EL BICENTENARIO VISTO POR EL MUSEO DE SAN TELMO.
El Despropósito de una Exposición.
Cuando saqué mi entrada para visitar el Museo de San Telmo de la ciudad de San Sebastián-Donostia, experimentaba una nerviosa felicidad interior. Iba a poder contemplar documentos, "cachivaches", armas y demás objetos, muchos de ellos, guardados entre los oscuros fondos museísticos, y por lo tanto no visitables con una entrada normal.. Iba a poder contemplar lo que los protagonistas vieron y tocaron. Enfrentarme a lo que hace doscientos años hicieron. Pensaba que podría abstraerme, al menos por unos momentos, de la vertiginosa sociedad que me ha tocado vivir, para poder sumergirme en un mundo ya pasado. Un mundo que puede ser recreado gracias a los técnicos en las artes de los museos. Personas que saben ayudarnos y nos empujan a que realicemos ese deseado viaje a otro mundo, ya perdido con el pasar tiempo.
Pero mi sorpresa fue mayúscula... y triste, muy triste.
Me encontré en medio de salas mal organizadas, museísticamente hablando. Su esquema expositivo y didáctico no era nada favorecedor para con el visitante. No ayudaba. y el que lo organizó de esa manera lo sabía. Esta es una apreciación meramente personal, pero compartida ampliamente por la gente con que he comentado el hecho. Para enterarme de las explicaciones sobre los objetos que contemplaba, o simplemente saber lo que eran, me tenía que alejar, y buscar en alguna esquina de sus mal iluminadas paredes, un triste cartel, simple y poco imaginativo. Una vez encontrado, que no era fácil, se facilitaba únicamente la denominación del objeto en cuestión. Al principio lo hice, al final me cansé. H3... Agua!!! B1... Hundido!!!!
No he entrecomillado la palabra objetos, por el mero hecho de que alguno de los elementos expuestos si era merecedor de toda mi atención. Tampoco lo he hecho por respeto a su historia, mi historia, y lo que esta representa para mi amada ciudad. Pero mientras el tiempo pasaba, con cada paso que daba por esos espacios penumbrosos, oscuros, igual que muchas conciencias involucradas en esta "creación", mi ya descrita como nerviosa felicidad, se transformaba en una triste y hastía indignación.
Entiendo que estamos en un momento político en el que todo lo que signifique, o conlleve, algún matiz referente a nuestra historia militar, tan importante y decisiva en nuestra ciudad, y por ende, a nuestra españolidad, tantas veces denostada por los de siempre, sea pasada a hurtadillas. Para ello cuentan con ese ejército de mercenarios de la historia, capaces de ver cosas, como el niño del Poltergeist... que miedo. Y sí, les he calificado como mercenarios, me he vuelto combativo, y bien lo sabe Dios, que no quería entrar en estas batallitas... Pero no puedo calificarlos como historiadores, por mucho que lo intente.
El cambiar, ocultar y hasta mentir sobre los hechos, a su antojo y conveniencia, para poder aplicarlos a un adoctrinamiento de su "masa" de seguidores, siempre se ha realizado a lo largo de los tiempos, y es función de los verdaderos historiadores, poder apartar a estos "creadores de toxicidad" de los senderos del conocimiento, que sí nos llevan hacia la verdad.
Pero en el caso de la exposición del Bicentenario la cosa va más lejos. No es que no la entienda. No es que albergue alguna duda sobre mi capacidad de digerir, analizar y eliminar lo que sé que es cierto o falso, lo verdadero de lo equivocado. Es que estaba ante un insulto al bicentenario y período histórico que tanto he estudiado y tanto me apasiona.
Metralletas de plástico con falos en sus bocas. Pistolas de plástico en vivos colores, y estas también terminadas en coloridos penes. Botas realizadas con soldaditos de plástico, fotos de modelos desnudos en actitudes provocadoras y obscenas. Apartados expositivos destinados al Marqués de Sade y sus desviaciones... y para rematar todo este despropósito, una película pornográfica, eso sí, tipo "vintage", que es lo que está de moda.
En este caso no me encontré ante una gran mentira. Estaba ante una de las "damnatio memoriae" más mezquinas y de mal gusto que me podía imaginar. Es digna de vosotros. No me habéis defraudado, sólo sorprendido. Como no quiero hablar de... , pues nada, venga, caca, culo, pis y pitos... que es lo que a las infantiles y poco desarrolladas mentes de los seres inmaduros gusta.
Señores del Museo Municipal de San Telmo. Me han decepcionado. No han sido capaces de pasar a hurtadillas, como era claro su deseo, y de una manera elegante, por encima de una parte tan importante de nuestra historia. Sí, es verdad, entiendo que duele e incómoda tener que estudiar esa parte de nuestra historia que no gusta... pero es que nuestros antepasados donostiarras, entre los que están los míos, si se levantaran de sus tumbas, os dirían a gritos que eran españoles, vascos y españoles, y no por imposición, sino por orgullo.
Qué pena de país...
Fdo. José María Leclercq Sáiz.