel portugués (235), a quien unas vecinas informaron de los servicios que el testigo tenía hechos a los prisioneros de dicha nación y a los yngleses, consiguió enterrar el cadáver de su muger en San Telmo y, cumplido este deber, salió con sus hijas y sobrina de la Ciudad, a la madrugada de primero de Septiembre.

 Al segundo, dixo que no sabe el número fixo de los muertos y heridos, que, además de su muger, tiene presentes al presbítero don Domingo de Goycoechea y a una criada suya; que el mismo deponente, cuando salió de la Ciudad, al que hace de Hospital de la misma tras del Antiguo fue llamado a curar y curó a muchos heridos que ahora no tiene presentes, a no ser a Pedro Cipitria, y Juan Navarro, que murieron a resultas de las heridas. (236)

 Al tercero, dixo que, quando entraron los aliados, no había fuego en la Ciudad ni lo notó el testigo; que no salió de su casa, por la muerte de su muger, hasta la mañana siguiente; al tiempo de su salida que vio había mucho fuego hazia la Plaza; que el incendio no pudo ser causado por los franceses, porque no hubo fuego en la Ciudad, sino después que aquéllos estavan en el castillo y los aliados eran dueños de toda ella.

 Al quarto, dixo que él no vio pegar fuego a ninguna casa pero que ha oído generalmente que los aliados incendiaron las casas con algunos mixtos.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que él mismo vio robar a la salida de la Ciudad a un chocolatero lo que salvó del saqueo y el deponente y su familia se libertaron de lo mismo por el oficial que les escoltaba; que ha oído que otras muchos fueron robados en las inmediaciones y caminos cubiertos.

 Al octavo, dixo que tampoco vio ni ha oído que ningún soldado aliado fuese castigado por los excesos cometidos en la Ciudad, pues, lejos de contenerlos los oficiales, un teniente ynglés le robó el relox, unas quantas pesetas que tenía y la bolsa de los ynstrumentos de cirugía.

 Al noveno, dixo que no sabe quántas son las casas que se han salvado del incendio, pero que está a la vista son pocas y que forman una hilera al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que, después de leído, se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de treinta y tres años, y en fe de todo yo el Escribano. Yturbe.

 José Manuel Biquendi.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (233) Durante el asedio de la ciudad, los franceses acondicionaron la parroquia de San Vicente como hospital de sangre, y en este edificio se mezclaban tanto franceses heridos, como aliados tomados prisioneros en el ataque del 25 de Julio. El testigo vivía en la inmediata calle de San Vicente, justo enfrente de la puerta pequeña, por lo que puede ser la casa del Conde del Valle o la de la Vda. de Miranda.

 (234)Posiblemente se trate de un error, y se refiera a un soldado de las tropas de los Brunswick Oels Jagers, que por llevar una calavera en su chakó era popularmente conocido con esa denominación.

 (235) Ver pie de página nº 27.

 (236) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 47:

 Joaquín Arritegui (237), vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que vivía en una casa de la calle Mayor y desde ella vio entrar a los aliados, azia el medio día del treinta y uno de Agosto, persiguiendo a los franceses, que huyeron al castillo después de la corta resistencia, y al instante empezaron los aliados a tirar tiros a las puertas y ventanas y aun dispararle al deponente, que se asomó a una ventana, pasándole la bala muy cerca; que luego empezaron a saquear todas las casas, entraron en la del testigo, robaron quanto había y lo menos hasta doce veces sacudieron y maltrataron al deponente a culatazos, derribándolo en el suelo y poniéndole el pie en el pescuezo, y, por fin, tubo que esconderse en el desbán y aun allí le persiguieron y maltrataron; que vio a varias mugeres, de cuyo nombre no se acuerda, aunque las conoce de vista, tirarse al patio y esconderse en los comunes, huyendo de los soldados que las querían forzar, y vio también que derribaron a algunas a culatazos en el suelo; que aquella noche se oían muchos ayes y lamentos por todas partes, y, finalmente, atemorizado en vista del desorden que reynaba el día siguiente y el dos y del fuego, salió al medio día de este último día.

 Al segundo, dixo que deben ser muchas las personas muertas por los gritos y quexas que oyó por todas partes y el mal trato que vio dar; que, en su concepto, el haber quedado sepultados y quemados en las casas es la causa de no saberse de positivo el número de ellos; que tan solamente recuerda del presbítero don Domingo de Goycoechea, de Campos, de José Larrañaga, el chocolatero; que vio una muger muerta en la cocina de la casa del corral (238), en la calle Mayor, a donde se refugió, huyendo azia el medio día del primero de Septiembre, y también otra en una casa de enfrente de San Vicente, en una cama, medio quemada; que vio también infinidad de mugeres estropeadas y contusas en la cara.(239)

Arritegui nos describe la situación vivida en uno de los puntos “calientes” de la ciudad, la calle Mayor. Ve una mujer asesinada (1), y es testigo del primer incendio en una casa, la de Soto (2), luego la Brunet (3), las de Michelena (4), y finalmente la de Valencegui. Sufre la impotencia por el impedimento de poder apagarlas por parte de los aliados.

Al tercero, dizo que por primera vez notó fuego, después que entraron los aliados, en la esquina de la calle Mayor, y no puede asegurar qué hora era, pero sí eran los ingleses, a lo menos tenían casacas encarnadas, los que entraron en la casa de la esquina, por el almacén, que desde allí empezó el fuego.

 Al quarto, dixo que, al amanecer del día primero de Septiembre, estando extrahiendo los muebles de don Manuel Brunet (240), sintió un gran tiro en la casa de Michelena (241) y que, al instante, salían llamas de una de las habitaciones altas y, en seguida, baxaron corriendo cinco soldados aliados de la misma casa; que, al anochecer del mismo día, hallándose el deponente en casa de Valencegui (242), se emplearon muchos aliados en saquear la casa y entraron tres de casaca encarnada con un gran tizón encendido y dieron fuego en el zaguán a un montón de paja, gergones y colchones que havía, diciendo que tenían orden de incendiar, y, habiendo ido su muger a quejarse a un gefe que vivía en las inmediaciones, le siguieron por detrás para sacudirla y este gefe los dispersó por entonces y no tubo progreso el fuego, y que ha oìdo decir que de allí a dos días se abrasó dicha casa que el deponente vio que para la casa de la esquina de la calle Mayor se valieron de una como pelota blanca, a la que dieron fuego, separándose, e hizo un gran ruido al reventar y al intante se esparció el fuego.

 Al quinto, dixo que al mismo testigo, que por orden de don Manuel Brunet quiso apagar el fuego que se iba a comunicar de una casa inmediata, se lo estorvaron soldados de vestido encarnado y azul y le echaron con amenazas, diciendo que todas las casas se habían de quemar.

 Al sexto, dixo que al deponente, quando salió, le robaron fuera de puertas los aliados dos camisas y un pan que llevara y que vio a muchos que sacaron fardos de ropa les robaron en San Martín.

 Al séptimo, dixo que no vio ni ha oído a nadie que los franceses tirasen sobre la Ciudad bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria desde que se retiraron al castillo.

 Al octavo, dixo que no vio ni ha oído que ningún soldado aliado fuese castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.

 Al noveno, dixo que no ha contado las casas que se han salvado del incendio, pero está a la vista que son bien pocas y que se hallan situadas en esta calle de la Trinidad, al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por verdad baxo del juramento prestado y en ello, después de leído, se afirmó, ratificó y no firmó por no saber, asegurando ser de edad de quarentá y dos años; firmó su merced y en fe de todo yo, el Escribano. Yturbe.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (237) Joaquín Arritegui Arrieta fue bautizado en 1771en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia, al igual que sus otros tres hermanos. Sus padres fueron Francisco Arritegui Arrieta y María Josepha Arrieta Otermin. Se casó en ese mismo templo con Ramona Antonia Garmendia Otamendi el 14 de Septiembre de 1801. Falleció en Donostia el 27 de Noviembre de 1823, y sus funerales se celebraron en la Basílica de Santa María del Coro.

 (238)Propiedad de D. Juan Larrea, en la C/Mayor nº 84. Es sólo una hipótesis, por ser la única casa de la calle con un estrecho callejón que se ensancha tras ella, lo que podría haber ocasionado su uso como corral.

 (239) Ver pie de página nº 12.

 (240)C/Mayor nº 544.

 (241)María Ana de Michelena tenía en propiedad las casas nº 533, 534 y 535.

 (242)María Ygnacia Valencegui era propietaria de la casa sita en la C/Mayor nº 539.

 Testigo 48:

 Don José María de Bigas (243), presbítero vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que la conducta de las tropas aliadas con los vecinos de esta Ciudad ha sido una conducta bárbara y de las inhumanas que pueden ofrecer las historias, pues, dominados de las más vergonzosas y crueles pasiones, han cometido acciones más torpes e inhumanas que un hombre, totalmente destituído de la luz de la razón, es capaz de executar; que el testigo se ciñe únicamente a referir lo que él mismo ha presenciado, sin pasar a referir lo que ha oído a otros. (244)

 Que, habiendo sido llamado el deponente a las nueve y media, poco más o menos, del día treinta y uno de Agosto al hospital provisional de esta Ciudad a administrar la Santa Unción a una enferma, en cumplimiento de su ministerio de teniente de Vicario pasó a verificarlo inmediatamente que pudo desprenderse de unos que haceres precisos y, habiendo verificado en este momento el ataque, tubo a bien de aceptar el convite que le hizo de su habitación y mesa el señor don Joaquín Santiago de Larreandi (245), presbítero beneficiado de ésta, creyéndose en todo evento muy seguro a la sombra del mayor bienhechor que tubieron los prisioneros aliados durante su prisión, pero quedaron burladas sus esperanzas y el deponente, admirado al ver en un instante robar en su misma presencia todo lo que había de provecho en la habitación de dicho señor y pasar succesivamente a maltratar a las personas, matando al Alcaide José Ygnacio de Elizalde (246) y amenazando por tres veces al testigo: primero quando un granadero portugués agarró de la levita al difunto Elizalde con el fin de separarlo de su muger y familia, conociendo sus intenciones se metió de por medio, suplicando a dicho granadero suspendiera la execución de su proyecto contra dicho Elizalde hasta justificar eran ciertas y bien fundadas las quejas de los prisioneros contra el dicho, pues de lo contrario ninguna seguridad podía tener el hombre más virtuoso en su honrado proceder ni efecto las más sabias leyes establecidas para mantener el orden y proteger la inocencia, si un malvado con un falso testimonio pudiese, por quejas particulares, matar impunemente a su enemigo; que esta súplica, acompañada de esta libre y bien fundada reconvención que creía haría alguna fuerza, principalmente haciéndola uno que (aunque indigno) es ministro del Señor, produxo un efecto del todo contrario, pues, no contento con haberle injuriado de palabra, empezó a preparar la arma para matar al deponente, el que, no obstante, insistió en exponerle la deplorable situación a que iba a reducir a aquella pobre familia, que él, entonces más furioso, encaró el fusil al testigo, el que no tubo más remedio que pedir a algunos soldados portugueses intercedieran con el agresor a fin de salvar la vida al mencionado Elizalde; pero, habiendo conocido en el lloro y desconsuelo de la pobre muger y familia del difunto fueron infructuosas todas sus diligencias, pasó a socorrer al moribundo Elizalde con los auxilios espirituales, administrándole los Santos Sacramentos de la Penitencia sub-conditione (por haber quedado sin habla con los fuertes golpes que le dieron) y el de la Extrema Unción, en cuyo momento se vio por segunda vez el deponente expuesto a perder la vida.

 Rodeado de aquella tropa de infelices, empezó el deponente a administrar la Santa Unción al desgraciado, quando se vio acometido de un soldado, quien sin compasión ninguna empezó a pedir lo que tenían a todos los circunstantes y, por haberle dicho que aguardara hasta que finalizara la sagrada ceremonia, encaró el fusil al exponente y, si no hubiera sido por las mugeres con su lloro y dándole el poco dinero que tenían pudieron detenerle, que aquel hubiera sido el último momento de su vida; en este tiempo, habiendo al aposento donde se hallaba el presbítero don Joaquín Santiago de Larreandi con el santo fin de auxiliar al moribundo Elizalde y socorrerle con un poco de vinagre y vino generoso, que su caridad pudo proporcionarle por consejo de los de la casa, salió a otro aposento, pero cuál fue su dolor al ver entrar a breve rato en el mismo aposento al anciano señor don José Joaquín de Echanique (247), presbítero beneficiado, jubilado de ésta, quien, habiendo sido amenazado, pudo por una casualidad escaparse, abandonando su casa y refugiarse a la cárcel, en cuya compañía se vio por tercera vez amenazado el deponente.

 Que estaban, llenos de dolor, llorando la triste muerte del desgraciado Elizalde y la cruel conducta de las tropas aliadas, quando entró un soldado, pidiendo todo el dinero que teníamos; el testigo, que anteriormente le habían quitado el que tenía, le respondió que no tenía, uno de los circunstantes sacó alguna pequeña cantidad, la que no satisfizo la codicia suya, pues inmediatamente salió del quarto; en vista de esto se recogió el dinero, quando en este mismo momento entró el soldado, lleno de furor y rabia, pidiendo de nuevo dinero, y, por haberle repuesto el deponente no había más que el que anteriormente se le había ofrecido, encaró el fusil y pudo el deponente huir del golpe por haberse metido de por medio los señores que le acompañaban al testigo y haber burlado de este modo las ideas del soldado, quien descargó su rabia, disparando a la pared.

 Que, viendo que, según la conducta que observavan los aliados sería quasi imposible el salvar las vidas, si se perseveravan por más tiempo en aquel aposento, tomaron la determinación de subir a la quadra de los enfermos, en donde esperaban hallar seguridad, y, en efecto, no fue inútil esta diligencia, pues desde este momento no les inquietaron.

 Que fue grande el dolor que sintió su corazón sin poder saber de ningún modo la suerte de su pobre padre, pues, en vista del mal trato que le dieron, le consideraba en el otro mundo; y, aunque salió de este cuidado al tercer día, quando se reunieron en Rentaría, no obstante quedó su interior afligido, viéndole con el brazo vendado a resultas de tres bayonetazos que le dieron los aliados el segundo día del asalto.

 Al segundo, dixo que, mediante se hallaba como aislado en el Hospital, sin comunicación con el resto de la Ciudad, no puede saber nada de lo que se pasaba en ella; pero que, después, ha sabido de positivo ha perdido una parte muy considerable del vecindario de esta Ciudad parte en el incendio y parte de manos de los aliados.

 Al tercero, dixo que el incendio notó por primera vez a las nueve y media, poco más o menos, de la noche del día treinta y uno de Agosto e ignora quién lo pudo causar.

 Al quarto, dixo que el incendio se notó por primera vez en el centro de la Ciudad y que ignora la causa y el modo del incendio.

 Al quinto, dixo que, aunque a su salida vio arder varias casas, no vio a ningún aliado trabajar en ellas a fin de cortar el incendio ni tampoco pudo observar si impidieron a los paysanos el poner los medios para evitar la propagación del incendio por haber sido su salida muy precipitada.

 Al sexto, dixo que, por haber salido la tarde del día primero, no pudo observar la conducta de los aliados en los días que expresa este artículo, pero que ha oído a personas de crédito haber cometido los aliados bastantes atropellos y robos en los días siguientes a. la rendición del castillo.

 Al séptimo, dixo que, aunque los franceses hicieron fuego después de su retirada al castillo, le parece que todo él se dirigía contra los puestos abandonados (sic) de los aliados.

 Al octavo, dixo que ni vio ni ha oído el que los aliados hayan castigado a ningún soldado por los excesos cometidos en esta Ciudad.

 Al noveno, dixo que las casas que se han libertado del incendio serán unas quarenta y que éstas están contiguas al castillo y murallas.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que, después de leído, se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de treinta años, y en fe de todo, yo, el Escribano. Yturbe.

 José María de Bigas.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (243)José María Bigas Arritegui (Según Murugarren Arístegui), fue bautizado en la parroquia de San Vicente en 1783. Tenía una hermana, María Agustina,  cinco años menor que él. Sus padres fueron Gabriel de Bigas Gras (Natural de Barcelona), fallecido en Donostia el 26 de Febrero de 1828 a la edad de 92 años, y la donostiarra Francisca Xaviera de Arritegui. Era Teniente del vicario de la parroquia de San Vicente de Donostia en el momento del asedio. Tras el saqueo, se refugió junto a su padre en la localidad de Rentería.

Fue uno de los firmantes del Manifiesto de 1814, y Colector General del Muy Ilustre Clero de Guipúzcoa. Falleció hacia 1838.

 (244)Esta matización del testigo es importante, ya que se puede leer entre líneas que muchas declaraciones de los testigos no se ciñen únicamente a lo que ellos han visto, si no a lo que han oído.

 (245) Testigo nº 79. Fue el mayor benefactor de los prisioneros aliados, tanto heridos en el hospital de la parroquia de San Vicente, como de los internados en la cárcel situada en el antiguo convento de los Jesuitas de la calle Trinidad.

 (246)Se trata de José Ygnacio Elizalde Erausquin, natural de Donostia, que en ese momento se encontraba casado en segundas nupcias con Engracia de Ecenarro Yrarramendi (Natural de Asquizu). Tenía un hijo.

 (247) Era beneficiado de la parroquia de San Vicente Martir, y en ese momento se encontraba jubilado. Falleció con 83 años el 29 de Septiembre de 1821, celebrándose sus fuenrales en la Basílica de Santa María del Coro de Donostia.

 

Continuación de la Ynformación en la villa de Pasages

 Don Pablo Antonio de Arizpe, juez de primera ynstancia de esta Muy Noble y Muy Leal Provincia de Guipúzcoa, hago saber al sr. Alcalde Constitucional de la villa de Pasaxes y a qualquier Escribano de Su Magestad que ante mí se presentó una petición, cuyo tenor y el de su provehido es el siguiente:

 Señor Juez de primera instancia Vicente de Azpiazu Yturbe, en nombre y virtud de poder de don Antonio de Arruebarrena, Procurador Síndico del Ayuntamiento Constitucional de la Ciudad de San Sebastián y Comisionado especial suyo, según resulta del testimonio que en devida forma prestó y juró, parezco ante V. S., como mejor proceda de derecho, y digo:

 Que conviene a dicho Ayuntamiento recibir una ynformación de testigos al tenor del ynterrogatorio siguiente:

  Qué conducta obserbaron las tropas aliadas con los vecinos de San Sebastián el día del asalto, en su noche y días subcesibos.

Quántas y quáles personas han sido muertas y heridas.

Quándo se notó por primera vez el incendio y quién lo causó, esto es, si fueron los enemigos o los aliados los que incendiaron.

A qué casas se vio dar fuegos por quiénes, e qué día, de qué modo y con qué combustibles.

Si algunos de los aliados impidieron en algunas casas el apagar el fuego.

Si se cometieron dentro de la Ciudad y a su salida, algunas violencias y robos a los tres, quatro y ocho días después de la rendición del castillo.

Si los franceses tiraron sobre la Ciudad algunas bombas, granadas o proyectiles incendiarios desde que se retiraron al castillo.

Si es cierto han sido castigados algunos yndividuos de las tropas aliadas por los excesos cometidos en la Plaza de San Sevastián.

Quántas casas son las que se han livertado del incendio en qué parage de la Ciudad.

 Por tanto pido a V. S. se sirva mandar recibir la ynformación que ofrezco con los testigos que se presentaran y como éstos han de ser vecinos de esta Ciudad que se hallan dispersos en varios Pueblos inmediatos, mande también expedir los despachos necesarios con inserción del interrogatorio dirigido a los Alcaldes de esta Provincia e dando comisión a qualquier escribano de Su Magestad para que sean examinados a su tenor los testigos residentes en sus respectivas jurisdiciones, pues así procede de justicia, que pido, juro etc.

 Otrosí digo que conviene al Ayuntamiento recoger originalmente las ynformaciones que se recibieren y suplico a V. S se sirva mandar que, evacuadas, se me entreguen los despachos con las diligencias originales, pues también procede de justicia, que pido ut supra.

 Lizenciado Eguiluz.

 Antonio Arruebarrena.

 Vicente de Azpiazu. Yturbe.

 Recibase la ynformación que solicita esta parte, librándose los despachos cometidos a los Alcaldes Constitucionales de los Pueblos que designase al tiempo de la notoriedad de esta providencia y en quanto al otrosí como lo pide.

 Lo proveyó así el señor Juez de primera instancia de esta Provincia, en Tolosa a veinte y cinco de Octubre de mil ochocientos y trece. Arizpe.

 Ante mí, Manuel Joaquín de Furundarena.

 Por ende mando se guarde y cumpla lo preinserto.

 Fecho en esta villa de Tolosa a veinte y cinco de Octubre de mil ochocientos y trece.

 Arizpe.

 Por mandado de Su Señoría, Manuel Joaquín de Furundarena.

 En la villa de Pasages, vanda de España, a veinte y nuebe de Octubre de mil ochocientos y trece, enterádose el señor Alcalde de ella, don Evaristo Ymaz, del precedente Despacho, mandó se diese cumplimiento.

 Firmo y doy fe, Evaristo de Ymaz.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 En la villa de Pasages, vanda de Francia, a dos de Noviembre de mil ochocientos y trece, enterádose el señor Alcalde de ella, don Martín Zatarain, del precedente Despacho, mandó se diese cumplimiento.

 Firmo y doy fe, Martín de Zatarain.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 En la villa de Rentería, a dos de Noviembre de mil ochocientos y trece, haviéndose enterado el señor Alcalde de ella, don Juan Francisco Arteaga, del contenido del precedente Despacho, mandó se diese cumplimiento.

 Firmo y doy fe, Juan Francisco de Arteaga.

 Ante mí, Juan Arrieta.

  Ynformación

 Testigo 49:

 En la villa de Pasages, vanda de España, a veinte y nuebe de Octubre de mil ochocientos y trece, el señor Alcalde, don Evaristo Ymaz, por testimonio de mí, el Escribano Real y Numeral del Valle de Oyarzun, recibió juramento conforme a Derecho de Miguel Aguirre (248), residente en esta vida, que dijo tener quarenta años, testigo presentado por don Joaquín Gregorio de Goycoa, Comisionado a este intento por el Ayuntamiento Constitucional de la Ciudad de San Sevastián, quien prometió decir verdad y, siendo examinado al tenor del ynterrogatorio que precede, respondió:

 Al primer artículo, dijo que las tropas ynglesas y portuguesas, nuestras aliadas, asaltaron la Ciudad de San Sevastián a cosa del medio día del treinta y uno de Agosto último, y que, así el declarante como otros muchos, se presentaron a franquearles quanta tenían y podían, pero que a luego tubieron que esconderse, porque les empezaron a tirar tiros; que este día, la noche y días subcesibos continaron un saqueo cruel.

 Al segundo, dijo que sabe que fueron muertos Vicente Oyanarte, a quien ni aun quisieron permitir enterrarle, Felipe el chocolatero, el mozo de José el de Ataun, don Domingo de Goicoechea, sacerdote, y su dueña; y herido el mozo de la Posada de San Juan Ygnacio Gorostidi y otros. (249)

 Al tercero, quarto, quinto y sexto, dijo que no puede declarar con evidencia sobre su contenido.

 Al séptimo, dijo que no obserbó que los franceses, después que se hubieron retirado al castillo, tirasen bombas, granadas ni ningún proyectil incendiario a la Ciudad.

 Al octavo, dijo que no save ni ha oído que hayan sido castigados algunos individuos de las tropas aliadas por los excesos cometidos en la Plaza de San Sebastián.

 Al noveno, dijo que las casas que se han livertado del incendio de San Sevastián son las de la calle de San Telmo de la cera de la parte del castillo y algunas pequeñas, que están arrimadas a las murallas, y que nada más sabe sobre los artículos del ynterrogatorio y que lo declarado es verdad bajo del juramento hecho, en que se afirmó y ratificó; público y notorio en dicha Ciudad de San Sevastián , no firmó por decir no sabía, lo hizo su merced, dicho señor Alcalde Constitucional, de que doy fe.

 Evaristo de Ymaz.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (248) Murugarren cita que puede tratarse de Miguel Aguirre Ucelay, nacido en Ordizia el 7 de Mayo de 1767. Se casó en la parroquia de San Vicente con Francisca Antonia Aguirre Otarramendi el 20 de Diciembre de 1795. Tuvieron un hijo fruto de este enlace. Falleció el 26 de Enero de 1828, y sus funerales se celebraron en la Basílica de Santa María.

 (249) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 50:

 En la dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde recibió juramento conforme a derechos de Antonio María de Yraola (250), residente en ésta, que dijo tener treinta y quatro años, testigo presentado por dicho don Joaquín Gregorio de Goicoa, quien prometió decir verdad; y, siendo examinado al tenor de los artículos del interrogatorio que precede, respondió:

 Al primero, dijo que el día treinta y uno de Agosto, quando las tropas aliadas entraron en la Ciudad de San sevastián, observaron una conducta muy orrorosa, robando, saqueando y maltratando a los havitantes de ella.

 Que al declarante, sobre haverle quitado quanto tenía, le trataron muy mal y le cominaron con la muerte diferentes veces, porque les enseñase dónde havía dinero.

 Al segundo, dijo que sabe que en aquel desdichado día fueron muertos Felipe el chocolatero, Vicente Oyanarte, don Domingo Goicoechea, sacerdote, y su ama, y otros que no recuerda, y que algunos hubo eridos y muchos maltratados. (251)

 Al tercero, dijo que se notó el incendio de la Ciudad el siguiente día de la entrada de las tropas aliadas, sin que sepa quién le causó y si que no lo verificaron los enemigos.

 Al quarto, quinto y sexto, dijo que nada puede declarar con certeza.

 Al séptimo, dijo que no notó que los franceses tirasen a la Ciudad bombas, granadas ni proyectiles incendiarios desde que se retiraron al castillo.

 Al octavo, respondió que ni ha visto ni ha oído que hayan sido castigados algunos yndividuos de las tropas aliadas por los excesos cometidos en la Plaza de San Sevastián.

 Al noveno, dijo que las únicas casas que se han salbado del incendio de San Sevastián son las de la calle de San Telmo y éstas sólo de la cera que están a la parte del castillo, con algunas que están pegantes a la muralla.

 Y que nada más puede declarar sobre las preguntas que se le han hecho y que lo espuesto es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó y ratificó, público y notorio en dicha Ciudad; firmó a una con dicho señor Alcalde, de que doy fe.

 Evaristo de Ymaz.

 Antonio María de Yraola.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (250) Antonio María Yraola Arizcorreta, fue bautizado en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia el 14 de Marzo de 1781. Sus padres fueron Joseph Sebastián Yraola Ynzagarin e Ysabel Ariscorreta Aseigenolasa (sic).  Se casó en la misma parroquia el 16 de Enero de 1804 con Manuela Josepha Alberro Badiola, natural de Azpeitia, y fruto de este matrimonio nacieron seis hijos, dos posteriores al asalto y saqueo de la ciudad. En el momento de la tragedia , la más pequela Josefa Ramona, no llegaba a los tres años de edad.

 (251) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 51:

 En dicha villa, a los referidos, día, mes y año, recibió juramento conforme a Derechos el mismo señor Alcalde de José Joaquín Vázquez (252), residente en ésta, que dijo tener veinte y dos años, por presentación del dicho don Joaquín Gregorio de Goicoa, y prometió decir verdad, y, siendo examinado en orden a los artículos del interrogatorio que antecede, respondió:

 Que el treinta y uno de Agosto último, apenas entraron las tropas en la Ciudad de San Sevastián, empezaron a saquear las casas y que continuaron en lo mismo los quatro días que el declarante permaneció en ellas; que le maltrataron sobre manera por el fin de que les manifestase en dónde se encontraría dinero y que, al fugarse de sus manos, le tiraron hasta tres tiros.

 Al segundo, respondió que sabe que en aquel lance fueron muertos Felipe el chocolatero, Vicente de Oyanarte, don Domingo de Goicoechea y su ama, y que también hubo algunos heridos. (253)

 Al tercero, respondió que, después que entraron los aliados en San Sevastián, el incendio se notó a cosa de las once de la noche del día, en que entraron; que no sabe quién le causó, pero sí que los enemigos se hallaban en el castillo.

 Al quarto, respondió que nada puede declarar con evidencia.

 Al quinto, respondió que el declarante y otros les embarazaron apagar el incendio de una casa los portugueses.

 Al sexto, respondió que, aunque salió de la Ciudad, a luego que permitieron los aliados, volvió a ella, y save por haver visto y experimentado que, después de la rendición del castillo, continuaron cometiendo los mismos excesos que a la entrada dichos aliados. (254)

 Al séptimo, respondió que sabe que los franceses, después que se retiraron al castillo, tiraron granadas y balas al muelle, pero que no observó que tirase a la Ciudad.

 Al octavo, respondió que no ha visto ni oído que se haya castigado a ninguno de los aliados por excesos cometidos en San Sevastián.

 Al noveno, dixo que las únicas casas que se han livertado del incendio de la Ciudad de San Sevastián son las de la calle de San Telmo y cera que cae a la parte del castillo, las dos Parroquias, que también están a aquella parte, y algunas otras pequeñas, bajo la muralla.

 Y que nada más puede declarar, sino lo dicho; que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó, retificó y firmó a una con su merced, dicho señor Alcalde, de que doy fe.

 Evaristo de Ymaz.

 José Joaquín de Vázquez.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (252) No hay datos sobre este testigo.

 (253) Ver pie de página nº 12.

 (254) En este testimonio se menciona que los franceses dispararon alguna granada contra la zona del muelle. Podría ser que intentasen impedir o dificultar alguna descarga de materiales desde alguna unidad naval aliada amarrada al puerto, pero esto es una mera conjetura.

 Testigo 52:

 En seguida, en dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde recibió juramento conforme a Derecho de José de Echeverría (255), residente en ésta, que dixo tener cincuenta años, testigo presentado por el expresado Goicoa, y prometió decir verdad, y, siendo examinado al tenor de los artículos insertos en el interrogatorio que antecede, respondió:

 Al primero, respondió que, quando entraron los aliados en San Sevastián, salió al balcón y a luego tubo que retirarse, porque le tiraron varios balazos; que en su casa todo fue robo, saqueo y maltratamiento, y que, según tiene entendido, lo mismo sucedió en toda la Ciudad.

 Al segundo, respondió que sabe que fueron muertos Vicente Oyanarte, Felipe el chocolatero, el criado de José de Ataun, don Domingo Goicoechea y su ama; y heridos el mozo de la Posada de San Juan, Ygnacio Gorostidi y criada de Marcos de Lafont. (256)

 Al tercero, respondió que el incendio de la Ciudad se notó la noche que entraron los aliados y que no sabe quál fue la primera casa incendiada ni quién le causó, aunque se persuade que no serían los enemigos, por quanto se retiraron mucho antes al castillo.

 Al quarto, respondió que nada puede declarar con certeza sobre su contenido ni a los artículos quinto y sexto.

 (257)

 Al séptimo, respondió que no observó que los franceses huviesen tirado a la Ciudad bombas, granadas ni proyectiles incendiarias.

 Al octavo, respondió que no ha visto ni ha oído que se hubiesen castigado a los aliados ni ha ninguno de ellos por los excesos cometidos en San Sevastián.

 Al noveno, respondió que las únicas casas que se han salbado del incencio en dicha son las de la cera que cae acia el castillo de la calle de San Telmo, algunas pequeñas al pie de las murallas y las dos Parroquias, que están también por la parte del castillo.

 Y que nada más puede declarar sobre el particular, sino lo dicho, que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó, ratificó y firmó a una con sumerced, el señor Alcalde, de que doy fe.

 Evaristo de Ymaz.

 José de Echeverría.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (255) D. Joseph Echeverría Goicoechea fue bautizado en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia el 6 de Noviembre de 1763. Sus padres fueron Miguel Antonio Echeverría Corcora y María Luisa Goicoechea Garayalde. Fue uno de los firmantes del Manifiesto de 1814.

 (256) Ver pie de página nº 12.

 (257) Faltan las preguntas quinta y sexta.

Testigo 53:

 En dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde recibió juramento conforme a Derecho de Antonio de Alverdi (258), residente en ésta, que dijo tener quarenta, y siete años, testigo presentado por el expresado Goicoa, quien prometió decir verdad, y, examinado en orden a los artículos del interrogatorio que precede, respondió:

 Que quando las tropas aliadas entraron en la Ciudad de San Sevastián, cometieron los mayores excesos, robos, saqueos y violencias hasta matar y herir impunemente a sus havitantes, al paso que a los enemigos que cogieron los trataban con la mayor atención; que al declarante, después de haverle despojado de quando tenía, el relox de faltiquera, dos onzas y media y otras monedas de plata que traya consigo, le desnudaron y, puesto de rodillas, resolvieron matarle y lo evitaron a fuerza de los tristes clamores de su muger; que, haviendo librado de este lance, tubo que andar errante por los tejados a una con dos hijas suyas.

 Al segundo, respondió que los muertos en esta ocasión son José Larrañaga, Felipe Plazaola, Domingo Goicoechea y su dueña, y heridos el declarante, Martín Echave y otros, así muertos como heridos, que no recuerda. (259)

 Al tercero, quarto, quinto y sexto, respondió que nada puede declarar, por quanto salió de la Ciudad quando permitieron los aliados y no le dejaron bolber a entrar posteriormente.

 Al séptimo, respondió que no observó que los franceses tirasen sobre la Ciudad bombas ni proyectiles incendiarios desde el castillo.

 Al octavo, respondió que no sabe ni ha oído que haya sido castigado ninguno de los aliados por excesos cometidos en San Sevastián.

 Al noveno, respondió que las únicas casas que se han livertado del incendio en dicha Ciudad son las de la calle de San Telmo y éstas de la cera que cae a la parte del castillo, las dos Parroquias, que también están a aquella parte y algunas otras pequeñas, contiguas a las murallas.

 Y que nada más puede declarar, sino lo dicho, que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó y ratificó. No firmó, por decir no sabía. Lo hizo su merced el señor Alcalde y en fe de ello yo, el Escribano.

 Evaristo de Ymaz.

 Ante mí, Juan Arrieta,

 (258) D. Antonio Alberdi Gárate fue bautizado en la parroquia de Nuestra Sra. De la Asunción de Azcoitia el 8 de Enero de 1766. Sus padres fueron Ygnacio Alberdi Arteche y Theresa Gárate Albisu. Se casó en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia el 31 de Octubre de 1791 con María Yldefonsa Murua Miranda, con la que tuvo trece hijos, la más pequeña de las cuales tenía año y medio en el momento del saqueo de la ciudad. Falleció el 15 de Junio de 1832, celebrándose sus funerales en la parroquia de San Vicente de Donostia.

 (259) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 54:

 En la villa de Pasages, banda de Francia, a dos de Noviembre de mil ochocientos y trece, el señor Alcalde Constitucional, don Martín de Zatarain, por testimonio de mí, el Escribano Real y Numeral del Valle de Oyarzun, recibió juramento conforme a Derecho de don Agustín de Ramón (260), vecino de San Sevastián, residente en ésta, que dijo tener veinte y quatro años, testigo presentado por don Joaquín de Goicoa, Comisionado a este yntento por el Ayuntamiento Constitucional de la expresada Ciudad, quien prometió decir verdad, y, examinado al tenor de los artículos del interrogatorio que precede, respondió:

 Al primero, dijo que a luego que las tropas aliadas entraron en la Ciudad de San Sevastián, a pesar de que sus havitantes se les presentaban contentos y liberales, como a sus libertadores, cometieron y continuaron cometiendo toda clase de excesos y violencias, saqueando, robando, violando, hiriendo y aun matando a varias personas; que el declarante, con otras once personas, pudo salbarse en una bodega y que una criada, que se descuidó, tubo que sufrir toda clase de maltratamiento y violencias, como igualmente un carpintero, que a la sazón se hallaba en casa; que, según tiene entendido, su conducta fue igual los días sucesibos hasta que enteramente quedó abrasada la Ciudad, ecepto algunas casas.

 Al segundo, dijo que tiene entendido fueron muertos en aquel lance José Larrañaga, Felipe Plazaola, don Domingo Goicoechea, sacerdote, y la dueña, y Martín Echave y otros. (261)

 Al tercero, quarto, quinto y sexto, dijo que nada puede declarar, porque de su guarida, salió de la Ciudad y no ha buelto a ella.

 (262)

 A la séptima, respondió que no observó ni ha oído que los franceses hubiesen tirado bombas, granadas ni proyectiles incendiarios a la Ciudad después que se retiraron al castillo.

 Al octabo, respondió que no ha sabido que huviesen sido castigados algunos de los aliados por los excesos cometidos en San Sevastián.

 Al noveno, respondió que, según tiene entendido, sólo se han salvado del incendio las casas de la cera de la calle de San Telmo, que cae a la parte del castillo, las dos Parroquias, que también están a aquel lado, y algunas pequeñas al pie de las murallas.

 Y que nada más puede declarar sobre el particular, sino lo referido, que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que firmó, ratificó y firmó a una con su merced el señor Alcalde, de que doy fe.

 Martín Zatarain.

 Agustín de Ramón.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (260) D. Agustín Basilio Ramón y Segura Alcain, fue bautizado en la parroquia de San Vivente Martir de Donostia el 6 de Marzo de 1788. Sus padres fueron Joan Ramon y Segura, natural de Copons (Barcelona), y la donostiarra María Theresa Alcain Baraibar, casados en la misma parroquia el 7 de Enero de 1782. En 1831 fue Diputado del Común. Falleció el 13 de Agosto de 1840, y sus funerales se celebraron en la parroquia de San Vicente Martir de San Sebastián.

 (261) Ver pie de página nº 12.

 (262) Faltan las preguntas cuarta, quinta y sexta.

 Testigo 55:

 En dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde recibió juramento conforme a Derechos de don Juan Bautista Goñi (263), vecino de San Sevastián, residente en ésta, que dijo tener sesenta y siete años, testigo presentado por el expresado Goycoa, quien prometió decir verdad y, examinado en orden a los artículos del interrogatorio, respondió:

 Al primero, dijo que, quando los aliados entraron en la Ciudad, sus havitantes, llenos de jóvilo y con vivas aclamaciones de contento, salieron a recibirles, pero que, a luego tuvieron que retirarse, porque les trataban peor que a sus enemigos; que fue horroroso el saqueo aquel día, su noche y días succesibos hasta que hubo qué robar, muchos los atropellamientos, violencias, muertes, heridas y violaciones; que en la casa en donde se hallaba el declarante entraron primeramente los yngleses, quienes le despojaron de quanto tenía y le maltrataron hasta conminarle con la muerte a fin de que manifestase más dinero; que, a luego que éstos salieron, llegaron los portugueses y tubo que sufrir de ellos iguales violencias, y que así siguieron todo el día la alternatiba.

 Al segundo, respondió que tiene entendido fueron muertos en aquel lance don Domingo de Goicoechea, sacerdote, y su dueña, Marcon Lafon y su ama, la muger del cirujano, llamado Biquendi, Felipe el chocolatero, el herrador, que asistía a la Posada de San Juan y otros muchos así barones como hembras y heridos el mozo de la misma posada de San Juan y otros varios. (264)

 Al tercero, respondió que por primera vez el incendio se notó a la noche del día que los aliados entraron en la Ciudad por la parte de la Tripería (265), cerca de la brecha, y presume, por quanto los enemigos se hallaban en el castillo, que el incendio le causaron los aliados.

 Al quarto y quinto, respondió que nada sabe.

 Al sexto, respondió que, a los dos días de la entrada de los aliados en la Ciudad, salió de ella y vio que no permitían extraer nada; a los habitantes y a los que salían les despojaban de quanto llebaban y tiene entendido que continuaron lo mismo los día sucesibos, dejando a algunas personas en el estado más indecente.

 Al séptimo, respondió que no obserbó que los franceses tirasen sobre la Ciudad bombas, granadas ni proyectiles incendiarios desde que se retiraron al castillo.

 Al octabo, respondió que ni ha visto ni oído que se huviese castigado a ningún individuo de los aliados por excesos cometidos en la Ciudad.

 Al noveno, respondió que las casas que se han salvado en la Ciudad del incendio son las de la calle de San Telmo, de la cera que cae a la parte del castillo, las dos Parroquias, que también están a aquel lado, y algunas otras al pie de las murallas.

 Y que nada más puede declarar sobre el particular, sino lo dicho, que todo es verdad bajo juramento hecho, en que se afirmó, ratificó y firmó a una con su merced el señor Alcalde, de que doy fe.

 Martín Zatarin.

 Juan Bautista de Goñi.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (263) D. Juan Bautista Manuel Goñi Hogenares, fue bautizado en la parroquia de San Vicente Maryir de Donostia el 1 de Enero de 1748. Sua padres eran Fernando Goñi Bruinigo y Agueda Theodora Hogarenes Wessens Hebbink. Se casó el 17 de Enero de 1780 en el mismo templo con Josepha Antonia Muñoa Lizarza. Fruto de este matrimonio tuvieron un hijo el año 1789. Fue uno de los firmantes del Manifiesto de 1814. Falleció el 20 de Noviembre de 1824, y sus funerales se celebraron en la Basílica de Santa María de San Sebastián.

 (264) Ver pie de página nº 12.

 (265) La puerta de la Tripería formaba parte del antigo cerco medieval de la ciudad. Se encontraba al inicio de la calle San Gerónimo o de “La Escotilla”.

 Testigo 56:

 En dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde recibió juramento conforme a Derecho de don José Antonio de Zavala (266), vecino de San Sevastián, residente en ésta, que dijo tener quarenta y quatro años, testigo presentado por el expresado señor Goicoa, quien prometió decir verdad, y, examinado en orden al interrogatorio que precede, respondió:

 Al primer artículo, respondió que los aliados, quando entraron en la Ciudad de San Sevastián, obserbaron la conducta más cruel y horrorosa, porque todo fue saqueo, violación de mugeres, maltratamientos, violencias, heridas y muertes, y que lo mismo continuaron los días sucesibos; que al declarante, después de haverle quitado quanto tenía, determinaron quitarle la vida y se libertó con una herida leve en la tetilla yzquierda.

 Al segundo, respondió que fueron muertos en aquella ocasión Felipe el chocolatero, don Domingo Goicoechea y su ama, el carcelero o Alcalde, Janora; heridos, el que llamaban espadero y otros muchos, así varones como embras. (267)

 Al tercero, respondió que el incendio se notó al anochecer del día en que entraron los aliados en la Ciudad y presume que le causaron éstos, porque los enemigos se hallaban en el castillo.

 Al quarto, respondió que la casa que fue incendiada cree ser la primera la de la viuda de Echeverria, nombrada de Soto, y que nada más sabe sobre el particular, sino lo dicho en el precedente artículo.

 Al quinto, respondió que nada sabe.

 Al sexto, respondió que a los tres días y los sucesibos a la entrada de los aliados en la Ciudad todos fueron iguales mientras que tubieron qué robar y que al declarante le robaron un baúl al tiempo que pasaba de una casa a otra.

 Al séptimo, respondió que no obserbó que los franceses huviesen tirado, después que se retiraron al castillo, bombas, granadas ni proyectiles incendiarios a la Ciudad.

 Al octabo, respondió que ni ha visto ni oído que por los excesos cometidos por los aliados en San Sevastián se huviese castigado a ninguno de ellos.

 Al noveno, respondió que las casas que se han salvado del incendio de San Sevastián son las de la calle de San Telmo y cera que cae a la parte del castillo y las dos Parroquias, que caen al mismo lado, y algunas pequeñas, que están arrimadas a las murallas.

 Y que nada más puede declarar sobre el particular, sino lo referido, que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que se firmó, ratificó y firmó a una con el señor Alcalde, de que doy fe.

 Zatarain.

 José Antonio de Zazala.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (266) D. Joseph Antonio Zavala Muesca, fue bautizado el 28 de Abril de 1768 en la parroquia San Andrés Apóstol de Berrobi. Sus padres fueron Juaquin Zavala Gazpio y María Vicenta Muesca Salverredi. Se caso el 3 de Noviembre de 1802 en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia con María Carmen Fayarts Añorga, natural de Pasajes. Fruto de este matrimonio nació un niño en 1803.

 (267) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 57:

 En dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde recibió juramento conforme a Derecho de don José Matio Abalía (268), vecino de San Sevastián, residente en ésta, que dijo tener quarenta y dos años, testigo presentado por el insinuado señor Goicoa, quien prometió decir verdad, y, siendo examinado al tenor de los artículos del interrogatorio que precede, respondió:

 Al primero, respondió que la conducta que observaron las tropas aliadas con los vecinos de San Sevastián el día del asalto, en su noche y días succesibos fue muy horrorosa, pues, sobre haver abandonado los tristes havitantes sus haciendas, no podían salvar sus vidas.

 Al segundo, respondió que entre las personas muertas en aquella ocasión se cuentan Felipe el chocolatero, Vicente Oyanarte, don Domingo Goicoechea y su ama y otros muchos heridos y maltratados. (269)

 Al tercero, respondió que se notó por primera vez el incendio la noche del día que entraron los aliados en la Ciudad y que nada más sabe sobre su contenido.

 Al quarto, y quinto, respondió que nada puede declarar con evidencia, sobre su contesto.

 Al sexto, respondió que, según tiene entendido, que, así dentro de la Ciudad como a su salida, se cometían las mismas violencias y robos que los primeros días y los succesibos.

 Al séptimo, respondió que no observó que los franceses hubiesen tirado, después que se retiraron al castillo, bombas, ralladas ni proyectiles incendiarios a la Ciudad.

 Al octabo, respondió que no ha visto ni oído que se uviese castigado a ningún yndividuo de los aliados por excesos metidos en la Ciudad de San Sevastián.

 Al noveno, respondió que las casas que se han salvado el incendio de San Sevastián son las de la calle de San Telmo y sóla las de la cera que cae a la parte del castillo, las dos Parroquias algunas pequeñas, que están al pie de las murallas.

 Y que nada más puede declarar sobre el particular, sino lo referido, que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó, ratificó y firmó a una con su merced el señor Alcalde. de que doy fe. Zatarain.

 José Mateo (sic) de Abalia.

 Ante mí, Juan Arrieta.

(268) “En 1834 murió un José Mateo Abalia Igueltz, con 72 años de edad, que bien pueden estar confundidos por el oido del escritor de partidas, en lugar de 62, y que era natural y residente en San Sebastián, y casado con Doña Nicolasa Zozaya, en 1784. Era feligrés de San Vicente.” (MURUGARREN, L. “1813 San Sebastián incendiada. Británicos y Portugueses”. Instituto del Doctor Camino. Donostia. 1993). Frutode este matrimonio nacieron dos hijos. Fue uno de los firmantes del “Manifiesto sobre la conducta de las tropas británicas y portuguesas el 31 de Agosto de 1813 y días sucesivos”(Cfr. ANABITARTE, Baldomero, Colección de documentos históricos del Archivo Municipal de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, 308-318). A.M.S.S., Sec. E, Neg. 5, Serie III,Lib. 2, Exp. 3 y Rev. Euskal-Herria, vol. 69, 183 ss.

 (269) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 58:

 En dicha vidas a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde Constitucional recibió juramento por Dios Nuestro Señor y una señal de cruz, conforme a Derecho, de Ygnacio Gorostidi (270), vecino de San Sevastián, residente en ésta, testigo presentado por el referido señor Goicoa, quien prometió decir verdad, y, examinado en orden a los artículos del interrogatorio que precede, respondió:

 Al primero, dijo que es casi imposible el pintar la horrorosa y cruel conducta que observaron los aliados con  los vecinos en San Sevastián el día del asalto, su noche y días succesivos, que por todas partes no se oyan sino clamores de hombres, mugeres y niños; que al declarante, después de haverle robado quanto tenía, le hirieron por tres partes (271), a una niña suya de ocho años (272) la hirieron también en la cabeza y le llebaron un dedo de un balazo y a otra niña de cinco días (273) la tiraron de su cuna y le huvieran muerto, si los clamores y súplicas de algunas mugeres no la hubiesen arrancado de sus manos; no contento con esto, añade que le ataron y, teniéndole apuntado con un fusil, la forzaron a su presencia; que iguales violencias cometieron con todos los de casa sin tener la menor consideración con los menores.

En el plano de Ugartemendia aparece una casa a nombre de Ygnacio Gorostidi en el nº 221 de la calle San Juan.

Al segundo, respondió que sabe que fueron muertas tres mugeres en la calle de Toneleros número 275, José el chocolatero, Campos el que cuidaba del alumbrado, el nombrado Pelucas o Altuna, con otros muchos, y heridos dos mugeres, que vivían inmediato a su casa, la Micaela, cuñado del nombrado Conde, con otras infinitas personas. (274)

 Que el incendio se notó la misma noche del día en que entraron los aliados en la Ciudad y nada más sabe sobre el particular, ni sobre los artículos quarto y quinto.

 Al sexto, respondió que, así en la Ciudad como a su salida, cometían toda clase de violencias los aliados a los tres y días sucesivos de su entrada; que al declarante, al tercer día, le quitaron, en el que fue Barrio de San Martín, extramuros de la Ciudad, tres mil y quinientos pesos, dos reloxes, uno en oro y otro de plata, y otras alajas.

 Al séptimo, respondió que no notó que los franceses, desde que se retiraron al castillo, hubiesen tirado a la Ciudad bombas, granadas ni proyectiles incendiarios.

 Al octabo, respondió que no ha visto ni oído que se huviese castigado a ningún yndividuo de los aliados por excesos cometidos en San Sevastián.

 Al noveno, respondió que las casas que se han salvado en la Ciudad del incendio son las de la calle de San Telmo y cera que está acia el castillo, las dos Parroquias, que están a la misma parte, y algunas pequeñas al pie de las murallas.

 Y que nada más puede declarar sobre el particular, sino lo referido, que todo es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó, ratificó y firmó a una con su merced, dicho señor Alcalde, de que doy fe. Zatarain.

 Ygnacio Gorostidi.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (270) Ygnacio Gorostidi Aramburu, fue bautizado en la parroquia de Santa María de Tolosa el 15 de Septiembre de 1773. Sus padres fueron Miguel Antonio Gorostidi Mendiola y Ana Antonia Aramburu Aldasoro. Casó con Juana Josefa Ugarrechena Echegaray, con la que tuvo tres hijos, todos ellos bautizados en  la donostiarra parroquia de San Vicente Martir. Era el mozo y cebadero de la posada de San Juan, en la que sucedieron terribles escenas. Tras el saqueo huyó a Pasajes, donde testimonió.

 (271) De las tres heridas fueron al menos dos por bala. Seguramente se trate del mozo al que tuvieron que amputarle el brazo según el testigo nº22, aunque es extraño que no esté mencionado este detalle tan importante en su testimonio.

 (272) José Agustín Gorostidi Ugarrechena, bautizado en la Basílica de Santa María el año 1803 (Se desconoce la fecha exacta). En el testiminio aparece como una niña, aunque sin duda debe tratarse de un error.

 (273) Agustín Gorostidi Ugarrechena, bautizado en San Vicente el 24 de Agosto de 1813.

 (274) Ver pie de página nº 12.

 Testigo 59:

 En dicha villa, a los referidos día, mes y año, el mismo señor Alcalde Constitucional recibió juramento, conforme a Derecho, de Domingo Conde (275), vecino de San Sevastián, residente en ésta, que dijo tener quarenta y seis años, testigo presentado por el mismo señor Goicoa, quien prometió decir verdad, y, siendo examinado al tenor del interrogatorio que procede, respondió:

 Al primero, respondió que son inesplicables los horrores que cometieron las tropas aliadas en la Ciudad de San Sevastián y sus havitantes el día del asalto, su noche y días sucesibos; que al declarante, atado con una cuerda por el pesquezo, le condugeron por todas las calles, enseñándoles dónde se hallaba aguardiente y demás cosas; que a tiros batían las puertas y ventanas que hallaban cerradas; que le despojaron hasta el extremo de quitarle la camisa y salió herido de bala y bayoneta, y que lo mismo hicieron con todos los de su casa y otras muchas, hasta dejar desnudas a las mugeres; que su cuñada (276) salió con dos balazos, el uno por la mano, del que ha quedado inutilizada, y la otra por la espalda.

 Al segundo, respondió que son y fueron muchas las personas que fueron muertas y heridas aquellos días y recuerda de Campos, el hermano de la viuda de Magra y el suizo. (277)

 Al tercero, respondió que el incendio se notó la primera noche que los aliados entraron en la Ciudad.

 Al quarto, respondió que el declarante vio dar fuego a la casa de la viuda de Soto y en el Puyuelo a la de Zavala por los aliados sin que sepa si fue con pólvora o algún otro mixto, porque se hallaba algo distante.

El testigo menciona el primer incendio que se declaró en el atardecer del 13 de agosto coincidiendo con la mayoría de los testigos (1), y posteriormente menciona que vio dar fuego también a la casa de Zavala de la calle Puyuelo. En esa calle José Ramón Zabala poseía los números 297 y 298 (2) y el nº 506 más cercano al puerto (3).

Al quinto, respondió que nada sabe.

 Al sexto, respondió que el declarante salió de la Ciudad al segundo día, pero tiene entendido que, a los tres, quatro días siguientes después de la rendición del castillo, cometían los aliados los mismos desórdenes, excesos y violencias, no sólo en la Ciudad, sino en sus arrabales, no permitiéndoles a los havitantes llebarse cosa alguna.

 Al séptimo, respondió que no observó que los franceses huviesen tirado bombas, granadas o proyectiles incendiarios desde que se retiraron al castillo.

 Al octavo, respondió que no sabe ni ha oído que ningún individuo de las tropas aliadas huviese sido castigado por excesos cometidos en San Sevastián.

 Al noveno, respondió que las casas que se han libertado del incendio son únicamente las de la calle de San Telmo y éstas, las de la cera que está a la parte del castillo, pues de la otra cera no quedó ninguna, y algunas pequeñas, que se hallaban contiguas a las murallas.

 Y que todo lo declarado es verdad bajo el juramento hecho, en que se afirmó, ratificó y firmó a una con su merced, el señor Alcalde, de que doy fe. Martín de Zatarin.

 José Domingo Conde.

 Ante mí, Juan Arrieta.

 (275) Casado en primeras nupcias con Josepha Aguirrezabal Arizmendi en la parroquia de San Vicente el 20 de Junio de 1791, y en segundas nupcias con Teresa Ocain, con la que tuvo tres hijos bautizados en la misma parroquia, dos de los cuales son posteriores a los hechos. Tras el saqueo huyó a Pasajes donde atestigua. Falleció con 72 años de edad el 2 de Abril de 1819, y sus funerales se celebraron en la parroqia de San Vicente.

 (276) Según Murugarren podría tratarse de Micaela Aguirrezabal, por lo que sería la hermana de la mujer del primer matrimonio del testigo.

 (277) Ver pie de página nº 12.

 

FDO. JOSÉ MARÍA LECLERCQ SÁIZ