Al segundo, dixo que no es fácil saber guantes fueron las personas Muertas el día del asalto, su noche y días succesivos, por haber sido muertas dentro de las casas y haberse quemado éstas y por la dispersión de todas las familias de San Sebastián en varios pueblos; pero lo que recuerda ahora de pronto son D. Domingo de Goycoechea, doña Xaviera Artola, dos chocolateros, el Maestro Martín Altuna, la madre de don. Martín Abarizqueta, Bernardo Campos, Vicente Oyanarte, el Alcaide carcelero, Estevan Alvirena, primo del testigo, don José Miguel Magra, el fondista Jeanora, una criada que se refugió en casa del comerciante Ezeiza; que las personas heridas eran muchas, pues que era rara la muger, así joven como vieja, que no estubiese desfigurada de golpes.(51)

Al tercero, dixo que por primera vez se notó el incendio el veinte y tres o veinte y quatro de Julio azia la calle de San Juan por las granadas que disparaban los sitiadores, pero se extinguió enteramente antes del día treinta, habiéndose quemado en aquella ocasión sesenta y tres casas e inutilizadas hasta cincuenta y dos en cuyo reconocimiento entendió el declarante a una con don José Ygnacio de Bidaurre; que, desde el veinte y seis de Julio hasta igual día de Agosto estubo suspendido el sitio y desde dicho día veinte y seis hasta treinta y uno de Agosto no dispararon los sitiadores sobre la Ciudad bomba ni granada alguna, y que el declarante no vio fuego aun el dicho día treinta y uno hasta las diez de la noche en la casa de la viuda de Soto o Echeverria, pues que sabe de positivo al tiempo, del asalto y en los días anteriores no había fuego alguno en la Ciudad; que éste no pudo ser causado por los franceses, que se hallaban retirados al castillo y no disparaban sobre la Ciudad; además de que el testigo, habiendo vuelto a entrar en la Ciudad el día, tres de Septiembre, por si podía sacar alguna cosa de su casa, vio a unos yngleses dar fuego a la Casa Consistorial, aplicándole desde la Alhóndiga, sobre la qual se hallaba el Archivo; que, quando se incendió este edificio, les vio salir a la Plaza y hacer demostraciones de alegría por lo que veían.

 Este exemplar y el haber notado el día anterior, desde afuera, y también el siguiente quatro que prendían fuego a casas, a quienes no se comunicó por las inmediatas, ya incendiadas, y que aparecía en partes distintas, le convencen que toda la parte de la Ciudad que se preservó del incendio de Julio fue quemada por los aliados, quienes conservaron solamente las casas que ocuparon al pie del castillo; que, en prueva de ello, la casa Aduana que, habiéndose quemado toda la cera de enfrente del muelle, se hallaba sana, se la vio arder el cinco o seis de Septiembre.

 Al quarto, dixo que se remite a la contextación, que ha dado al capítulo precedente, añadiendo que él mismo vio, a los yngleses que incendiaron la casa de la Ciudad y ha oído también a otros que se valían de un palo o caña hueca, embreada o barnizada con algún mixto, la cual, teniéndola en la mano los soldados, despedía desde el hueco de la punta un fuego vivísimo, que se esparcía a los quatro costados del edificio, en cuyo centro se colocaban los incendiarios, y era tan activo y pegajoso el tal fuego que al instante prendía en todas partes; también añade que notó la, mañana del primero de Septiembre que la manzana de casas que comprenden parte de la calle de Escotilla, del Puyuelo, de la cárcel y Mayor, vino a quemarse por los dos extremos a un mismo tiempo, lo que denota que no vino el fuego por comunicación de la que se incendió primero en la calle Mayor, sino que a un tiempo mismo se dio, fuego por los dos lados.

 Al quinto, dixo, que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que vio el día primero y siguientes que los vecinos que podían salvar algunos efectos eran robados a la salida de la Plaza y en sus trincheras y aun en las cercanías del Antiguo, especialmente por los portugueses.

 Al séptimo, dixo que el testigo, como lleva declarado, estubo dentro de la Plaza hasta las dos de la tarde de primero de Septiembre, el dos se mantubo a la vista de la Ciudad, el tres volvió a entrar en ella y vio a los yngleses incendiar la casa Consistorial y el quatro y siguientes, hasta la rendición del castillo, se mantubo siempre a la vista, y en todo este tiempo puede asegurar que los franceses no dispararon sobre la Ciudad bombas, granadas ni ninguna cosa incendiaria.

 Al octavo, dixo que no ha visto, pero sí ha oído, que se dieron palos dentro de la Plaza a algunos soldados, pero ignora el motivo.

 Al noveno, dixo que serán quarenta casas, poco más o menos, y que las más y las mejores se hallan situadas al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto, baxo del juramento prestado, y en ello se afirmó,ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de cincuenta ycinco años, y en. fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Miguel de Arregui.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (49)Primo del carcelero de San Sebastián José Ygnacio Elizalde Erausquin. Casado con Francisca Arrisigor. Falleció en Donostia el 18 de abril de 1819, celebrándose sus fuenrales en la iglesia de San Vicente Martir, y su viuda el 14 de Diciembre de 1823, con 58 años de edad.

      Firmó el manifiesto de 1814.

 (50)Propietario de la casa nº 446 de la calle Esterlines.

 (51) Ver pie de pág. nº12.

 Testigo 10:

 Martín José de Echave (52), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que se hallaba en casa de Antonio Alberdi (53), en la calle de Escotilla, quando los aliados entraron por asalto en esta Plaza; que antes de la una entraron en la Plaza Vieja y en la dicha calle de Escotilla por la calle de Esterlines, hallándose aún en la esquina, inmediata de San Gerónimo el General francés Rey; que ninguno de los muchos soldados que entraron en la calle de Escotilla pasó de dicha calle, sino que todos, parándose en ella, empezaron a tirar tiros a las ventanas, a batir las puertas y a, saquear. Que al deponente, después de sacarle todo quanto llevava sobre sí, le arrancaron, así como a Alberdi, las camisas y le pusieron hasta tres veces de rodillas para matarlo con el fusil al pecho, y hubiera sido muerto seguramente por un sargento ynglés a no habérselo impedido un soldado de la misma nación en agradecimiento a haberle el testigo cubierto dos heridas que tenía con dos pañuelos. Que el mismo declarante fue herido de un bayonetazo junto al sobaco izquierdo y en una pierna de un culatazo; que, atemorizados con este mal trato, huyeron Alberdi y él al texado, avandonando a todas las mujeres de su familia, que se dispersaron también, y pasaron toda aquella tarde y noche, parte en el texado, reciviendo aguaceros sin camisa, y parte en el desván, del qual solían salir al texado guando sentían a los aliados que andaban registrando con luces todos los rincones de las casas.

 Que aquella noche fue horrorosa por los ayes lastimosos y gritos de mugeres, que se oían de todas partes, porque las querían forzar, pues oyó varias voces de mugeres que decían: “máteme vuesa merced”.

Echave en su testimonio nos indica por donde entraron los aliados (1), y situa al General francés, Emmanuel Rey (2), en la esquina de la calle Escotilla (San Gerónimo) con la de Puyuelo. Es fácil imaginarse el momento de terror de los franceses al ver que los aliados, si no se hubiesen entretenido en el pillaje, les iban a cortar el camino de retirada hacia la fortaleza de Urgull. Como la mayor parte de los tstigos afirma que la primera casa que vieron arder era la de la viuda de Soto (3) en la c/ Mayor esquina con C/ Pulluelo, y fecha la quema de la Aduana (4) entre el cuatro o cinco de Septiembre, hecho indicativo de cuanto se dilató en el tiempo y la falta de voluntad por parte de los aliados por detener el saqueo y la destucción deliberada de la ciudad.

Que la mañana siguiente notó en todas las mugeres un aspecto abatido y (espacio en blanco) de lo que habían sufrido la noche anterior. Que, quando oyó desde el texado la voz de uno de los Alcaldes expresava haber permiso para salir, corrió a la casa de la Ciudad y se mantuvo allí hasta las nueve ymedia, en que salió de la Ciudad con otras muchas familias, desarropado y abatido.

 Al segundo, dixo que los muertos que ha sabido son el Presbítero don Domingo de Goycoechea, don José Miguel de Magra, doña Xaviera Artola, Vicente Oyanarte, Martín Altuna, y otros que no recuerda; que de los heridos han muerto a resultas Pedro Cipitris (54) y Juan Navarro, y que las mugeres casi todas fueron maltratadas.(55)

 Al tercero, dixo que ha habido dos veces fuego en la Ciudad; la una por Julio, causado, por las granadas que tiraron los aliados y éste abrasó sesenta y tres casas en las calles de San Juan, San Lorenzo y Atocha, que apagó enteramente el veinte y ocho o veinte y nueve de Julio; que desde entonces hasta el treinta y uno de Agosto no hubo fuego en la Ciudad, pues que el deponente, a una con Antonio Zubeldia (56), la paseó todo el día anterior y no notó más que el que desde el veinte y nueve había en los maderos de la brecha pequeña, sobre Zurriola; que quando entraron los aliados no había fuego en la Ciudad y lo notó por primera vez el testigo a la tardeada, en la casa de la viuda de Soto, habiendo oído desde el texado gritos de mugeres, que decían lamentándose de que los yngleses habían dado principio a dar fuego a las casas, por lo qual y por hallarse retirados los franceses al castillo y no haber tirado éstos ninguna cosa incendiaria al cuerpo de la Ciudad, cree que los aliados causaron este incendio, a más que él mismo oyó a muchos de los aliados, la tarde del treinta y uno de Agosto, quando entraron a saquear su casa, que tenían orden de matar a todos los habitantes o incendiar a toda la Ciudad, lo que ayó también anteriormente a los prisioneros portugueses e yngleses que fueron cogidos el veinte y cinco de Julio.

 Que el quatro o cinco de Septiembre vio que, a las quatro de la tarde, estava sana y entera, con las inmediatas, la grande casa de la Aduana, en la que vio partir raciones a los yngleses, y para las seis y media o siete vio desde fuera que ardía por los quatro costados, de que infiere que, después que salió el testigo de la, Ciudad, se dio fuego a dicho edificio por los aliados.

 Al quarto, dixo que no puede decir sobre este punto más de lo que ha dicho al capítulo precedente, sólo de haber oído para incendiar se valían de unos palos o cañas que despedían fuego de mixtos.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que con la misma libertad que robaron el día que entraron lo hacían en los siete días siguientes. Que a los que salvaron algunos efectos se los robavan a la salida e inmediaciones de la Plaza, y vio muchas veces que varios que compraron efectos a los soldados eran despojados por otros que habían observado la venta.

 Al séptimo, dixo que desde que salió de esta Plaza se mantuvo siempre a la vista hasta la rendición del castillo y sabe por lo mismo que los franceses no tiraron bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria sobre la Ciudad desde que se retiraron al castillo.

 Al octavo, dixo que no ha visto castigar a ninguno más que a un portugués, que le azotaron por haber perdido el respeto a algún Gefe; que, lejos de ser castigados por los excesos cometidos en esta Ciudad, no encontraban los vecinos protección alguna en los oficiales guando se quejaban de los robos y mal trato que recivían de los soldados.

 Al noveno, dixo que serán como unas quarenta poco más o menos las casas que se han salvado del incendio y las más se hallan situadas al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de treinta y un años, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Martín José de Echave

 Ante mí, José Elías de Legarda

 (52) Martín José de Echave Gogorza nació en Andoain hacia 1782 (No se conserva el libro de bautizados de esa localidad de los años 1752 a 1792). Hijo de Antonio Echave y María Antonia Gogorza, se casó en la Parroquia de San Vicente Martir de Donostia con María Carmen Osinalde Arzanegui el 25 de Agosto de 1805, con la que tuvo cinco hijos, todos bautizados en la misma parroquia.

      Es uno de los firmantes del Manifiesto.

      Falleció en San Sebastián el 17 de Agosto de 1813, a la edad de 48 años, y sus funerales se celebraron en San Vicente Martir.

 (53)Antonio de Alberdi es el testigo nº 53. No he encontrado ninguna referencia a su nombre en el plano de Ugartemendia, por lo que es seguro que vivía en régimen de arrendamiento.

 (54) Pedro Ygnacio de Cipitria, de profesión sastre.

 (55) Ver pie de pág. nº12.

 (56)Juan Antonio de Zubeldia (Testigo nº 11)

 Testigo 11:

 Juan Antonio de Zubeldia (57), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del ynterrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que el día del asalto, treinta y uno de Agosto último, se hallava en la Plaza nueva, en la casa número 15, con su madre y hermana, y vio entrar a los aliados a eso de la una y media, tras de los franceses que huyeron al castillo sin hacer ninguna resistencia, y, aun vio pasar al General francés Rey con solo seis soldados; que los aliados, dejándolos de perseguir se desmandaron luego a saquear las casas, y al declarante, que salió con otro a darles aguardiente, le pidieron luego dinero, le arrancaron quanta tenía, y, quando no pudo dar más, le quisieron matar, poniéndole varias veces los fusiles al pecho, y pudo escapar de ellos y subir a su casa, que le halló llena también de soldados y a su hermana herida en la cabeza de un bayonetazo y a su madre igualmente en el brazo. Que la saquearon toda y, saliendo unos, volvían a entrar otros y cometían el mismo saqueo y otras violencias, de modo que así él como su hermana tubieron que esconderse; que aquella noche continuó el saqueo y el desorden de modo que de todas partes no se oían más que lamentos y ayes de mugeres, de las que muchas tubieron que meterse en los comunes por libertarse de la lascivia de los soldados.

Se deduce por el testimonio del testigo nº 11 que este se encontraba a pie de calle en la Plaza Nueva, motivo por el cual vio pasar al General francés (1) en su retirada hacia el monte Urgull, corriendo por la calle San Gerónimo. Cuando llegó a su casa, su familia ya había sufrido la furia de la soldadesca aliada. Coincide con la mayoría de testigos en el origen del primer incendio (2), que se va extendiendo de casa en casa hacia el este, y en el posterior en la casa conocida como de la Naypera (3).

Que todo el día siguiente y su noche, en que permaneció el testigo, continuó el mismo desorden y saqueo; y el día dos, guando vio que se acercaba, el fuego a su casa, abandonó el pueblo, a una con su familia, y salió a eso de las seis de la mañana; que notó que, siendo así que a los vecinos dieron tan mal trato, trataban a los franceses como hermanos.

 Al segundo, dixo que no recuerda de las personas muertas, solamente hace memoria del Presbítero don Domingo de Goycoechea, de Bernardo Campos, de Vicente Oyanarte, de dos chocolateros, el uno llamado José Larrañaga, que fue muerto teniendo a su hijo en los brazos, después que le robaron; las personas heridas en su casa lo fueron su madre y hermana, Juan Navarro y Pedro Cipitria, que han muerto a resultas de sus heridas, José Antonio Alberro, Juana Arsuaga y casi todas las mugeres han sido golpeadas.(58)

 Al tercero, dixo que quando, entraron los aliados no había fuego en la Ciudad y lo notó por primera vez el testigo al anochecer del treinta y uno de Agosto en la calle Mayor y casa de la viuda de Soto, y de allí se propagó azia las casas de Belderrain, Queheille y la Escotilla. Que el día primero, hasta la noche, no había fuego en la Plaza nueva, y se descubrió en la casa de la Naypera, por la parte trasera, y calle del Carbón o Juan de Bilbao; que este fuego, fue dado por los aliados, pues que no había fuego, quando ellos entraron y, quando apareció ya había algunas horas que los franceses estaban en el castillo, de donde no disparaban cosa que pudiese incendiar.

 Al quarto, dixo que no vio dar fuego a ninguna, casa, pero sí que los aliados trahían en las manos unas como velas o palos blancos encendidos, que no se apagaban ni pisándolos ni metiéndolos en el agua y que miraban con indiferencia y aun con alegría el incendio de las casas.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que guando salió el testigo con su madre y hermana, el día dos de Septiembre, robaron a esta última unos soldados yngleses un atado de ropa que pudo salvar y aun al testigo lo que llevava en las faltriqueras, y en las inmediaciones de la Ciudad vio que a muchas personas les arrancaron la pobreza que habían sacado, dexándolas llorando.

 Al séptimo, dixo que no ha visto ni ha oído a nadie que los franceses tirasen, a la Ciudad bombas, granadas o cosa alguna incendiaria desde que se retiraron al castillo.

 Al octavo, dixo que no ha visto que se castigue a ningún soldado por los excesos cometidos en esta Ciudad y solamente vio dar algunos palos a un soldado, a los seis días después del asalto.

 Al noveno, dixo que no sabe quantas son las casas que se han salvado del incendio, pero que las más y las mejores se hallan situadas al pie del castillo.

 Que lo despuesto es la verdad baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de veinte y cuatro años, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Juan Antonio de Zubeldia.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (57) Juan Antonio de Zubeldia, nacido en 1789 en Betelu, hijo de un bastero de esa localidad de la provincia de Navarra. Vivía con su madre, María Catalina de Arrizurieta,  y una hermana. Era labrador. Murió ya viudo e 5 de Septiembre de 1841 de “afecto pulmonar”, y sus funerales se celebraron en la Basílica de Santa María de Donostia.

 (58) Ver pie de pág. nº12.

Testigo 12:

 Don Pedro José de Belderrain (59), Regidor del Ayuntamiento constitucional de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que, a cosa de las dos de la tarde del treinta y uno de Agosto, vio entrar a los aliados por su calle, quienes, al momento, dexando de perseguir a los franceses y hallándose aún éstos en el pueblo, empezaron a disparar a todos los balcones, ventanas y puertas, y, habiendo subido a las casas, después de beber y comer quanto encontraban, en términos que al deponente le bebieron más de quatrocientas botellas de vino y licores, empezaron a saquear y a pedir dinero a las personas, maltratándolas e hiriéndolas a culatazos y bayonetazos, como sucedió al deponente que, habiendo salido a la calle, huyendo del mal trato que le daban después de haber repartido más de ochenta escuditos de oro, le agarraron unos soldados yngleses y portugueses, le arrancaron el pañuelo del cuello, chaleco, tirantes y le soltaron los calzones, registrándole quanto cubren éstos, y, últimamente, le derribaron al suelo a culatazos, dexándole casi sin sentido, de modo que estubo tendido en el suelo un quarto de hora, pisado por varios soldados que pasaban por la calle y le dejaban por muerto; que volvió a su casa, donde había muchas mugeres refugiadas, y, después que saquearon quanto había, se echaron sobre ellos, violaron a las más, entre ellas, a una anciana de sesenta y seis años, que la gozaron más de doce; que el deponente dio ocho duros a ocho soldados por librar de esta violencia a una muchacha de once años, hija de un vecino suio, y, aunque logró en aquel momento el librarla, habiendo vuelto otra vez algunos de los primeros, la violaron por fin. Que era rara la muger que se libertaba de este insulto, a no ser las que se escondieron en los comunes y subían a los texados; que una muchacha con su madre, ambas vecinas del testigo, después de haber estado metidas algunas horas en el común de la casa de la viuda de Echeverría, se presentaron en casa del deponente llenas de inmundicia hasta el pescuezo y, aun en este estado, oficiales yngleses violaron a la muchacha; que la muger e hija del testigo se libertaron, subiendo al texado, desde donde, huyendo del fuego, pasaron de texado en texado al quartel de enfrente de la cárcel vieja, que estaba desocupado y cerrado de modo que, quando la mañana siguiente salió el testigo, ignoraba el paradero de ellas; que la noche del treinta y uno fue la más horrorosa que puede explicarse, en la que no se oían más que ayes lastimosos de mugeres que eran violadas y tiros que disparaban en las mismas casas, como lo hicieron en la del testigo, quien salió de la Ciudad quando halló a su muger e hija, entre quatro y cinco de la tarde del día primero de Septiembre, admirado del mal trato que dieron a los vecinos y de los abrazos y señales de amistad con que recivieron a los franceses cogidos con las armas en las manos, tratándoles de camaradas y dándoles de beber de sus cornetas, siendo así que todo el vecindario a los yngleses y portugueses hechos prisioneros el veinte y cinco de Julio les socorrió con chalecos, camisas, camas, vino, chocolate, viscochos, con cuya recolección corrió el testigo a una con los yndividuos del Ayuntamiento, y aún se les socorría, con limosnas quando les encontraban en la calle empleados en los trabajos en que les ocuparon los franceses.

 Al segundo dixo que no es fácil averiguar el número de los muertos, ya porque muchas personas heridas se abrasaron en las casas, ya por la dispersión total de las familias de esta Ciudad, de la que muchos individuos van muriendo a resulta de los sustos y mal trato; pero los que ahora tiene presentes son el Presbítero don Domingo de Goycoechea, que fue muerto en pago de haber victoreado desde la ventana a los aliados, don José Miguel de Magra, doña Xaviera de Artola y su criada, José Larrañaga y otros; que los heridos son muchos, que fue rara la muger que no fuese maltratada, y entre ellos se cuenta el mismo deponente, a Juan Navarro y Pedro Cipitria, que han muerto a resultas, y el criado de la Posada de San Juan que, herido de dos balazos en el brazo, se le va a hacer la amputación un día de éstos. (60)

 Al tercero, dixo que el primer fuego se notó el veinte y tres o veinte y quatro de Julio, en una casa de la Administración del exponente, situada en la brecha, en la calle de San Juan, que propagó de allí, y aun en otras casas distintas del Barrio de la brecha cundió el incendio causado por las granadas y bombas que disparaban los sitiadores, pero este fuego, por las activas disposiciones que tomó el Ayuntamiento y en las que intervino el testigo, se logró cortar a los tres o quatro días, en medio de las muchas granadas que a los operarios disparaban los sitiadores de modo que murieron dos de ellos, y, entre quemadas y derribadas, fueron sesenta y tres las casas que se destruieron; que desde fin de Julio hasta el treinta y uno de Agosto, a la tardeada, no hubo fuego ninguno en la Ciudad y estaban enteras más de las tres partes de la Ciudad quando entraron los aliados en la Plaza; que, a la tardeada de dicho día treinta y uno, vio el testigo desde su casa que los yngleses pusieron fuego a la casa de enfrente, que es de la viuda de Soto o Echeverria, en la esquina de la calle Mayor, donde había un cuerpo de guardia en la tienda, de yngleses. Que primero le dieron fuego por la quarta habitación y luego de la misma tienda, siendo el fuego de tal actividad que no duró dicha casa dos horas en quemarse; que, desde allí, pasaron a dar fuego a otras, entre ellas a dos del testigo (61), también al principio por los altos y luego por la tiendas donde había gergones y leña; en seguida dieron fuego, a la de Queheille, a la de Collado; en fin, a vista, del testigo incendiaron en su misma calle, por ambas ceras y a la tardeada y noche del treinta y uno, hasta doce casas.

 Que el día dos de Septiembre volvió a entrar en la Ciudad y vio a varias partidas de soldados pegar fuego a casas en la calle Mayor, entre ellas a la antigua casa de Peru, perteneciente a los señores de Otazu (62), en la calle de Embeltrán a la casa donde vivía la hermana de Yglesias, perteneciente a don José María de Leizaur (63), y en la del Puyuelo a la de don Pedro Lassa (64), de modo que progresivamente fueron incendiando toda la ciudad, y, habiendo hecho cargo aún a algunos oficiales, respondieron que tenían orden de incendiar y matar y que podían estar contentos los vecinos quando se les dejaba con vida, y que esparcieron esas mismas voces antes de entrar en la Plaza en todos los caseríos inmediatos.

Su casa estaba situada enfrente de la primera incendiada, perteneciente a la Vda. De Soto (2), desde la cual se escaparon su mujer e hija por los tejados hacia las casas que daban a la C/ Iñigo o de la Cárcel Vieja (1). El testimonio del declarante es muy interesante para saber como se van incendiando las casas por parte de los aliados. La de Otazu (3), Leizaur (4), Lasa (5) y Michelena (6).

Al quarto, dixo que en la pregunta precedente lleva señaladas las casas a las que vio que los aliados dieron fuego y se valieron en la quema de algunas, como en las dos del testigo y en sus habitaciones altas, de unos braserillos de hierro, llenos de mixtos, que despedían un fuego vivísimo, y por la parte de las tiendas con la paxa de los gergones que servían para los Cuerpos de Guardia y en otras, como en la casa nueva de Michelena (65), de camisas embreadas; que tiene dicho que vio dar fuego la tardeada y noche del treinta y uno, el primero de Septiembre, antes que saliese de la Plaza, y el día dos, quando volvió a entrar en ella.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que, al tiempo de su salida y todos los días succesivos, vio, por hallarse siempre en las inmediaciones de la ciudad, que seguía el saqueo, pues veía todos los días, cargados de efectos, a los soldados, algunos oficiales, a los empleados en las Brigadas, a las cantineras y aun a los marineros yngleses de los transportes de Pasages, y que a los vecinos que sacaban algo les robaban a la salida, como succedió al testigo o a su muger, que le robaron en la Puerta unas frioleras que pudo salvar y llevava envueltos en un pañuelo en la mano.

 Al séptimo, dixo que ni vio ni ha oído que los franceses tirasen bombas ni granadas, ni ninguna cosa incendiaria sobre el cuerpo de la Ciudad.

 Al octavo, dixo que no ha visto ni oído que ningún aliado fuese castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.

 Al noveno, dixo que las casas salvadas serán como unas quarenta y las más y mejores se hallan situadas al pie del castillo.

 Lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de cincuenta y nueve años; y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Pedro José de Belderrain.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (59)Pedro José de Belderrain ,nacido hacia 1754, se casó en la Basílica de Santa María con María Fermina Aldanondo Echeberría el 13 de Octubre de 1779. Tuvieron tres hijos, todos ellos bautizados en el mismo templo.

Firmante del primer suplemento fechado el el 16 de Febrero de 1814 al Manifiesto publicado el 16 de Enero del mismo año, describiendo el comportamiento de las tropas aliadas. Igualmente, fue uno de los firmantes de la carta que envió el Ayuntamiento donostiarra al Rey Fernando VII, pidiéndole ayuda ante la situación en que se encontraba la ciudad.

Regidor del Ayuntamiento en Octubre de 1813, 1814 y regidor jurado en 1815.

Según Murugarren era propietario de una casería en la falda de Eguía y otra junto a la calzada de Pasajes.

Falleció el 1 de Noviembre de 1837, y sus funerales se celebraron en le Basílica de Santa María de Donostia.

 (60) Ver pie de pág. nº12.

 (61)En el plano de Ugartemendía con el nombre de los propietarios de las casas, no aparece el nombre de este testigo.

 (62)Propietario D. Saturnino Otazu, C/Mayor nº 536. La denomina como “Casa de Peru”, seguramente porque su trasera daba al callejón llamado de Perujuancho.

 (63)D. José María Leizaur tenía numerosas propiedades intramuros. La de la C/Embeltrán, mecionada por el testigo, era la nº 473.

 (64)D.Pedro Lasa era propietario de la casa sita en la C/Puyuelo nº 500.

 (65) Hay varias propiedades a nombre de Michelena. Por la proximidad al resto de solares mencionados como incendiados por el testigo, me decanto por la de María Ana Miranda, situada en la callejuela de Perujuancho nº 527 y 528

 Testigo 13:

 Don Juan Angel de Errasquin (66), natural de Azpeytia, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró corno sigue:

 Al primero, dixo que se hallava dentro de esta Plaza durante el sitio y, de consiguiente, el día del asalto, en el qual los aliados apenas entraron quando, antes de retirarse del todo el enemigo al castillo, empezaron a disparar a las casas de los habitantes, en medio de que éstos, a luego que los vieron, empezaron a victorearlos por las ventanas con mucha alegría; pero, respondiendo a estas demostraciones con balazos, entraron en las casas, acompañados de franceses (67), acometiendo a las personas con armas desembaynadas y queriéndolas matar, si no daban todo el dinero que pedían; que succedieron algunas muertes y hubo muchas personas heridas y golpeadas, casi todas de modo que el temor que concibió el testigo fue tan grande que, levantando la tapa del común de la quarta habitación de la casa en que estava, se metió él y estuvo atravesado en el caño mucho tiempo; que, cansado de esta postura, salió y estuvo también atravesado en el cañón de chimenea y, por fin, tubo que subir al texado, desde donde sintió las quejas y los ayes de las mugeres que eran violadas; que al principio creyó que aquel desorden era efecto del calor del asalto, pero vio que iba en aumento y que, a boca de noche se notó incendio, el qual fue en aumento toda la noche y también los lamentos y gritería de las mugeres que eran violadas; que la mañana siguiente, los habitantes atemorizados clamaron por la salida y lo lograron, siendo robados desde el Portal en los caminos y cubiertos hasta la Misericordia, si lograron salvar algo. Que los habitantes de esta Ciudad no eran acrehedores a este tratamiento, ya por su fidelidad y adhesión a la causa de la Nación, como por los socorros de camas, camisas y dineros y otros auxilios que todo el vecindario dio a los prisioneros yngleses y portugueses cogidos por el enemigo el veinte y cinco de Julio.

 Al segundo, dixo que, como el declarante sacó su familia, al principio del sitio a cinco leguas de distancia, se retiró allá quando salió de esta Ciudad y no puede dar razón individual de todos los muertos y heridos, sólo supo que entre ellos fueron muertos el Presbítero don Domingo Goycoechea, doña Xaviera Artola, el Fondista Suizo, dos chocolateros, uno que encendía los faroles de la Ciudad, el Alcaide carcelero y otros varios, que no tiene presentes, así como tampoco a los heridos.(68)

 Al tercero, dixo que hubo fuego por primera vez a fines de Julio a resultas de las granadas y bombas que tiraron los sitiadores, de manera que en el Barrio pegante a la brecha se quemaron sesenta y tres casas, pero se cortó este fuego por los vecinos, ayudados de zapadores franceses, en medio de las muchas granadas que disparaban de afuera; que el día treinta y uno de Agosto entraron a la una y media en esta Plaza los aliados, en cuya época no había fuego en la Ciudad, y el testigo, que esteva en el texado, observó a boca de noche del mismo día que ardía la casa de la viuda de Echeverria en la esquina de la calle Mayor y que se aumentó el fuego durante la noche, y, habiendo preguntado a la mañana la causa del fuego, le contextaron varios habitantes que los soldados daban fuego a las casas, como en efecto vio el declarante el día dos, a las nueve de la mañana.

 Al quarto, dixo que vio a un soldado aliado venir por la calle con un plato grande y, quando se acercó, observó que en el plato había el pie de veinte y quatro mechas encendidas, pero no sabe qué especie de combustible era el que había en dichas mechas, aunque notó que era de color de azeite obscuro; extrañado el deponente tuvo cuidado de prestar atención y vio que entró en la casa inmediata en que esteva el declarante, que es la del número 536 en la calle del Puyuelo (69); inmediatamente, habiendo visto a, un cabo ynglés, le refirió lo que había visto y sus recelos de que seguramente iría aquel soldado a pegar fuego; que luego fue el cabo y truxo por respuesta que había ido a reconocer si había algunos efectos, pero el testigo, que no separava la vista de la puerta de dicha casa, vio salir al mismo soldado con una caldera pequeña y en ella solamente quatro mechas, por haber dexado seguramente dentro las otras veinte, y con dicha caldera y quatro mechas se dirigió a otra casa, que no recuerda quál fuese; que el testigo, viendo inmediato el incendio, que no le dexaban salir de casa y que no tenía qué comer ni beber, se presentó a un capitán ynglés, que tenía alojado, y éste le aconsejó que saliese con sus libros, pues que aun por detrás habría fuego dentro de pocas horas; de que infiere que con todo conocimiento y noticia de los oficiales se incendiaban las casas.

Señalo las dos posibles localizaciones de la residencia del testigo.

Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que el declarante salió al tercer día, al medio día, viendo que reynaba el mismo desorden que en el día del asalto en quanta a los robos y amenazas de quitar la vida, y que, a su salida del Portal, observó que todo el camino cubierto hasta la Misericordia estava lleno de soldados que no tenían otro empleo que quitar a los habitantes que salían toda la ropa y alhajas que sacaban, como succedió también al testigo; que estos robos se executaban por los aliados al tercer día después del asalto y que, según aseguran los habitantes, han tenido esta conducta desde el primer día hasta la rendición del castillo.

 Que, habiendo discurrido sobre el mal tratamiento dado a los habitantes con un oficial ynglés de graduación, concluyó diciendo que debían darse por contentos los habitantes de San Sebastián.

Al séptimo, dixo que sin embargo de que el declarante andubo por los texados desde las tres de la tarde de la entrada hasta las once y media del día siguiente y a la vista del castillo, no vio que los franceses tirasen sobre la Ciudad bomba, granada ni cosa alguna incendiaria absolutamente.

 Al octavo, dixo que no vio ni oyó que algún soldado fuese castigado por los excesos cometidos en esta Ciudad.

 Al noveno, dixo que no puede asegurar quántas son las casas que se salvaron del incendio, pero sí que las más y las mejores están situadas al pie delcastillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de quarenta, y cinco años, y en fe de todo yo, el Escribano. Yturbe.

 Juan Angel de Errasquin.

 Ante mí, José Elías, de Legarda.

 (66) Juan Ángel Errasquin Yribarren, natural de Azpeitia, se casó en la parroquia San Sebastián de Soreasu de esa localidad, con María Catalina Corta Ugartemendía, el 2 de Noviembre de 1795. Fruto de este matrimonio nacieron cinco hijos, todos ellos bautizados en la misma localidad.

      Aunque Murugarren basándose en la declaración del testigo, situa su residencia en la calle Puyuelo, yo me inclino a que esta localización es un error fruto de un fallo en la transcripción de su testimonio. La casa nº 536, señalada como colindante con la del testigo, estaría situada en la C/ Mayor, y por tanto su residencia sería la nº 435 o 437 de esta última.

 (67) Es muy interesante leer un testimonio en el que se afirma que incluso algunos prisioneros franceses, en lugar de ser recluidos inmediatamente por sus captores, se unieron a los saqueos. Esta actitud, sorprendente en su contexto, no nos sorprende, al haber existido algunos actos similares intramuros mientras el asedio estaba en curso. La unidad francesa que más problemas dio en este sentido fue la compañía de Cazadores de Montaña llegada desde Guetaria, que saqueó y destrozó la casa donde vivía el Comisario de Guerra francés, y la casa de los Blandín (AZPIAZU, José Antonio. “1813 Crónicas Donostiarras Destrucción y Reconstrucción de la ciudad”. Pág. 29 y 30. Edit. Ttarttalo. Donostia. 2013).

 (68) Ver pie de pág. nº12.

 (69) Tiene que tratarse de un error, al pertenecer el nº 536 a la C/ Mayor y no a la del Puyuelo, y coincidir con la declaración del testigo nº 12, que describe como se incendió dicha casa propiedad de D. Saturnino Otazu.

 Testigo 14:

 Don Antonio Fernando de Yrigoyen (70), testigo, presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que, a luego que entraron las tropas aliadas, a eso de las dos de la tarde del treinta y uno de Agosto, empezaron a batir las puertas de las casas y a disparar a las ventanas y balcones de modo que a la del testigo tiraron más de dos mil balas, aterrando a varios vecinos que, llenos de gozo y alegría, se asomaron a victorearlos como a sus libertadores de la esclavitud en que los tenían los franceses; que, luego, rompiendo con violencia las puertas, entraron en las casas, saquearon quanto en ellas había, hiriendo a algunos, maltratando a golpes y culatazos a todos y dando también la muerte a varios. Que entró la noche y se aumentó el desorden y la violación de las mugeres de todas clases de modo que muchísimas, por salvarse, tuvieron que subir a los texados y andar errantes por ellos; que no hay lengua que pueda explicar los horrores de aquella noche y las atrocidades que cometieron los aliados en ella y días siguientes hasta el cuatro de Septiembre, en que salió el testigo, quien varias veces estuvo expuesto a perder la vida con el fusil puesto al pecho con el gatillo levantado; después que le saquearon quanto tenía en casa, y le robaron todo lo que llevava consigo; que por salvar la vida se refugió a la sacristía de la Parroquia de San Vicente, creyendo hallar protección en los yngleses y portugueses enfermos, que fueron hechos prisioneros el veinte y cinco de Julio, a quienes cuydaba, y distribuía socorros propios y los que le daban todos los vecinos; que, al tiempo que huyó de casa para la Parroquia, le dispararon por detrás varios tiros y, habiéndole seguido hasta la sacristía sin que le estorvasen las guardias que había en la puerta, y allí, con la bayoneta puesta al pecho, le amenazaron quitar la vida si no daba dinero y, habiéndole hecho reconocer toda la sacristía, robaron tres cálices y una crismera de plata, que éstos eran yngleses.

 Que dentro de un quarto de hora se le presentó su cuñada (71), toda estropeada y maltratada, de modo que ha muerto a resultas; y, abandonando la casa, aquella noche se refugiaron en la sacristía, baxo de llave que el deponente tenía en su poder, advirtiendo que, así como cuñada, han muerto y van muriendo muchos habitantes de San Sebastián en los caseríos y pueblos inmediatos.

 Que el dos, a las diez de la mañana, yendo a casa de la Ciudad a buscar al señor Vicario para que sumiese las Sagradas formas y recoger el copón que las contenía, al tiempo de baxar de la casa de la Ciudad, donde no halló al Vicario, sino Guardia ynglesa y portuguesa; quatro soldados de esta última nación le acometieron con puñales y le arrancaron unos reales que le dio un amigo por favor y hasta la tabaquera con el tabaco que contenía; que, sin embargo de que no se podía andar por las calles sin exponer la vida en cada momento por las tropelías de los soldados, se mantuvo hasta no poder más, que fue la mañana del sábado quatro de Septiembre, en que salió de la Ciudad, llevando consigo la llave de la sacristía, que la dejó cerrada y en ella todos los ornamentos y el copón con sus formas, quedando en la yglesia los prisioneros enfermos yngleses y portugueses, y en las dos puertas y en todo el atrio una numerosa guardia de portugueses; que, después que salió el testigo, forzaron las puertas de la sacristía y robaron los ornamentos y el copón, rompiendo todos los caxones y armarios, el hórgano y hasta, los Libros Parroquiales, que los ha hallado todos despedazados, de modo que en la Parroquia nada ha quedado, aun de lo preciso, para el culto divino. Que toda la plata, del servicio de la Parroquia de Santa María, que estava escondida en la bóbeda, de la misma Parroquia, se hallava intacta quando entraron los aliados y ha faltado toda ella, como lo notó el testigo quando fue a reconocer el parage a los pocos días, después que volvió a entrar en la Ciudad y registró ambas Parroquias, habiendo tenido la de Santa María, la misma suerte que la de San Vicente en el órgano, caxonería de la sacristía, Libros Parroquiales y, lo que es más, los preciosos pasos de Semana Santa, obra del célebre escultor Felipe de Arizmendi, que llamava la atención de todos los amantes de las bellas artes.

 Al segundo, dixo que no es fácil averiguar el número de muertos, pero los que se acuerda de pronto, de conocidos suios muertos la tarde de la entrada y en su noche, serán como unos catorce, entre ellos el Presbítero don Domingo de Goycoechea, y las personas heridas y estropeadas son innumerables. (72)

 Al tercero, dixo, que por primera vez hubo fuego en la Ciudad el veinte y tres o veinte y cuatro de Julio en las calles cercanas a la brecha a resulta de las bombas y granadas que, en mucho número, disparaban los sitiadores y algunas que desde el castillo arrojaban a ellos los franceses y quedaron cortas; pero, así este fuego como el que en alguna casa cercana a la brecha pegaron los mismos franceses (73), se cortó enteramente por las disposiciones que tomó el ayuntamiento, habiéndose quemado sesenta y tres casas en aquella época; que, desde entonces hasta el treinta y uno de Agosto, después que entraron los aliados, no hubo fuego en la Ciudad y lo notó por primera vez en la calle del Puyuelo, que hace esquina a la Mayor, al anochecer, y en seguida se propagó el incendio, con tal actividad que el viernes, tres de Septiembre, ardía ya toda la Ciudad; que este fuego, no fue dado por los franceses, que estavan ya en el castillo horas antes que se viese el primer fuego, sino por los aliados, que vio, andaban con mixtos en varias calles, pegando fuego a las casas y aun dieron también fuego al campanario de San Vicente, del que se quemó parte, y de las dos naves baxas de la derecha del templo (74), y no se comunicó o propagó por ser de piedra sillar la nave principal y estar más elevados los texados de ella, que de lo contrario se hubiera abrasado.

Los principales hechos relatados por el testigo nº 14 se desarrollan en la sacristía de la Parroquia de San Vicente, con la descripción de los robos y saqueos sufrido en y por el templo. La línea roja (1), indica el trayecto que realizó el testigo en busca del vicario del templo hacia el Ayuntamiento, y el lugar donde fue asaltado por los aliados para robarle (2), cuando regresaba tras no encontrarlo. Con las llamas señalo la casa de la Vda. de Soto (3), la primera en ser incendiada según la mayoría de los testimonios, y el campanario y dos naves de San Vicente (4). Este último fuego es sorprendente, al quedar todavía heridos propios en el templo habilitado como Hospital de Sangre, por lo que me inclino a pensar que se trató de un incendio fortuito fruto de los desmanes incontrolados de esos días.

Al quarto, dixo que se remite a lo que ha contextado al capítulo precedente.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que tiene declarado que el día, siguiente al asalto, hasta el quatro, en que permaneció el testigo, se experimentaban los mismos robos y violencias que quando entraron y que, aunque el testigo, al tiempo de su salida, que no llevaba más que el vestido y una niña de pecho en los brazos, no le hicieron nada, vio que a otros les robaron a la salida de la Plaza y aun fuera y en sus inmediaciones la pobreza que salvaran.

 Al séptimo, ,dixo que, aunque el testigo estubo dentro hasta el día quatro, no vio, aunque estubo en observación día y noche, que los franceses tirasen sobre la Ciudad bombas, granadas ni cosa alguna incendiaria desde que se retiraron al castillo, ni nadie puede decir los contrario, con verdad.

 Al octavo, dixo que no es cierto que ningún soldado haya sido castigado por los excesos cometidos en esta Ciudad, antes bien se les dio una absoluta licencia, de la que no hay exemplo, según se vio por los efectos; y que, por último, se dexó entrar a saquear y saquearon los muleteros empleados en las Brigadas.

 Al noveno, dixo que serán, poca más o menos, unas quarenta casas las que se han salvado, del incendio y las más y las mejores están situadas al pie del castillo, y se libertaron éstas seguramente, en concepto del testigo, porque las ocuparon los aliados para su alojamiento.(75)

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello, después de leído, se afirmó, ratificó y firmó, manifestando ser de edad de cincuenta y seis años, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Antonio Fernando de Yrigoyen.

 Ante mi, José Elías de, Legarda.

 (70) Fernando Antonio de Yrigoien Echeverría (en la partida de bautismo figura en ese orden su nombre), fue bautizado en la donostiarra parroquia de San Vicente Martir  el 30 de Mayo de 1757. Tenía una hermana menor, fruto del matrimonio de Nicolás Yrigoien Jaureguía y Cathalina Echeverría y Otamendi Zubeldia. Se casó el 4 de Mayo de 1781 en San Vicente con Fermina Gurbindo Juanisenea, con la que tuvo un hijo.

 (71)Tiene que tratarse de Vizenta Cruz Gurbindo, de 76 años de edad, hermana mayor de su mujer.

 (72) Ver pie de pág. nº12.

 (73)Los ingleses mencionaron varias veces como justificación por su fracaso del asalto del 25 de Julio a la ciudad, que los franceses habían incendiado las casas pegantes a las brechas. Este testimonio incide en este importante detalle, aunque aclara que no fue lo que ocasionó la total pérdida de la ciudad.

 (74)Sorprendente que intentaran quemar la Parroquia de San Vicente, cuando ésta era utilizada como Hospital de Sangre para sus propias tropas. Por este motivo, como ya  he señalado anteriormente, me inclino a pensar que se trata de un incendio fortuito.

 (75)Ver pie de página nº 23

 Testigo 15:

 Don Gabriel Serres (76), natural, vecino y del comercio de esta Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que las tropas aliadas, a luego que entraron en la Plaza, empezaron a saquear todas las casas y, además, cometieron las mayores atrocidades, como son matar y herir a muchos habitantes, y además violar a la mayor parte de las mugeres; que aún los franceses no se retiraron al castillo quando dieron principio a estos excesos; que al declarante, después de haberle quitado hasta todas las ropas que tenía a cuestas, le dieron muchos golpes y varios sablazos, que por su dicha, no pasaron los vestidos.

 Que el día primero de Septiembre no fue menos cruel para los pobres habitantes que, ya no teniendo dinero, comestibles ni cosa alguna para poder contentar a la tropa que entraba en sus casas, los maltrataban de tal modo que a muchos les quitaron las vidas y a los demás les dexaban estropeados; que el declarante, estando ya en la inteligencia de que cesaría ya el saqueo la noche del treinta y uno, fue sobre la cama a descansar un poco, por quanto no se podía tener sobre sus pies por los sustos que pasó, y, a cosa de las tres de la mañana, vinieron a su casa cinco yngleses y, habiéndole dicho que se levantase, luego lo hizo así; luego le pidieron dinero y, habiéndoles dicho, que no tenía, le amenazaron varias veces con la muerte, poniéndole las bayonetas en el pecho si no les entregaba al momento alguna cantidad; viendo lo qual y por evitar esta triste suerte, les dixo que para quando ellos baxasen de la segunda vivienda, vería de hallar alguna cosa, si acaso no dieron con algunos rincones en que tenía guardados unos reales; entonces le juraron, si para quando baxasen no tenía listo el dinero, le matarían a sablazos; en cuya vista, a luego que subieron al segundo piso, el declarante salió de su casa y fue a refugiarse a la casa de la Ciudad por quanto había guardia en la puerta.

 Que lo que hay de más fuerte es que a los soldados franceses, que cogieron prisioneros en la brecha y en las calles, los trataron con la mayor humanidad, pues los abrazaban y daban de beber, siendo así que a los habitantes, que, se sacrificaron por servir a los yngleses y portugueses que el enemigo cogió prisioneros el día veinte y cinco de Julio, dándoles todo lo necesario hasta hacer una requisición para recoger sábanas, camisas, etc. para los heridos y sanos y camisas de percal para los oficiales, los maltrataron en recompensa de estos servicios; que, además, es bien público y notorio que los habitantes de San Sebastián esperaban con la mayor impaciencia el día feliz de la entrada de sus aliados, pues, a luego que se apoderaron de la Ciudad, muchos salieron a las ventanas con mil aclamaciones de júbilo, pero muchos fueron víctimas, pues, en señal de agradecimiento, tiraron varios tiros y mataron a algunos de ellos; visto lo qual, los demás se apresuraron a cerrar las ventanas para evitar de seguir igual suerte, pero de nada sirvió esta medida, respecto a que derribaron las puertas de la calle con tiros de escopeta.

 Al segundo, dixo que, aunque le consta al declarante que mataron e hicieron a varios habitantes por haberlo oído decir a muchos, no sabe quiénes son, si no es los siguientes: el sacerdote don Domingo de Goycoechea, y doña Xaviera, que vivían juntos a la Plaza nueva (77), Jeanora, que vivía en la calle de la Trinidad, que tenía la Posada del suizo, y dos chocolateros, cuyos apellidos ignora; éstos fueron muertos por las tropas aliadas el mismo día de la entrada; y heridos los siguientes: Pedro Cipitria, sastre que vivía junto a San Vicente, el Andaluz, que vivía frente a la cárcel vieja, y el espadero, que vivía en la calle Mayor. Los dos primeros murieron a resultas de sus heridas, pero el tercero, según tiene entendido, se halla ya sano. (78)

 Al tercero, dixo que el treinta y uno de Agosto, quando entraron los aliados, no había fuego en la Ciudad hasta eso de las seis de la tarde, en que se notó que la casa de la señora viuda de Echenique (79), sita en los quatro Cantones de la calle Mayor, ardía; aunque el declarante no vio darla fuego, tiene entendido a varios de aquella calle que las tropas aliadas le pegaron fuego.

 Al quarto, dixo que, como el declarante estuvo huyendo para guardarse del mal trato que le daban (pues que a cada paso le querían matar), no vio pegar fuego a las casas, pero observó que, a luego que salieron cinco o seis soldados aliados de la casa número 7 de la Plaza nueva, la casa principió a arder.

 Además el relogero García, que estaba con el declarante en la casa de don José María de Soroa y Soroa, lo tiene dicho que, habiendo baxado al almacén, llegó a tiempo que iban a pegar fuego a la casa y que pudo conseguir el que el fuego no operase.

 Al quinto, dixo no puede decir nada sobre este capítulo.

 Al sexto, dixo que el declarante salió fuera de la Ciudad el día dos de Septiembre, no pudiendo ya aguantar el mal trato que le daban, pues, aun entonces, continuaba el saqueo lo mismo que el primer día, no sólo en la Ciudad, sino también a sus alrededores.

 Al séptimo, dixo que el declarante no vio tirar sobre la ciudad ninguna bomba, granada ni otros proyectiles incendiarios por las tropas francesas desde que se retiraron al castillo.

La casa donde se encontraba el testigo era una de la muchas propiedades de José María Soroa y Soroa, pero que desde ella hubiese podido ver como incendiaban la nº 7 de la Plaza Nueva, reduce las posibilidades a sólo una, la situada en la calle Narrica nº 242, esquina con la calle Íñigo.

Al octavo, dixo que no ha llegado a noticia del declarante el que ningún yndividuo de las tropas aliadas haya sido Castigado por los excesos cometidos en la Plaza de San Sebastián.

 Al noveno, dixo que las pocas cosas que se han libertado del incendio son toda la cera de la calle de la Trinidad por el lado del castillo y unas pocas casitas que hay desde el Pozo de la Plaza vieja hasta el Guartel de San Roque, pegantes a las Murallas.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que, después de leído, se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, manifestando ser de edad de veinte y cinco años; y en fe todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (76)D. Gabriel Serres Lone fue bautizado en San Vicente Martir de Donostia el 19 de Marzo de 1789. Sus padres fueron Santiago Serres Marone, natural del pueblo francés de Monte Marsan y la donostiarra Josepha Xaviera Lone Lacarra. En total este matrimonio tuvo seis hijos.

Era uno de los principales proveedores de carne de la ciudad, regentando la Compañía “Serres Hermanos y Laffite”. También fue Síndico de la ciudad los años 1841 y 1842.

Falleció el 22 de Agosto de 1857, celebrándose sus funerales en la Basílica de Santa María de Donostia.

 (77) No se sabe con exactitud la casa que ocupaban. Me inclino a pensar que su asesinato se produjo en la casa propiedad de su hermano Juan Ramón, localizada en la C Puyuelo nº 331, aunque este lugar no sería de los más seguros durante los bombardeos de las brechas.

 (78) Ver pie de pág. nº12.

 (79) Tiene que ser un error. Es la casa propiedad de la Vda. de Echeverría.

Testigo 16:

 Don Domingo de Echave (80), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que el testigo habitaba en la casa de la señora viuda de Cardon (81), desde donde, que es en la calle de Narrica, vio la entrada de las tropas aliadas a eso de la una del medio día del treinta y uno de Agosto y a los primeros soldados que vio y pidieron agua, hallándose todabía aún los franceses sin retirarse del castillo, les dio una herrada de agua que, por ser de Pozo, la mezcló con dos botellas de coñac, que vertió delante de los mismos en la herrada; y habiendo bebido dichos soldados y un oficial, a quien abrazó el testigo de gozo, le mandaron cerrar la puerta, corno lo hizo; que, de allí a rato, empezaron a tirar tiros y a batir las puertas y, habiendo abierto el testigo la de su casa, se echaron como leones sobre él, pidiéndole dinero, le arrancaron quanto tenía; subieron a las habitaciones, saquearon todo, rompiendo arcas, escritorios, caxones y quanto había; que, saliendo unos, volvían a entrar otros de modo que era un continuo fluxo y refluxo de soldados que entraban y salían. Que el testigo vio muchas veces expuesta su vida con el fusil al pecho, recivió golpes y especialmente dos culatazos que le duelen aún y un bastonazo en la cabeza; que, en el mismo zaguán y delante de un montón de mugeres, fue despojado hasta de la camisa, dexándole en cueros y que el otro día, a las tres de la tarde, salió sin camisa hasta Loyola, donde le prestaron otra.

 Que es imposible describir los horrores, atrocidades y violencias que los aliados cometieron aquella tarde, en su noche y día siguiente; que las mugeres fueron violadas sin respetar la ancianidad y la niñez, pues que dos ancianas conocidas suyas, que pasan de sesenta años, lo fueron y no pudo tampoco impedir el que, a vista del testigo, un sargento, que le parece era portugués, violase a una criada suia, de edad de diez y seis años, habiendo amenazado al deponente, que lo quiso estorvar, quitarle la vida con una lanza o alabarde que le puso al pecho; que sería nunca acabar el pormenorizar todos los actos de ferocidad cometidos por los aliados, cuyo furor no se aplacó ni el día siguiente, pues a las ocho de la mañana de primero de septiembre vio que mataron a un paysano en la calle de la Escotilla; que el

En la casa de Cardón fueron violadas no menos de tres mujeres, que tras sufrir ese ataque, murieron presas de las llamas en la bodega del inmueble. El testigo vio desde su casa como prendían fuego a la cercana casa de D. Manuel Joaquín Alcain, en el nº 286 de la calle Puyuelo (1). La casa del testigo corrió la misma suerte el día 1 de septiembre.

testigo pasó la noche en el texado a una con una muchacha que escapó como pudo de las garras de los aliados; que desde el texado, donde sin camisa recivió los aguaceros que cayeron, oía los alaridos y ayes lastimosos de las mugeres que eran violadas, heridas y maltratadas; y, por fin, por salir de aquel infierno y martirio continuo, resolvió a las tres de la tarde del primero de septiembre dexar la Ciudad, de donde salió envuelto en una saya vieja de su muger, coxo, estropeado y después de haber perdido en metálico, plata y alhajas unos ochenta mil reales.

 El segundo, dixo que serán como unas veinte las personas conocidas del testigo que han sido muertas, entre ellas el respetable eclesiástico don Domingo de Goycoechea, cuyo cadáver vio en su casa, en medio de otros dos muertos, y las personas heridas son innumerables. (82)

 El tercero, dixo que quando entraron los aliados no había fuego en el cuerpo de la Ciudad, sino en las ruinas de una casa pegante a la brecha, de la que no pudo comunicarse por ningún estilo, por hallarse todas las de aquellas inmediaciones quemadas en el primer incendio de Julio; que el treinta y uno, a la tardeada, notó fuego el testigo en el centro de la calle del Puyuelo, en la casa, en concepto del testigo, perteneciente a don Manuel Joaquín de Alcain (83), y que un soldado ynglés, monstrándole con el dedo dicho fuego, le dijo las palabras siguientes: “¿Ves aquella casa quemar? Pues todas así mañana!”. Y, en efecto, sucedió así, pues que a la mañana siguiente vio dar fuego a unos soldados yngleses a la casa de don José Cardón, donde habitaba el deponente, sita en la calle de Narrica, y, habiéndose ensayado a apagarlo, observó que el fuego era dado con mixtos que se contenían en unos cucuruchos o cartuchos gordos, y era tan activo que por más ensayos que hizo no pudo apagarlo. Que el fuego se aplicó por el almacén entablado; de consiguiente no tiene la menor duda en que los aliados fueron los que incendiaron la Ciudad, lo que confirma el no haberse practicado diligencia por ellos para cortar el fuego.

 Al quarto, dixo que en el capítulo precedente tiene dicho a qué casa vio dar fuego y todo lo demás que abraza esta pregunta.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que, por haber ido el testigo a luego que salió a la villa de Tolosa, distante cuatro leguas, y no puede dar razón sobre este capítulo.

 Al séptimo, dixo que mientras estubo dentro de la Plaza no tiraron los franceses bombas, granadas ni otra cosa incendiaria sobre la Ciudad desde que se retiraron al castillo, lo que hubiera visto el deponente por haber pasado la noche en un texado muy alto.

 Al octavo, dixo que ni vio ni ha oído que ningún soldado haya sido castigado por los excesos cometidos en la ciudad, contrario, que se acuerda bien que, teniendo entre tres soldados en un zaguán de la calle de Ynigo a una muchacha violándola, se quejó una vieja a un oficial ynglés y le pidió auxilio para libertar a la muchacha de aquellas violencia, pero el oficial, lexos de auxiliarla, la despidió diciendo que los dejase, que no matarían a la moza y que callase.

 Al noveno, dixo que no sabe quántas son las casas que se han salvado del incendio, pero sí que las más y las mejores están situadas al pie del castillo.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en ello se afirmó, ratificó y firmó, después de su merced, manifestando ser de edad de cincuenta y cinco años, y en fe de todo, yo, el Escribano, Yturbe.

 Domingo de Echave.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (80) D. Domingo de Echave Areiza nació hacia 1759 en Andoain (No se conserva el libro de bautizados de Andoain de los años 1752-1792). Eran sus padres Manuel Echave y María Josefa Areiza, de profesión labradores. Se casó con Francisca Antonia Egües, con quien vivía en la C/ Narrica nº 280.

Su mujer falleció en 1823 con 75 años de edad, y él en 1841 con 82, y su fuenral de celebró en la Parroquia de San Vicente Martir de Donostia. (Murugarren, L. 1813. San Sebastián Incendiada por Británicos y Portugueses).

 (81)La casa propiedad de Cardón donde vivía el testigo con su mujer era la número 280 de la C/ Narrica.

 (82) Ver pie de pág. nº12.

 (83)La casa propiedad de D. Manuel Joaquín Alcain era la nº 286 de la C/ Puyuelo.

 Testigo 17:

 Don José Vicente Soto (84), testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del ynterrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que, quando entraron las tropas aliadas la tarde del treinta y uno de Agosto, se hallaba en su casa, sita en la esquina de la calle Mayor, conocida con el nombre de la viuda de Soto y Echeverria (85); que, a luego que entraron, empezaron a disparar tiros a las ventanas, balcones y, por haberse asomado un poco a la ventana, le tiraron tres balazos; que desde ella vio que hicieron prisioneros a tres franceses, dos del Regimiento número 62 y uno de Zapadores, a quienes dieron de beber ron y les recibieron con los brazos abiertos; que el testigo, así como otros muchos, recibió a los aliados con el mayor gozo y buena voluntad, les ofreció y dió a beber, pero éstos empezaron a pedir dinero, a robar, saquear y golpear, y, habiéndole quitado al deponente quanto tenía, acometiéndole con puñales y poniéndole al pecho fusiles con el gatillo levantado y, por último, habiéndole pedido cincuenta duros que no tenía, les persuadió que le acompañasen a casa de un amigo a pedirle dinero por no tener él un quarto y, en efecto, para aquel momento le arrancaron ya veinte mil reales y la ropa que tenía puesta; que, sin sombrero y en camisa, fue por todas las calles, seguido de un sargento portugués que venía por los cincuenta duros, y se refugió en la casa de la Ciudad, en la que había un guardia respetable y a donde no dexaron subir al sargento; que allí pasó toda la noche y oió los gritos y lamentos de las mugeres que eran violadas y maltratadas; que, estando el deponente en la casa Consistorial, entró a refugiarse en ella el respetable anciano don Miguel Miner (86) en cueros, sin más que los calzones; finalmente, que no hay quien pueda explicar los horrores de aquella noche y por fin salió de la Ciudad a las nueve de la mañana de primero de Septiembre, habiendo perdido toda su fortuna y hasta su ropa.

El testigo 17 habitaba la primera de las casas incendiadas, la de la Vda. de Soto en la calle Mayor nº 541, desde la que vió como los aliados apresaban a dos franceses del 62º regimiento de infantería de línea y a uno de zapadores (1), que se retiraban hacia Urgull por la calle Escotilla . Cuando escapó del maltrato que sufrieron los de la casa se dirigió al Ayuntamiento (2)

Al segundo, dixo que no sabe quántas son las personas muertas, solamente recuerda del presbítero don Domingo de Goycoechea, de doña Xaviera Artola, José Larrañaga, Vicente Oyanar, Bernardo Campos y el chocolatero Felipe Plazaola, que lo enterró su propia muger, el fondista Jeanora; los heridos que recuerda son Joaquín Santos de Elduayen, hombre muy anciano que aún no ha sanado, y otras muchas personas que no es fácil averiguar por hallarse esparcidas todas las familias de San Sebastián.(87)

 Al tercero, dixo que, quando entraron los aliados en la Plaza el treinta y uno de Agosto, no había fuego en la Ciudad y la primera vez que vio el deponente fue en su propia casa al tiempo que baxaban con un sargento portugués por las cincuenta duros y se marchó a la casa de la Ciudad; pues entonces, que serían entre seis y siete de la tardeada, vio que soldados yngleses y portugueses, estaban dando fuego por el almacén y la tienda, y debió ser tan activo el fuego que a los tres quartos de hora vino a la casa Consistorial el Alcalde Bengoechea y le aseguró que estaba ya abrasada su casa y ardiendo las inmediatas.

 Al quarto, dixo que se remite al capítulo precedente y que en quanta a los combustibles no puede decir otra cosa, sino que les vio en las manos una especie de paquete, como de cartuchos, y una cosa, que parecía mecha.

 Al quinto, dixo que ignora su contenido.

 Al sexto, dixo que ha oído decir que, días después del asalto, se cometieron robos y violencias en la Ciudad y sus inmediaciones, y vio el deponente, quando salió, que en la Puerta los centinelas robaron a unas mugeres los pañuelos con que cubrían los pechos y el dinero que llevavan.

 Al séptimo, dixo que, mientras estubo el deponente en la Ciudad, no tiraron los franceses cosa alguna incendiaria sobre ella desde que se retiraron al castillo ni ha oído que hubiesen tirado después que salió el testigo.

 Al octavo, dixo que no ha oído que ningún soldado hubiese sido castigado por los excesos cometidos en San Sebastián.

 Al noveno, dixo que no sabe de positivo quantas son las casas que se han salvado del incendio, pero sí que son bien pocas y que las más están situadas al pie del castillo.

 Y todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado, en que se afirmó, ratificó y firmó, manifestando ser de edad de diez y ocho años, y en fe de ello firmo yo, el Escribano. Yturbe.

 José Vicente de Soto.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (84)Murugarren dice en “1813. San Sebastián incendiada por Británicos y Portugueses”:

      Para aquel tiempo sólo hemos hallado dos familias Soto: La de D. Tomás, que casó con la donostiarra Doña María Josefa Sost Arzebiscaray, en 1786 (y de quienes no consta descendencia en la parroquia de San Vicente hasta 1811), y la del gallego Don Manuel, que nació en 1788 y en Vivero, y que casó con la donostiarra Doña Patricia de Mancilla.

 (85)C/Mayor nº 541

 (86)Joseph Antonio Miguel Miner Ynchausti, donostiarra bautizado el 9 de Enero de 1738 en San Vicente Martir, contaba 75 años de edad en el momento de la tragedia. Sus padres se llamaban Domingo y Juachina (sic). Fue uno de los firmantes del manifiesto de 1814. Falleció el 10 de Octubre de 1816, celebrando sus funerales en San Vicente.

 (87) Ver pie de pág. nº12.

 Testigo 18:

 Don Juan José de Garnier Remón (88), vecino de esta, Ciudad, testigo presentado y jurado, siendo examinado al tenor del ynterrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que la conducta de los aliados el día del asalto y los siguientes fue la más fatal y escandalosa, según se dice, egecutaron en otras familias en quanto a violencias de mugeres y saqueo general.

 Que, por lo que toca a la persona del testigo, declara que, habiéndose empezado el tiroteo dentro de la ciudad entre yngleses, portugueses y franceses, un oficial ynglés, herido, le pidió vendage para curarse, se lo hechó por el balcón y le dio gracias; que, de allí a rato, otro oficial portugués le pidió un poco de aguardiente, cuyo auxilio le subministró prontamente y sin reparar en ningún peligro. Que baxó las escaleras con una botella y vaso, acompañado de un vecino de la segunda habitación de su casa, mas, antes de llegar a la puerta de la calle, que la tenía cerrada, oyó un tiro de fusil, que tiraron para abrirla, y entiende serían los portugueses, porque entonces no había franceses en la calle, que abrió la puerta y, con la mayor precipitación, se introduxo una porción de tropa portuguesa la que, habiéndole quitado tres dientes de un culatazo de fusil, le siguieron sacudiéndole sablazos hasta que llegó a la quarta habitación y, en aquel sitio le obligaron a que diese dineros y, en efecto, entregó los que tenía, mientras que los compañeros se entretenían en romper armarios, papeleras, caxones y demás muebles en que creían poder hallar interés para saziar su injusta codicia.

 Que en esta, primera ocasión se llevaron todo lo más precioso de su casa, con inclusión de la mejor ropa, y en su cuarto, donde tenía su escritorio y papeles de correspondencia y documentos importantes, como escrituras de imposiciones, testamentos, legados y mandas a favor de los herederos de su familia, los quales, por haberlos maltratado, tirándolos y pisándolos, se perdieron todos, cuya pérdida es la más sensible para el testigo y sus interesados, como se puede deducir.

 Que, a la noche, que fue horrorosa por los alaridos que se oían de todas partes, se refugieron a su casa, al abrigo de un oficial que se alojo en ella, varias familias de las vecindades; y, por fin, quando vio arder su casa, salió de la Ciudad el primero de Septiempre por la mañana, aunque volvió el día dos a ver si podía sacar algo.

 Al segundo, dixo que, en quanto a muertos y heridos en esta fatal desgracia, aunque ha visto muchos de una y otra clase y de entrambos sexos, no puede asegurar el número fixo, sólo dirá y atiende que serán más de lo que algunos creen por hallarse muchos de estos infelices envueltos en las ruinas que causó el incendio. (89)

 Al tercero, dixo que el primer fuego que notó fue, cerca de su casa, en la de la viuda de Soto o Echeverría y fue causado por los yngleses y portugueses; y que, habiendo preguntado al coronel ynglés del Regimiento número 38 (90) por qué dieron fuego a dicha casa, le contexto que porque rezelaban habría alguna mina.

 Al quarto, dixo que, además de la dicha, las casas que vio arder, al romper el día primero de Septiembre, desde la guardilla de la suya, fueron azia el centro de la Ciudad, sin poder asegurar con qué mixtos incendiaron y, como los franceses en aquella hora estaban en el castillo, deduce que las incendiaron los aliados; que, a la mañana, estando en su casa, vio que echaban mixtos y que antes de media hora, empezó a arder toda la casa, aun desde los almacenes baxos, hasta lo más alto y que con tanta prontitud se aumentaba el incendio, que sólo tubo lugar de tomar el capote y escapar a la calle, abandonándolo todo con deseos de salvar la vida.

 Al quinto, dixo que, aunque andubo por la Ciudad, no observó que ningún ynglés ni portugués trabaxase en apagar el fuego y, aunque el testigo se presentó en la Plaza vieja al General ynglés a pedirle auxilio, le contextó que no podía por entonces.

 Al sexto, dixo que a los tres o quatro días del asalto robavan los aliados a todos los paysanos, hombres y mugeres, que salían de la Ciudad, todo lo que llevavan oculto y descubierto habiendo sido el testigo robado en tres ocasiones que salió con algunas cosas que el primer día pudo salvar del pillage.

El testigo 18 presenció todo desde la casa nº 81 dela calle Mayor, hasta que vió que fue incendiada (2) durante la madrugada del día 1. Allí sufrió los robos y maltratos de los aliados. Coincide con los demás testigos en que la primera casa incendiada fue la de Soto (1). Cuando abandonó su hogar fue a la Plaza Vieja, donde pidió ayuda al General Inglés, que suponemos fuese Andrew Hay (3).

Al séptimo, dixo que, desde que los franceses se retiraron al castillo, no dispararon ni un tiro sobre la Ciudad.

 Al octavo, dixo que no ha visto imponer más castigo que el de unos pocos palos o baquetas, que, a los tres o quatro días después del asalto, dieron en la Plaza Vieja a un ynglés, no sabe por qué motivo.

 Al noveno, dixo que las casas que se han libertado del incendio son las que hay desde el muelle, línea recta, hasta la Parroquia de San Vicente, situadas al pie del castillo, y que sabe su número por no haberlas contado.

 Todo lo qual declaró por cierto baxo del juramento prestado en que se afirmó, ratificó y firmó, asegurando ser de edad de cincuenta y dos años cumplidos, y en fe de todo, yo, el Escribano. Yturbe.

 Juan José Garnier Remón.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (88) Juan José Garnier Remón, seguramente sea un vecinodedicado al comercio, procedente de San Juan de Luz (Francia). Falleció el 23 de Marzo de 1845, y sus funerales se celebraron en la Basílica de Santa María.

 (89) Ver pie de pág. nº12.

 (90) Del 38º de Infantería de Línea británica había tres mandos importantes en San Sebastián. Eran los Tenientes Coronel Hon. John Thomas Fitzmaurice Deane (Lord Muskery) y Edward Miles. Descarto a este último al haber resultado herido en el ataque del 31 de Agosto, y al primero por su graduación, presuponiendo que el testigo distinguía correctamente las divisas de grados británicas.

De esta manera, por descartes, se trataría del Hon. Charles James Greville, Coronel Provisional del 38º de Infantería de Línea desde el 4 de Junio de 1813, y veterano de la campaña de Walcheren (1809).

Sirvió en las Campañas Peninsulares de Agosto de 1808 a Enero de 1809, y de Junio de 1812 hasta Abril de 1814. Perteneciente al Estado Mayor de la 5ª División de Julio de 1812 hasta Octubre de 1813.

Estuvo presente en las acciones de Roliça, Vimeiro, La Coruña, Castrejón, Salamanca, Burgos, Villamuriel, Osma, Vitoria, San Sebastián, Paso del Bidasoa, Nivelle, Nive y Bayona.

Condecoraciones:       Mencionado en los Despachos por el ataque a la brecha de San Sebastián del 25 de Julio de  1813.

                                         Medalla de Oro por Roliça, Vimeiro, La Coruña, Salamanca, Vitoria, San Sebastián  y Nive.

                                         Caballero de la Orden del Baño.

Falleció en 1836.

Testigo 19:

 Don Juan Bautista de Azpilcueta (91), testigo presentado y jurado siendo examinado al tenor del interrogatorio, declaró como sigue:

 Al primero, dixo que el treinta y uno de Agosto, a cosa de las dos de la tarde, se posesionaron los aliados del cementerio de Santa María, donde vivía el testigo, cuyo puesto abandonaron los franceses después de una resistencia de un quarto de hora, retirándose en tal desorden al castillo que, en concepto del declarante, si los aliados los persiguen en seguida, se hubieran apoderado de él, pero se contentaron con quedarse en este puesto y observó desde el resquicio de su ventana que a una infeliz muger, que salió a la suia y victoreó a los yngleses, inmediatamente le dispararon fusilazos desde el cementerio y no sabe si murió, porque al instante cerró el resquicio el deponente.

 Que para dar una idea de la conducta de los aliados referirá lo que le consta y sabe de positivo ocurrió en cierta casa donde vivía un sacerdote con tres señoras y una criada, todas de mayor edad, pues la que menos no baxa de quarenta años; que, después de haber derribado las puertas de dicha casa, entraron los aliados en ella, al medio día del treinta y uno de Agosto, la saquearon toda hasta que al pobre cura le pusieron en cueros y desde el mismo cuerpo le arrancaron tres o quatro cartuchos de orillos y doblones de a quatro, y le dexaron en esta forma quando, a cosa de las quatro de la tarde, se presentó en dicha casa un oficial de los aliados y, compadecido de toda esta gente, les ofreció su protección, tomando por apunte el nombre de la casa, quedando corriente en venir a dormir a ella; que en todo este intermedio hasta la noche fue esta casa depósito de lo que robaban en otras y donde se hacían las reparticiones.

 Que, a cosa de las seis de la noche se refugiaron a esta casa siete mugeres por el fuego que tenían en las suyas, habiendo sido también despojadas de todo quanto tenían; que estaban todas juntas en la cocina, muy contentas de haber salvado la vida, pero siempre teniendo a ocho soldados que sobre los colchones estaban en la sala; que, a eso de las ocho de la noche, llegó el oficial ya citado y, preguntando por el padre cura, a quien saludó, dixo que venía a cumplir su palabra y que no tubiesen cuidado, con lo que todas las mugeres quedaron muy contentas; que, de allí a un rato, pidió le pusiesen una gran cama y dixo que necesitaba para sí una concubina, señalando una de las mugeres que estaban allí; que le contestaron no había sábanas y, habiendo estado pensativo un rato, se marchó sin decir nada, dexando a todas las mugeres y al cura en medio de los ocho soldados, quienes a eso de las diez de la noche apagaron quatro luces que había encendidas, pusieron un centinela en la puerta de la calle y dieron principio a la violación de todas, como lo executaron, incluso una muchacha de once años y una muger de sesenta y dos, y se dexa inferir lo que sufriría el espíritu del infeliz sacerdote a vista de estas violencias; que por fin, a cosa de la una, dos oficiales que pasaban por la calle, compadecidos, de los lloros y gritería de estas gentes, subieron a la casa y sacaron a todas, a una con el sacerdote, de las manos de aquellos leones y las trasladaron a la Casa de la Ciudad.

 Que el testigo tenía la puerta de su casa bien atrancada y se mantuvo así toda la tarde y noche del treinta y uno sin quererla abrir, aunque dispararan a la puerta veinte y ocho fusilazos; que toda la tarde y noche estubo sintiendo en todas las vecindades gritos de mugeres y niñas que clamaban pidiendo socorro y que los aliados disparaban muchos tiros de  fusil dentro de las casas, lo que le tenía bastante acobardado y en no ver en la calle ni un habitante de la Ciudad.

 Que el día primero de Septiembre, a eso de las siete de la mañana, sintió golpear la puerta de su casa y que le llamaban por su nombre y, habiendo conocido la voz de don Manuel Renart (92)y que le decía quería alojarse en su casa el Mayor del Regimiento número 9, baxó inmediatamente a abrir la puerta y la primera salutación que le hizo fue darle con mucha furia un rempujón y reconvenirle porque tenía la puerta y ventanas de su casa cerradas, y, habiéndole contextado que por los desórdenes que no ignoraba y habiendo reconocido toda la casa, se marchó sin decirle palabra, dejándola toda abierta de par en par; que, apenas salió éste, llegaron dos capitanes del número 9 a pedirle por favor les permitiese entrar a almorzar, a que condescendió con gusto, como también a la súplica que le hicieron de quedar alojados en su casa, rogándoles pusiesen un centinela en la escalera para evitar el que entrasen los soldados a robar, y, colocada dicha centinela, despidió a muchísimos que subieron por la escalera con ese fin; que se mantuvo así, con su familia, hasta el dos a la mañana, en que, viendo que el fuego era grande y que nadie acudía a apagarlo, hizo salir de casa y que siguiesen la suerte a su madre, de ochenta y cinco años, a su hermana y criada, quienes con una multitud de trabajos pudieron llegar a un caserío del Antiguo; que el testigo quedó solo en casa con los capitanes y quatro asistentes hasta el quatro de Septiembre a las doce del medio día, en cuya hora relevaron el Regimiento número 9 (93)y entraron en su casa veinte y dos soldados, y, entre ellos (lo que le admiró más) dos oficiales, que no reparó el número de su Regimiento, que le empezaron a maltratar y golpear fuertemente; que el deponente, viéndose ultrajado y bastante estropeado, tomó en brazos a un perrito y una manta al hombro, apretó a correr fuera de casa y, recibiendo en la calle infinitos puñetazos y culatazos de fusil que le daban los soldados, pudo llegar a la Puerta de tierra, de donde apenas iba a salir le despojaron de la manta, perro y algún dinero que llevava, dexándole sin nada, pero contento y dando gracias a Dios de haber salido de las manos de aquellas fieras.

 Al segundo, dixo que ha oído a varios que han sido muchos los muertos y heridos, pero no recuerda quiénes son. (94)

 Al tercero, dixo que el testigo notó el incendio por primera vez el treinta y uno a la noche, en la calle del carbón o Juan de Bilbao (95), y que el día primero de Septiembre a las ocho de la noche, habiendo subido a la azotea de su casa, vio que ardía el Pueblo por siete u ocho parages, y se conocía claramente, según los puestos que estavan ardiendo que los aliados, desde afuera, trahían ya destinados los puntos a que debían dar fuego; que no hay género de duda que el incendio fue causado por los aliados, pues que el dos, a cosa de las diez de la mañana, estando el testigo en el balcón de su casa con uno de los capitanes que tenía alojados, hablando sobre el mucho fuego que se veía, le dijo, si podía, buscase una habitación en la cera de casas que se han salvado e la calle de la Trinidad o San Telmo y se trasladase allí, a que preguntó el deponente que, aun quando encontrase casa en aquel parage, quién le había de trasladar los muebles, le contexto el capitán que sus soldados nada se podía fiar, porque le

No conocemos la casa exacta del testigo, pero señalo su posición aproximada dentro del círculo rojo. El número 1 señala el atrio de Santa María, lugar donde se produjo una tenaz resistencia de cerca de 15 minutos por parte francesa, para dar tiempo a que se retiraran las tropas que defendían las posiciones avanzadas del frente de tierra, hacia la fortaleza de Urgull. Menciona varios fuegos dados por los aliados, coincidiendo con varios testigos en el de la casa nº 6 de la Plaza Nueva, que se originó en su parte trasera perteneciente a la calle Juan de Bilbao.

robarían todo, pues eran las peores cabezas que tenía la Inglaterra (96), que no obedecían ni la misma oficialidad; de cuya conversación infirió que debía ser abrasada toda la Ciudad menos aquella cera de casas que las conservavan para defenderse del castillo y del fuego de fusilería que podían hacer los franceses desde los caminos cubiertos (97). Que, hablando con este mismo oficial sobre el origen de tanto fuego, dijo que la tropa embriagada era la que daba fuego a las casas por hacer daño y que no se podía remediar.

 Al quarto, dixo que lo que puede decir es que vio la calle Mayor pasar de una cera a otra dos sargentos, uno con tizón encendido en la mano derecha y en la izquierda una especie paquete bastante grande y el otro con otro paquete que apretaba con las dos manos al pecho, los quales entraron en las casas del Palacio del Marqués de Mortara y no sabe de qué modo las incendiaron, pues que hubiera sido muy arriesgado el ir a verlo. Que observó también, a la noche, que de algunas casas de las incendiadas, a una con la llamarada, salían y se elevavan a bastante altura, ciertas llamas anchas como la palma de la mano, a la manera de aquellos cohetes que despiden una porción de luces.

 Al quinto, dixo que no sabe si los aliados impidieron apagar el fuego, pero que ellos mismos, a haber querido, podían haverlo cortado, como lo hicieron en Santa Teresa, pues que el dos, a la noche, un capitán de sus alojados, que estubo de guardia, aseguró que aquella noche se posesionaron de Santa Teresa, convento situado al pie del castillo, el qual lo evacuaron los franceses a resulta de haberse incendiado por las muchas bombas y granadas que tiraban los aliados, y los yngleses, porque no se quemara hicieron traher inmediatamente unos quarenta zapadores que instante apagaron el fuego.

 Al sexto, ,dixo que ignora su contenido, porque desde su salida no ha vuelto a pisar la Ciudad.

 Al séptimo, dixo que los franceses no tiraron de que se retiraron al castillo bombas, granadas ni otra cosa incendiaria ni podían tirar, porque un capitán francés del número 1 (98), que estaba alojado en su casa, le aseguró el treinta que en el castillo se les concluyeron o tenían muy pocas granadas y que las esperaban de San Juan de Luz.

 Al octavo, dixo que a ningún soldado aliado vio castigar por los excesos que cometieron, antes bien vio desde el balcón de su casa que los soldados, delante de dos Generales yngleses que estaban en el cementerio de Santa María, iban a dicha Yglesia a depositar los fardos de lo robado y que, delante de ellos mismos, rompieron los soldados tres pianos, espejos y otras muchas cosas que traxeron a aquel puesto; que dichos Generales veían a varios soldados vestidos de curas, a otro con uniformes bordados y de otras mil maneras, y no vio que les castigasen ni tornasen providencia alguna; que advierte que ha asegurado que dichos oficiales, en cuya presencia pasó lo que lleva referido, eran Generales, porque así le dijeron sus alojados, pues que el testigo no conoce las divisas de los yngleses, pero recuerda muy bien que el centro de los sombreros tenían lleno de Plumas blancas.

 Al noveno, dixo que no sabe quántas son las casas que se han salvado del incendio; pero sí que casi todas están situadas al pie del castillo.

 Todo lo cual declaró por cierto baxo del juramento prestado y en él se afirmó, ratificó y firmó después de su merced, asegurando ser de edad de treinta y ocho años cumplidos, y en fe de todo, yo el Escribano. Yturbe.

 Juan, de Azpilcueta.

 Ante mí, José Elías de Legarda.

 (91) Existe una partida de nacimiento de la parroquia de San Vicente, con fecha 2 de Febrero de 1800, de una hija natural llamada Juana Josefa Ángela Azpilcueta Yrigoyen (Fallecida en 1817), cuyos padres son Juan Azpilcueta Yribarren y Josefa Yrigoyen Echeverría. No tengo la certeza absoluta, pero por fechas, el testigo tendría en ese momento 25 años, pudiendo ser el padre.

 (92) Testigo nº 70

 (93) El regimiento nº 9 estuvo involucrado en el ataque contra el convento de Santa Teresa, en el que los franceses, desde el 31 de Agosto por la tarde, se habían atrincherado en los pisos superiores. Entre el día 2 y 3 lo abandonaron voluntariamente, ante la sospecha de que los aliados hubiesen preparado una mina en sus pisos bajos con la intención de volarlo, y terminar con la resistencia francesa.

      En la pregunta 5ª de este testimonio, el oficial que dormía en casa del testigo afirma que lo hicieron por la proliferación de un incendio en el edificio, que posteriormente apagaron los británicos. Puede ser el único caso, en toda la ciudad, de un solar en el que los aliados procedieron a apagar el fuego. El motivo es evidente, era tácticamente muy importante su conservación.

 (94) Ver pie de página nº 12.

 (95) Se refiere a la casa de la Plaza Nueva nº 6 propiedad de la Vda. de Barbot, que fue incendiada desde su parte trasera de Juan de Bilbao.

 (96)Los oficiales británicos, al igual que el mismísimo Lord Wellington, tenían en muy baja estima a sus hombres, calificándolos siempre como delincuentes y deshechos de la sociedad.

 (97) Coincide la declaración de este testigo con mi defensa sobre la verdadera razón por la que los británicos conservaron esa línea de casas, en la que insisto en que es un error afirmar que fue únicamente por alojar a los mandos aliados. La razón fue táctica, sirviendo de defensa ante un contraataque francés y de línea de contención entre los dos bandos.

 (98) Cuatro son los Capitanes del 1º de Infantería de Línea que podrían ser el mencionado por el testigo: Gauthier, Jean Marie Roch, Gouffé, Etienne Jean Claude, Jumel, Pierre, o Letang, Jacques. Este último resultará gravemente herido en la cabeza por la explosión del depósito de munición francés de la brecha.

 

FDO. JOSÉ MARÍA LECLERCQ SÁIZ