Testigo 20:
Don José Francisco de Echanique (99), testigo presentado jurado siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo que se halló dentro de la Ciudad durante el sitio con su hijo, el sacerdote, y que ambos, llenos de gozo, vieron entrar, a las dos de la tarde del día treinta y uno de Agosto, a los aliados por la calle Mayor, donde vivían (100), en seguimiento de los franceses, que se retiraron desordenadamente al castillo; que, habiendo notado que, al paso que entraban en la calle, disparaban a las puertas, balcones y ventanas, mandó su hijo abrir la puerta, Y, habiendo entrado, empezaron a saquear y robar, tirándose sobre quatro mugeres que se habían refugiado allí, despojándolas primero de los pendientes y luego queriéndolas violar; que el deponente, lleno de pavor, se escondió en un rincón hasta que le llamó su hijo y baxaron a la calle, donde, no hallando tampoco seguridad, se metió en casa y allí fue asaltado de unos soldados que, habiéndole despojado de todo, le quisieron matar y le pusieron de rodillas con ese fin y debió la vida a un oficial que acudió a los lloros de las mugeres; que, por último, por salvar la vida, tubieron que subir al texado, donde pasaron la noche, que fue de las más horrorosas, pues no se oían sino lamentos, gritos y tiros dentro de las casas, y, quando la mañana siguiente se dio licencia para salir, salió como pudo, habiendo perdido quanto tenía.
Al segundo, dixo que no es fácil averiguar el número de los muertos, ya por la actual dispersión de las familias de San Sebastián, como por haber quedado sepultados en las casas arruinadas muchos; pero los que han llegado a su noticia son don Domingo de Goycoechea, doña Xaviera Artola y don José Miguel Magra. (101)
Al tercero, dixo que, quando entraron los aliados en la Ciudad, no había fuego en ella y se notó por primera vez en la casa de la viuda de Soto o Echeverría, en las quatro esquinas de la calle Mayor, y no pudieron causar los franceses que se hallaban retirados al castillo.
Al quarto, dixo que, el día primero de Septiembre, él y su hijo vieron, a cosa de las tres y media de la mañana, que unos soldados aliados, rota con una acha la puerta de la calle, entraron en la casa contigua a la del señor Michelena, y pegaron fuego a la sala de la tercera habitación, que en seguida baylaron a la luz de la llama y no salieron de dicha casa hasta que tomá bastante cuerpo el fuego; que no puede decir de qué combustibles se valieron, sólo sí que el humo que salía de la sala era de color de azufre obscuro.
Al quinto, dixo que ignora su contenido.
Al sexto, dixo que vio, al tiempo de su salida, a la once de la mañana del primero de Septiembre, que los soldados, a la Puerta de la Ciudad y aun fuera de ella, arrancaron a varias mugeres los pocos efectos que pudieron salvar.
Al séptimo, dixo que no ha visto ni oído que los franceses tirasen sobre la Ciudad bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria desde que se retiraron al castillo.
Al octavo, dixo que no ha visto ni oído que ningún soldado aliado haya sido castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.
Al noveno, dixo que no habe quántas son las casas que no han sido incendiadas y existen hoy, pero sí que son pocas y que las más de ellas están situadas al pie del castillo.
Todo lo qual declaró por cierto bazo del juramento prestado y en ella se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de setenta años cumplidas, y en fe de todo, yo, el Escribano. Yturbe.
José Francisco de. Echanique.
Ante mí, José Elías de Legarda.
(99) José Francisco Echanique Balaunzarán, fue bautizado en la parroquia de San Vicente Martir el 8 de Febrero de 1745. Sus padres fueron Francisco y María Jossepha (sic). Casado con Joana Thomasa Rezaval Mañaranegui en la parroquia San Juan Bautista de Hernani el 16 de Julio de 1769. Tuvieron cuatro hijos, todos bautizados en esa misma localidad de Hernani. Uno de ellos, José Ramón, fue presbítero y tetificó con el número 8.
Falleció el 10 de Enero de 1824, con 79 años de edad, y sus funerales se celebraron en la parroquia de San Vicente.
(100)C/Mayor nº 547.
(101) Ver pie de página nº 12.
Testigo 21:
José Ygnacio Aguirresarobe (102), vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo que el testigo quedó durante el sitio, cuidando de la casa de don José de Bermingham, sita en el extremo de la Ciudad, la última yendo al castillo por enfrente del muelle, que radica al pie del mismo castillo, y que llegaron las tropas aliadas a aquel parage a eso de las tres o tres y media de la tarde del treinta y uno de Agosto, después de desalojar las franceses del atrio de Santa María y haberse retirado aquéllos al castillo, cerrando el rastrillo inmediato a la casa ya citada; que luego entraron en la casa y arrancaron al testigo seis pesetas que tenía y unos calzones nuevos de paño, y en seguida empezaron a robar quanta había, siendo efectos de mucho valor los que sacaron de un quarto cerrado, así como de los almacenes, rompiendo espejos, escritorios y muchos muebles preciosos en presencia de varios oficiales, que no tomaron ninguna providencia para contener este desorden sin embargo de estar el enemigo encima, que tiraba a las ventanas y aun mató algunos, pero los aliados más cuydaban de robar y beber innumerables botellas que había en la casa de vino francés
y generoso, que de dar frente a los franceses; que, a la noche, no quedó ningún oficial en la casa y los soldados, enteramente embriagados, quisieron matar al deponente, a su compañero, muger y criada, y tubieron que esconderse en un sotarráneo por salvar la vida y libertarse las mugeres de ser forzadas, como lo intentaron; que allí pasaron la noche hasta las nueve de la mañana siguiente, a cuya hora subieron a la casa y notaron que seguía el saqueo, que duró también todo este día primero de Septiembre y a la noche y aun el día dos, en cuyo día, a las nueve de la mañana, salió con su muger de la Ciudad al caserío de Ayete a encontrar a su amo, don José de Bermingham, y de allí a Aya a informarle de lo ocurrido, desde donde volvió el día quatro a esta Ciudad y a la misma casa.
Que desde ella sintió la primera noche los clamores y gritos de las mugeres de las vecindades que eran violadas.
Al segundo, dixo que no tiene noticia de más muertos que el Presbítero don Domingo de Goycoechea, de Felipe Plazaola y de José Larrañaga, y de heridos José Landa, José Antonio Alberro y otro herrero, herido de bala.(103)
Al tercero, dixo que desde el fuego que se apagó por Julio no hubo ninguno en la Ciudad hasta después que entraron los aliados y lo notó por primera vez al anochecer del día treinta y uno de Agosto desde la azotea de la casa y vio que ardían algunas casas de la calle Mayor; que este fuego, por estar los franceses hacía muchas horas en el castillo y por lo que él mismo, vi después, fue causado por los aliados.
Al quarto, dixo que, como lleva declarado, volvió e testigo a la Ciudad desde Aya el quatro de Septiembre, en cuyo día estava ya ardiendo la calle de enfrente del muelle y desde la casa de su ama vio que, al anochecer de dicho día, cinco yngleses dieron fuego, a la casa de enfrente, perteneciente a don Pío de Elizalde, desde el desván con un tizón largo; que el fuego era de actividad que, siendo así que dicha casa era muy sólida y grande, se abrasó toda en aquella noche; también vio dar a los yngleses fuego el diez de Septiembre, después que entró en la Ciudad Magistrado, el convento de Santa Teresa, contiguo a la casa de que cuydaba el deponente, y por orden del señor Alcalde don Miguel Antonio de Bengoechea trabajó el testigo con otros quatro compañeros en apagar dicho incendio.
Al quinto, dixo que ignora su contenido.
Al sexto, dijo que el cinco de Septiembre, habiendo salido el testigo con un fardo de efectos muy preciosos de la casa que cuydaba, le despojaron cinco yngleses en las cercanías de San Bartolomé y que el saqueo duraba dicho, día y los siguientes, tan que a los doce o catorce días de Septiembre, habiendo querido sacar de entre los escombros de la casa de Elizalde algunas caxas de azúcar, se echaron sobre ellas y las robaron; finalmente que no ha cesado el desorden y robo hasta que hubo qué robar y hasta que llegó la tropa española.
Al séptimo, dixo que, a haber tirado los franceses bombas, granadas ni otra, cosa incendiaria sobre la Ciudad, lo hubiera visto el testigo por la proximidad de su casa al castillo; pero que desde que se retiraron a él no dispararon sino tiros de fusil.
Al octavo, dixo que no vio imponer castigo a ningún soldado por los excesos que cometieron en la Ciudad, antes bien oyó a un oficial joven ynglés en la cocina de la casa de don José Bermingham que tenían orden del General Castaños de abrasar toda la Ciudad.
Al noveno, dixo que no sabe las casas que se han salvado del incendio quántas son, pero sí que son bien pocas y que las más se hallan al pie del castillo.
Todo lo qual declaró por cierto baxo, del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y no firmó por no saber escribir, lo hizo el señor Alcalde, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.
Ante mí, José Elías de Legarda.
(102)José Ygnacio Aguirresarobe Errazquin, fue bautizado en la Parroquia de San Salvador de Usurbil el 24 de Octubre de 1784, siendo sus padres JuanCruz Aguirresarobe Aizpurua y María Jesus Errazquin Zelaya (En la partida de bautismo el apellido aparece como Aguirresaroe). Casó con María Manuela Maiz Elgorriaga en la Basílica de Santa María del Coro de Donostia el 2 de Abril de 1808, con la que tuvieron tres hijos, Joseph Galo, José Luis y Teresa Carmen Dominica. Fallecio con 68 años de edad en 1853.
(103) Ver pie de página nº 12.
Testigo 22:
José de Zornoza (104), vecino de esta Ciudad, testigo presentado .y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró corno sigue:
Al primero, dixo que los aliados entraron por detrás de la Parroquia de San Vicente a eso del medio día del treinta y uno de Agosto e inmediatamente empezaron a disparar tiros a las ventanas, balcones y puertas; que el gozo que concibieron con la entrada se les convirtió en miedo de modo que el deponente, con sus tres hijas, muger y otros ocho hombres, tuvieron que esconderse en la fragua,a cuya puerta dispararon muchos tiros (105); que abrió la puerta y entraron unos ocho o diez de ambas naciones y luego empezaron a pedir dinero, a robar quanta había, a dar golpes y culatazos; que, saliendo unos, volvían a entrar otros y executaban las mismas violencias; que al deponente le dispararon dos o tres veces; que a su mujer la hirieron de un culatazo en la cara y la derribaron en el suelo; que almismo deponente le quitaron toda la ropa que tenía puesta, dexándole en cueros con sólo los calzones; que le costó mucha dificultad el impedir que fuesen violadas todas las mugeres de su casa, como lo intentaron varias veces unos yngleses, y que para salir en busca de algún oficial, a la calle, le prestaron la camisa, y un capote; que a la noche, tubieron que refugiarse a otra casa, donde sufrieron también mucho, y, por fin, no pudiendo sufrir tantos martirios, salió con toda su familia la mañana siguiente, habiendo perdido quanto tenía en casa.
Al segundo, dixo, que no es fácil averiguar el número de muertos, porque habrán quedado sepultados en las ruinas de las casas y solamente puede expresar al Presbítero don Domingo de Goycoechea con otras dos mugeres en su misma casa, Vicente Oyanarte, el criado de la Posada de San Juan; que ignora los heridos. (106)
Al tercero, dixo que no notó fuego en la Ciudad hasta la mañana siguiente,primero de Septiembre, y, en concepto del testigo, los aliados fueron los que incendiaron y no los franceses, porque éstos se hallavan retirados al castillo quando el incendio, y no se observó que disparasen sobre la Ciudad. Se funda también para creer que los aliados incendiaron a la Ciudad en haberle asegurado un sugeto muy fidedigno y escrupuloso de esta Ciudad que un oficial de los aliados le previno que, dexando su casa, donde se hallava alojado dicho oficial, pasase a alguna de la cera que hoy existe sana en la calle de la Trinidad, de que infiere que los aliados tenían ya proyectado el quemar toda la Ciudad menos dicha hilera de casas.
Al quarto, dixo que se remite a lo que tiene contestado al capítulo precedente.
Al quinto, dixo que ignora su contenido.
Al sexto, dixo que el día siguiente al asalto, notó que reynaba el mismo o mayor desorden que la tarde y noche anterior y, aunque no vio el testigo, ha oído por cosa cierta que siguió lo mismo los días, sucesivos y que eran robados los que sacaban algo; que, quando volvió a los once días a casa, vio a los aliados en ella, apoderados de una partida de maíz y trigo, y que los vendieron como cosa propia.
Al séptimo, dixo que no vio que los franceses, después que se retiraron al castillo, tirasen sobre la Ciudad bombas, granadas ni otra cosa incendiaria, sino tiros de fusil.
Al octavo, dixo que no ha visto ni oído que ningún soldado aliado haya sido castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.
Al noveno, dixo que son unas quarenta escasas las casas que se han salvado del incendio y de ellas las más y mejores están situadas al pie del castillo.
Lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de sesenta años, y en fe de todo, yo, el Escribano. Yturbe.
José Antonio de Zornoza.
Ante mí, José Elías de Legarda.
(104) José Antonio Zornoza Otalora fue bautizado en la parroquia de San Vicente Martir el año 1754. Sus padres fueron Josseph Zornoza Beitia, de origen bilbaíno, y la donostiarra María Jossepha Otalora Yguerabide. Casó con la también donostiarra Francisca de Ugartemendía, con la que tuvo cuatro hijos. Falleció en Donostia, y sus funerales se celebraron en San Vicente Martir el 21 de Febrero de 1823.
(105)En el plano de Ugartemendía con los nombres de los propietarios de las casas anteriores al incendio, aparece una en la calle Puyuelo nº 296 a nombre de Hermanos Zornoza.
(105) Ver pie de página nº 12.
Testigo 23:
José Antonio Aguirrebarrena (106), de oficio carpintero, vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo, que se hallava en casa de don José Ygnacio de Sagasti, quando entraron los aliados en su calle, que es junto a la Parroquia de San Vicente (107), y sería entre doce y una del medio día, y lo primero que notó fue que se apoderaron de las mochilas y otros efectos que en la barricada de la esquina de la calle de Carbón abandonaron los franceses al tiempo de huir de ellos que vio también que Pedro Cipitria (108), quien cuydaba de la casa de Sagasti, se retiraba del balcón gravemente herido de un balazo que le entró por debaxo de la tetilla izquierda, digo derecha, y le llegava al hombro del mismo lado, a cuya resultas ha muerto; que los primeros que entraron en la casa no hicieron otra cosa que comer y beber lo que había y, habiendo pasado el deponente a la suia, por haberle asegurado que su muger había sido herida, vio que la herida era su cuñada en la muñeca izquierda de un balazo que los aliados le dispararon a la ventana; que permaneció en su casa como unos tres quartos de hora y en este intermedio debieron entrar en casa de Sagasti algunos soldados, peores que los primeros, pues que rompieron algunos efectos y forzaron a la criada, según le aseguró la misma; que, a la noche, vino otro pelotón de soldados con un oficial, queriendo derribar la puerta del almacén, el qual abrió el depo-
nente y bebieron algunas botellas de vino, las únicas que había en casa y se fueron, llevándose un pedazo de tocino; que, habiendo entrado otros a media noche, le empezaron a maltratar y darle de culatazos porque descubriese dinero y, no pudiéndolo hacer el testigo, le llevaron consigo a la calle, intimándole repetidas veces le matarían si no les enseñaba casas de comerciantes ricos, almacenes y platerías para robar; que en la misma calle quiso implorar la protección de algún oficial, pero, habiendo visto a dos, que con dos acheros o gastadores estaban rompiendo la puerta de la casa de don Ramón de Goycoechea (109), se desengañó de hallar auxilio en ellos y siguió con los otros soldados hasta la Plaza nueva, no sabiendo qué pensar para libertarse de ellos, y, por fin, le ocurrió la mentira de que todos los comerciantes ricos y plateros habían salido del Pueblo antes del sitio y que los pocos que quedaron habían subido al castillo con todas sus riquezas, y con tanto le dexaron.
Que volvió a casa de Sagasti y dixo al herido Cipitria que no se atrevía a permanecer en ella y pasó a la suya, donde permaneció hasta la salida, que lo verificó el tres a la mañana, habiendo experimentado más quietud en su casa al favor de unos prisioneros yngleses, cogidos el veinte y cinco de Julio, a quienes, por haberlos socorrido hallándose alojados en la próxima Parroquia de San Vicente, conocía; que, según le aseguró el mismo Cipitria, en la noche primera, sin embargo de su triste situación y grave herida, le arrancaron la sábana sobre la que yacía y tubo que llevarlo a su casa; que ha oído públicamente a todos los habitantes con quienes ha hecho conversación acerca de la conducta de los aliados que fue muy atroz y que maltrataron a todos y violaron a mugeres.
Al segundo, dixo que no puede fixar el número de los muertos y heridos, que deben ser muchos, según ha oído por voz común y pública, y los que se acuerda son el Presbítero don Domingo de Goycoechea, Martín de Altuna, Felipe Plazaola, doña Xaviera Artola, José Jeanora, Bernardo Campos, la mujer del Platicante de cirujía don Manuel Biquendi, Vicente de Oyanarte; los heridos su cuñada, Pedro Cipitria, que ha muerto, Juan Navarro, que también ha muerto, José Antonio Alberro y otros muchos. (110)
Al tercero, dixo que notó por primera vez el fuego azia la calle de Falcorena (111), a la tarde después que entraron los aliados, pues que antes no había fuego en la Ciudad, y también notó azia la calle Mayor; y que dicho fuego no duda en afirmar que fue dado por los aliados, lo uno porque los franceses todos se habían retirado al castillo quando apareció el fuego, lo otro porque los días siguientes se descubría nuevo fuego en parages que no estaban en contacto con las casas que antes ardían, como lo
vio en la casa de la Naypera, en la Plaza nueva, la que ardió sin que hubiese fuego en ninguna de la Plaza, y lo mismo sucedió con la Casa Consistorial, Edificio aislado, al que no pudo comunicarse fuego, si no es dándole de intento; y, por último, que oyó a los portugueses decir repetidas veces y a muchos que tenían orden del General Castaños para abrasar a la Ciudad y matar a todos los habitantes y esparcieron esta misma voz antes de entrar en esta Plaza, según le han dicho en las inmediaciones.
Al quarto, dixo que se remite a lo que ha contestado al capítulo precedente.
Al quinto, dixo que a las quatro y media de la mañaña del día tres de Septiembre observó que la casa cercana a la suya, propia de don Joaquín Yun (112), había prendido fuego por las cortinas del balcón y, tomando una acha, fue con ánimo de cortar dicho fuego y, al tiempo de querer entrar por la puerta de la calle, un centinela portugués le estorvó el subir a dicha casa, diciéndole tenía orden de no dexar subir a nadie a apagar el fuego, por lo que comprendió que tenían resuelto el quemar toda la Ciudad y se desalentó tanto que resolvió salir fuera de ella, como lo executó.
Al sexto, dixo que, al quarto día, al tiempo que salía el deponente para afuera por las escaleras de su casa con una arquilla que contenía los mejores efectos, le arremetió un ynglés y, cerrando la puerta de la calle, le robó lo que quiso y le acomodó hasta un ceñidor que tenía puesto, y vio y sabe que a la salida e inmediaciones de la Ciudad robaban los aliados a los que sacaban algo.
Al séptimo, dixo que no vio ni ha oído que los franceses, desde que se retiraron al castillo, tirasen sobre la Ciudad bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria.
Al octavo, dixo que solamente vio castigar a un soldado portugués al segundo día después de la entrada en el atrio de San Vicente con cincuenta golpes de sable que le dieron de plano en la espalda por haber robado, pero que no ha visto ni oído haya sino castigado ningún otro.
Al noveno, dixo que no sabe quántas son las casas que se han salvado, pero sí que son muy pocas y que casi todas se hallan situadas al pie del castillo.
Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de quarenta, y un años, y en fe de todo firmé yo, el Escribano. Yturbe.
José Antonio Aguirrebarrena.
Ante mí, José Elías de Legarla
(106) José Antonio Aguirrebarrena Arizmendi fue bautizado en la parroquia de San Bartolomé de Amézqueta. Sus padres eran Juan Lorenzo Aguirrebarrena Olano y María Josepha Arizmendi Iriarte. Casó con la donostiarra Josepha Ygnacia Elormendi Jauregui en la basílica de Santa María el 16 de Agosto de 1801, y fruto de este matriminio nacieron seis hijos. Falleció el 7 de mayo de 1841 (Murugarren).
(107) C/San Vicente nº 196.
(108)Ejercía de sastre en Donostia, aunque era natural de Andoain. Estaba casado con María Martina Mercader, natural de Alza. Falleció a consecuencia de las heridas.
(109) Juan Ramón Goycoechea era propietario de varias casas en Donostia. Para saber a cual se refiere el testigo, hay que estudiar el itinerario que sigue con los dos acheros hacia la Plaza Nueva. La casa de Goycoechea de la calle narrica nº 281 se encuentra cercana y a la vista desde la entrada que tuvieron que utilizar para acceder a la plaza.
(110) Ver pie de página nº 12.
(111) Callejuela Ureta o del Pozo, que unía San Juan con Narrica
(112) C/Narrica nº 246
Testigo 24:
Domingo Aguirre (113), de oficio carpintero, vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del ynterrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo que vivía en una casa contigua a la de Sagasti (114), y, al tiempo que entraron los aliados, que sería poco después del medio día, se reunieron todos los de las habitaciones vecinas en la primera habitación y, a luego que llegaron a dicha calle, empezaron a disparar tiros a las ventanas y puerta de la casa en términos que, atemorizados el testigo y demás gentes, empezaron a pedir Misericordia desde dentro, pero en vano, pues siguieron disparando tiros hasta que descerrajaron la puerta y entraron más de doce, pidiendo desde luego dinero, siendo la mayor parte de ellos portugueses (115), y obligaron al testigo a subir a su habitación, a culatazon, donde había varios efectos propios y agenos, y, habiendo robado quanto pudieron, salieron de la casa y a luego volvió a entrar otra partida, la que, registrando todos los rincones, halló una arca, donde había efectos de valor y se los llevó todos; que luego entraron tres yngleses, los que, porque no encontraban ya qué robar, le maltrataron porque descubriese dinero y uno de ellos le disparó un tiro a boca de jarro, aunque no le acertó, y habiendo vuelto a cargar otra vez para tirarle, lo suspendió por los lloros y súplicas de un hijo suyo de nueve años y de una niña de seis, que estaban presenciando estos actos; que, a la noche, entraron como unos diez y ocho portugueses, diciendo que venían a cenar y dormir en ella, a lo que se prestaron gustosos todos los de casa, y, habiendo aderezado la cena, uno de ellos, varias veces llevándole aparte, le intimó tenían resuelto quitarle la vida si no descubría dinero y, por fin, en pago de la buena voluntad con que les sirvieron, forzaron violentamente a las tres mugeres de casa, ya entradas en edad, pues la más joven pasaba de treinta y seis años.
Que todo el día siguiente no cesó la entrada y salida de soldados y notó en las vecindades el mismo desorden, pero no se oían sino lamentos y gritos por todas partes.
Finalmente, el día dos, no pudiendo aguantar más, salió con su familia fuerade la Ciudad.
Al segundo, dixo que, aunque él no puede asegurar quántas son las personas muertas, tiene entendido que llegarán a quatrocientas las que faltan, y no se puede averiguar por haber quedado sepultadas en las casas quemadas; que en su vecindad mataron al Presbítero don Domingo de Goycoechea, a doña Xaviera Artola y su criada y un herrador; que los heridos de que se acuerda son Pedro Cipitria y Juan Navarro, que han muerto a resulta de sus heridas, y un panadero de la calle de carbón. (116)
Al tercero, dixo que no había fuego en la Ciudad quando los aliados entraron en ella y el testigo no lo notó hasta la mañana siguiente, primero de Septiembre, en la calle de la Escotilla. Que este fuego fue causado por los aliados en concepto del testigo, porque los franceses estaban ya retirados en el castillo y porque el fuego aparecía salteado, como lo notó en la casa de la Naypera, en la Plaza nueva, por la calle de Juan de Bilbao, cuya casa ardió sin que en las inmediaciones hubiese fuego; que esta misma observación hizo su compañero José Antonio Aguirrebarrena (117), quien le propuso permanecer en la Ciudad por cortar el fuego de su Barrio; que el deponente lo conceptuó imposible, porque conoció que los aliados daban fuego de intento por varias partes.
Al quarto, dixo que se remite a lo que ha contextado al capítulo presedente y no sabe más.
Al quinto, dixo que ayó a José Antonio Aguirrebarrena que, habiendo intentado apagar el fuego en casa de don Joaquín Yun, se le estorvó un portugués, diciendo que no había orden de dexar apagar el fuego.
Al sexto, dixo que a su muger, más arriva que la calzada de San Bartolomé, le robaron los aliados un atado de ropa que llevava en la cabeza y el sombrero del testigo, y a otras muchas personas robaron también lo que sacaron.
Al séptimo, dixo que no ha visto ni oído que los franceses, desde que se retiraron al castillo, tirasen cosa alguna, incendiaria sobre la Ciudad.
Al octavo, dixo que no ha visto ni oído fuese castigado ningún soldado aliado por los excesos cometidos en San Sebastián.
Al noveno, dixo que no save quántas son las casas que se han libertado del incendio, pero que son muy pocas y casi todas están situadas en esta calle de la Trinidad y al pie del castillo.
Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestadoo en que se afirmó,ratificó y no firmó por no saber, asegurando ser de edad de quarenta y tres años; firmó el señor Alcalde, y en fe de todo yo, el Escribano. Yturbe.
Ante mí, José Elías de Legarda.
(113) Estaba casado y tenía un hijo de 9 años y una hija de 6 (Murugarren).
(114)C/ San Vicente nº 197, propiedad de D. Santiago Claessens.
(115)Este dato es totalmente fiable y acorde al desarrollo del asalto que conocemos. Al estar la casa cercana a la llamada “brecha pequeña”, y ser esta asaltada por las columnas portuguesas que vadearon el Urumea bajo el fuego francés, es normal que fuesen de esta nacionalidad la mayoría de soldados que atacaron a los indefensos donostiarras de esa calle.
(116) Ver pie de página nº 12.
(117)Testigo nº 23. Carpintero al igual que él.
Testigo 25:
José Manuel Chipito (118), vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo que se hallava en un almacén de la calle de carbón o Juan de Bilbao quando entraron los aliados, quienes, a eso del medio día, llegaron a dicha calle y sintió los muchos vivas y víctores con que les recivieron en toda la calle, aunque el testigo no salió, porque sintió luego tiros y empezaron también a disparar a la puerta del almacén en que estaba de modo que hirieron atravesándole la muñeca de la mano derecha de un balazo a José Antonio Alberro (119) y el muslo a Manuel Yturbide (120); que, abiendo abierto la puerta, pidieron de beber y un portugués, a luego que probó la bebida que era sidra, le tiró un bayonetazo, y, habiendo huido de este golpe, le dio un culatazo en la oreja izquierda de modo que le dexó bañado en sangre, y, viendo que otra vez le iba a dar otro bayonetazo, huyó y se escondió en la leñera; que cada vez se fue aumentando el desorden en términos que dispararon uno al herido José Antonio, que estaba en cama y tubo que huir sin embargo de su herida a otra casa a una con su criada, que estaba escondida debaxo de la cama; que, hallándose el testigo en la segunda habitación, llegó un soldado ynglés y le pidió media onza, le maltrató y le quiso matar, haciéndole poner de rodillas, y, al tiempo de dispararle, le agarró del fusil y forcejeando rodaron ambos por la escalera hasta abaxo, donde le libertó un portugués; que, a la noche, hallándose reunidas treinta y dos personas, entre ellas solos ocho hombres, llegaron dos soldados, uno ynglés y otro portugués, y empezaron a forzar las mugeres delante de sus propios maridos, a quienes ahuyentaron a culatazos y apuntándoles el fusil de modo que el deponente, atemorizado, huyó con otro compañero, una muger y la criada con una criatura al desbán, desde donde sintió los gritos y lamentos de las mugeres que quedaron abaxo y fueron violadas, según supo después, por dichos dos soldados y por otros muchos que acudieron, entre ellos un sargento portugués, que le aseguraron fue el peor, quienes forzaron a las veinte y dos mugeres, inclusas una niña de once años y una anciana de más de sesenta, y el testigo, no hallándose seguro en el desbán, subió al texado con los citados compañeros, muger y criada, donde pasó toda la noche, reciviendo aguaceros y a la mañana anduvo también de texado en texado, porque seguía el mismo desorden, y salió de la ciudad a las tres de la tarde del día primero sólo, ignorando el paradero de su familia.
Al segundo, dixo que ignora el número de muertos y solamente recuerda de don Domingo de Goycoechea, doña Xaviera Artola y Bernardo Campos; los heridos los que lleva citados en su casa Pedro Cipitria y una muger, cuyo nombre y apellido ignora, que fue herida en la nariz y una oreja de un sablazo y balazo. (121)
Al tercero, dixo que quando entraron los aliados no había fuego en la Ciudad y lo notó el testigo por primera vez a la noche azia la calle de Falcorena (122) y, porque los aliados eran ya dueños de la Ciudad y porque el mismo testigo, entre dos y tres de la tarde de primero de Septiembre vio arder la casa contigua a la de la naypera, que hace frente a la Plaza nueva por la calle de Juan de Bilbao, después que un ynglés entró en ella con un mixto en la mano, infiere que los aliados dieron fuego a la Ciudad.
Al quarto, dixo que, como lleva dicho, vio, entre dos y tres de la tarde del día primero de Septiembre, que un ynglés, llevando en la mano una como tizón o cartucho largo de color blanquisco, entró en la casa contigua a la de la naypera (123), propia de don Juan de Larrea, sita en la calle de Juan de Bilbao (124) con frente a la Plaza nueva, quien apenas estubo dentro de la casa tres minutos y, al mismo tiempo que él salía de la puerta, salió también una grande llamarada, de la ventana de la primera habitación de dicha casa y ardió toda ella con tanta prontitud que todos los de la calle que lo vieron quedaron convencidos de que dicho soldado ynglés con algún mixto de mucha actividad pegó fuego a dicha casa, en cuya vista, así el testigo como otros, salieron corriendo fuera de la Ciudad. Que el testigo vio este pasage de la ventana de la primera habitación de la casa de Cayetano, el panadero, a donde baxó desde el texado media hora antes.
Al quinto, dixo que ignora su contenido.
Al sexto, dixo que él mismo vio, la tarde de su salida, que cerca de la casa de la Misericordia robaron a un chico unos yngleses varios efectos pertenecientes a algún sacerdote y que el chico estava llorando y ha oído también que otras muchas fueron robadas en las inmediaciones los días siguientes.
Al séptimo, dixo que sin embargo de que el deponente estubo en el texado bastante próximo al castillo la mayor parte de la noche del treinta y uno de Agosto y día primero de Septiembre no vio que los franceses disparasen del castillo mas que muy pocos tiros de fusil ni ha oído a nadie que hubiesen tirado cosa alguna incendiaria sobre la Ciudad.
Al octavo, dixo, que no vio castigar a ningún soldado por los excesos cometidos en la Ciudad.
Al noveno, dixo que serán como unas quarenta casas las que se han salvado del incendio las que se hallan situadas al pie del castillo y se salvaron sin duda, porque las ocuparon los aliados para su alojamiento y para ofender desde ellas al enemigo.
Todo lo qual declaró por verdad baxo del juramento prestado en. que se afirmó, ratificó y no firmó por no saber; lo hizo su merced y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.
Ante mí, José Elías de Legarda.
(118)Joseph Manuel Chipito Zubiria (en la partida de nacimiento figura como Subidia), fue bautizado en la parroquia de San Salvador de Usurbil el 13 de Noviembre de 1768. Sus padres fueron Joseph Chipito Urrizmendi y María Ygnacia Subidia Tholarechipi (sic). Se casó en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia el 29 de Octubre de 1804 con María Juaquina Buenechea Echave.
(119) José Antonio Alberro Vidarray fue bautizado en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Astigarraga el 25 de Noviembre de 1777. Sus padres fueron Juan Bautista Alberro Ansa y María Thomasa Vidarray Arrieta. Se casó con la azpeitiarra Antonia Vicenta de Arruti en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia el 30 de Septiembre de 1801. Tuvieron 12 hijos. Falleció el 2 de Agosto de 1865, y sus funerales se celebraron en la parroquia de San Vicente Martir de San Sebastián.
(120)Existe una partida de nacimiento a nombre de un Manuel Yturbide Arrastoa, natural de Alza, que seguramente sea nuestro protagonista, aunque con las debidas reservas. Nació en esa localidad el 21 de Mayo de 1763, siendo bautizado en la parroquia de San Marcial de esa localidad. Sus padres fueron Marcial Yturbide Garaicoechea y Ascencia Arrastoa Galarza. Se casó con María Josefa Echarri Yrastorza en la misma parroquia el 4 de Octubre de 1790. Tuvieron cuatro hijos.
(121) Ver pie de página nº 12.
(122)Calle Ureta.
(123)María D. Miloy, conocida como la Viuda de Barbot o la “Naypera”, era natural de Bayona, Estuvo casada con D. Jean Barbot, natural de Poitiers, con el que tuvo dos hijas, la segunda póstuma en 1810 (Murugarren).
El apodo seguramente es consecuencia del negocio que heredó de su marido, la fabricación de barajas de naipes.
(124) C/Juan de Bilbao nº 260 y 261
Testigo 26:
Martín de San Martín(125), vecino de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo que el deponente se hallaba en su casa en esta calle de la Trinidad quando entraron los aliados el treinta y uno de Agosto último y llegaron a esta calle a cosa de las dos y, habiéndose retirado luego los franceses, empezaron a batir las puertas y a tirar tiros, y habiendo abierto la puerta de su casa, entró un tropel de soldados aliados y empezaron a saquear la casa, y, habiéndole arrancado quanto tenía, llegaron otros a pedir también dinero, amenazándole de muerte, poniéndole los fusiles al pecho hasta tanto que uno le disparó teniendo a un niño en los brazos, en cuya vista huyó al texado, donde permaneció hasta que el hijo del testigo traxo un oficial portugués y un capitán ynglés gravemente herido, a quien dio cama, los quales echaron de la casa a los soldados, y, habiendo puesto una guardia a la puerta, no hubo ya desorden alguno en su casa, pero notó que lo había muy grande en las vecindades, pues desde su casa oía los lamentos y ayes de las mugeres y de muchas personas que andaban corriendo por los texados, y ha oído que se cometieron muchas violencias y atrocidades, pero, como lleva expuesto, en casa del testigo, desde una hora después que entraron, hubo quietud, tanto que se refugiaron muchas familias a la noche y al día siguiente a dicha su casa, que era respetada por la guardia que había y por los muchos oficiales que se alojaron en ella por ser casa de mucha capacidad y ser uno de los puntos abanzados, situada al pie del castillo y que ha quedado sin quemarse.
Al segundo, dixo que no sabe quántas son las personas muertas, pero por el pronto recuerda del Presbítero don Domingo de Goycoechea y de Vicente Oyanarte, los quales fueron muertos por los aliados al tiempo de asomarse a victoriarlos; y ha oído la particularidad de que, habiendo la muger de Vicente envuelto su cadáver en una sábana, entraron unos soldados, le hicieron desenvolver la sábana y le registraron si tenía dinero.
Que las personas heridas tiene noticia de la criada de la Señora Viuda de Mendizabal (126), su vecina, quien después de violada, fue herida en un muslo y la tubo el declarante en su casa en ocho días y al cabo ha muerto a resultas de la herida; que entre ocho mugeres que recogió el deponente casi moribundas a su casa, por no haber tomado alimento en tres días había una herida de un balazo. (127)
Al tercero, dixo que no había fuego en el cuerpo de la Ciudad quando entraron los aliados, si no es en las ruinas de las casas de la brecha de la Zurriola, y que el deponente lo notó por primera vez la noche del día del asalto en el centro de la Ciudad, y que este fuego no pudo ser causado por los franceses, que desde las dos de la tarde se habían retirado ya todos al castillo, sino por los aliados, que eran ya dueños de toda la Ciudad.
Al quarto, dixo que la noche del quatro de Septiembre vio a los aliados dar fuego a las vecinas casas de Yzquierdo, Betbeder y Mendizabal (128) y otras que siguen a aquella cera; que notó que las de Betbeder e Yzquierdo fueron incendiadas por la primera habitación y los altos sin que hubiese fuego en las habitaciones intermedias, y que éstas dos casas fueron abrasadas con una prontitud admirable, de que infiere se valdrían de algunos mixtos, que por ser de noche no pudo conocer de qué calidad eran ni tampoco si eran solos portugueses o yngleses los que se empleaban en esta faena o si eran de las dos naciones.
Al quinto, dixo que ignora su contenido.
Al sexto, dixo que a los seis o siete días después del asalto, unos portugueses, sin embargo de haber guardia en el frente y patio de la casa del testigo, se introduxeron con una escalera en la primera habitación y, entendidos con la guardia del patio, quisieron sacar unos baúles que encontraron en un parage secreto y se los hubieran llevado sin duda a no haber llamado a la otra guardia; que ha oído también que a la salida e inmediaciones de la Ciudad eran robados los que sacaban algunos efectos.
Al septimo, dixo que no ha visto ni oído que los franceses desde que se retiraron al castillo tirasen cosa alguna incendiaria a la Ciudad.
Al octavo, dixo que no ha visto ni oído que ningún soldado aliado haya sido castigado por los excesos cometidos en esta Ciudad.
Al noveno, dixo que no ha contado las casas que se han libertado del incendio, pero sabe que son pocas y las más, inclusa la en que habitaba el testigo, están situadas en esta calle de la Trinidad, al pie del castillo.
Todo lo qual declaró por cierto, baxo del juramento prestado, en que se afirmó, ratificó y firmó, asegurando ser de edad de quarenta y ocho años, y en fe de todo, yo, el Escribano. Yturbe.
Martín de San Martín.
Ante mí, José Elías de Legarda.
(125) Martín de San Martín, natural de Ascain (Francia), estaba casado con Magdalena Gelos Lizardi, de la misma localidad, con la que tuvo tres hijos, bautizados en la parroquia de San Vicente Martir de Donostia.
(126) C/Trinidad nº 128.
(127) Ver pie de página nº 12.
(128)C/Juan de Bilbao nº 256 (D. Fernando Yzquierdo); C/Trinidad nº 127 (D.Antonio Betbeder); C/Trinidad nº 128 (D. Joaquín Mendizabal).
Testigo 27:
Don Miguel Borné (129), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:
Al primero, dixo que el deponente salió el veinte nueve de Julio de la Plaza con toda su familia, hallándose bloqueada por los voluntarios de Guipúzcoa (130); que primero pasó a Orio y luego a Lasarte; que por lo tanto no puede deponer como testigo de vista sobre la conducta que los aliados observaron dentro de la Ciudad con los vecinos, aunque es voz pública que fue la más atroz y horrorosa que puede explicarse; que, como el deponente tenía a su madre dentro de la Ciudad y también tías y tío, vino la vista de la Ciudad el día del asalto y vio que, a la hora después que entraron en la Plaza los aliados, empezaron a salir por la brecha un montón de ellos, cargados de varios fardos de ropa, adviertiendo que vio con el anteojo que los franceses se hallaban en el extremo de la Ciudad, por la parte de la casa de Tastet, sin retirarse aún al castillo y disparando con el violento azia la calle del Quartel quando salían los soldados por la brecha, cargados con lo que robaron (131); que el saqueo duró aquella tarde y los días sucesivos, entrando a robar hasta los Brigaderos; que la mañana del primero de Septiembre, quando oyó que la gente salía de la Ciudad, se acercó a ella por ver si encontraba a su madre, tías y tío y vio un montón de habitantes que presentaban el espectáculo más lastimoso, pues había personas bien acomodadas que salían descalzas y medio desnudas y especialmente mugeres golpeadas y maltratadas.