Vida y Asedios de una pequeña gran ciudad
Sábado. 1 de Enero de 1814.
Se redacta una notificación para la Comisión de Transportes de Prisioneros en la que se anuncia un nuevo intercambio de prisioneros con los ejércitos franceses. Entre los oficiales mencionados se menciona al Jefe de Batallón de Artillería Biron, que se encuentra actualmente preso en Inglaterra. Me inclino a pensar que se trata de Brion, cuya actuación en San Sebastián fue tan destacada. Su nombre suele aparecer escrito incorrectamente en numerosos documentos. Este oficial tiene que ser enviado de vuelta a Francia, para ser intercambiado por el Mayor Brotherton, del 14º de Dragones.
La mentalidad que impera en estas negociaciones está totalmente basada en los rangos jerárquicos de los protagonistas. No se valora a las personas, su estado o condiciones. Únicamente se tiene en cuenta la paridad de rangos militares. Voy a mostrar el despacho enviado por Wellington desde el Cuartel General de San Juan de Luz al Teniente General Sir R. Hill el 10 de Enero. En el mismo el lector podrá comprobarlo personalmente.
Domingo. 2 de Enero de 1814.
Este día se produce un hecho curioso en el frente. Al medio día los alféreces portugueses Manoel María Ferreira Nobre y Antonio Vasconcellos, del 18º Regimiento de Infantería portugués, acompañados por un tambor, cruzaron el rio Adour al haber sido invitados a beber por los oficiales franceses que estaban en las líneas contrarias. Una vez llegados fueron inmediatamente hechos prisioneros. Comento este hecho, a priori intrascendente para la historia de San Sebastián y sus protagonistas, porque en el posterior canje de estos oficiales se verán incluidos dos suboficiales capturados en la rendición de nuestra ciudad.
Miércoles. 12 de Enero de 1814.
Los cañones existentes en la Plaza de San Sebastián que resultaron dañados durante el asedio ya han sido reparados. El parque artillero de la ciudad se ha visto reforzado con piezas procedentes de anteriores capturas al enemigo. Wellington considera la plaza a partir de este momento como suficientemente armada, por lo que se encargará de mandar los suministros necesarios de pólvora y municiones a sus almacenes.
Domingo. 16 de Enero de 1814.
MANIFIESTO QUE EL AYUNTAMIENTO, CABILDO ECLESIASTICO, ILUSTRE CONSULADO Y VECINOS DE LA CIUDAD DE SAN SEBASTIAN, PRESENTAN A LA NACION SOBRE LA CONDUCTA DE LAS TROPAS BRITANICAS Y PORTUGUESAS EN DICHA PLAZA EL 31 DE AGOSTO DE 1813 Y DIAS SUCESIVOS.
Firmado por todos los constituyentes de las tres Comunidades y por 169 vecinos más. La ciudad de San Sebastián ha sido abrasada por las tropas aliadas que la sitiaron, después de haber sufrido sus habitantes un saqueo horroroso y el tratamiento más atroz de que hay memoria en la Europa civilizada. He aquí la relación sencilla y fiel de este espantoso suceso.
Después de cinco años de opresión y de calamidades, los desgraciados habitantes de esta infeliz Ciudad aguardaban ansiosos el momento de su libertad y bien estar, que lo creyeron tan próximo como seguro, quando en 28 de Junio último vieron con inexplicable júbilo aparecer en el alto de San Bartolomé los tres Batallones de Guipúzcoa al mando del coronel Dn. José Manuel de Ugartemendía. Aquel día y el siguiente salieron apresurados muchos vecinos, ya con el anhelo de abrazar à sus libertadores, ya también para huir de los peligros à que les exponía un sitio, que hacían inevitables las disposiciones de defensa que vieron tomar a los Franceses, quienes empezaron por quemar los Barrios extramurales de Santa Catalina y San Martin. Aunque el encendido Patriotismo de los habitantes de la ciudad les persuadía, que en breves días serian Dueños de ella los aliados, sin embargo iban à dejarla casi desierta; pero el General Francés Rey, que la mandaba, les prohibió la salida, y la mayor parte del vecindario con todos sus muebles y efectos (que tampoco se les permitieron sacar) hubo de quedar encerrado.
Los días de aflicción y llanto que pasaron estas infelices familias desde que el bloqueo de la Plaza se convirtió en asedio con la aproximación de las tropas inglesas y portuguesas que al mando del teniente General Sir Thomas Graham relevaron a las españolas, no es necesario explicarlos. Qualquiera podrá formarse una idea de las privaciones, sacrificios, sobresaltos y temores de una situación tan apurada teniendo que sufrir las requisiciones y pedidos excesivos, y extraordinarios, que multiplicaba la guarnición con amenazas de muerte; y siendo tanta la desconfianza con que ésta miraba a los moradores, que en 7 de julio les quitó quantas cuerdas, escaleras, picas, palas, azadones y erramientas de carpintería pudo encontrar, además de todas las armas sin excepción del espadín más inútil: todo baxo de execución militar. A este estado de congoja se añadía la que causaba las prolongación de la defensa, à pesar del vivísimo fuego de los aliados y los daños que causaban las granadas y demás proyectiles que accidentalmente ò por dirección dada, caían sobre la Ciudad, y acrecentaban sus miserias. Solo las hacía tolerables la perspectiva de un éxciso próspero y breve que pusiese término à tantas calamidades. Lo esperaron del asalto de 25 de Julio, y quando se vio frustrado, sobrecogidos de una mortal tristeza todos los pechos no acertaban à respirar. Solo pudieron hallar algunas treguas a su dolor en procurar auxilios a los Prisioneros Ingleses y Portugueses, que resistieron en este malogrado ataque. La ciudad los socorrió al instante con vino, chocolate, camisas, camas, y otros efectos. Los heridos fueron colocados en la Parroquia de San Vicente y socorridos por su Párroco. El Presbítero Beneficiado vocal de la Junta de Beneficencia cuidó con el más exquisito esmero à los Prisioneros que pusieron en la cárcel. Este benéfico proceder y el de todos los habitantes, que también les daban todo género de socorro, según su posibilidad, fue mal mirado por los Franceses que disgustados igualmente de las visitas que se hacían a tres oficiales prisioneros, los pusieron en la cárcel y después los trasladaron al castillo, como todo lo podrán declarar los mismos oficiales, y los demás prisioneros de ambas Naciones especialmente Dn. José Gueves Pinto, Capitán del Regimiento portugués número 15 y Dn. Santiago Syret* teniente del Regimiento Ingles número 9.
*Syret, James.
Alférez del 1º Batallón del 9º de Infantería de Línea desde 23 de Enero de 1812 y ascendido a Teniente del mismo el 26 de Agosto de 1813. Había participado en la Batalla de Vitoria, y posteriormente lo hará en Nivelle y Nive. También prestará sus servicios en la Guerra contra los Estados Unidos de América durante 1814. Se retiró pasando a media paga en 1817. Falleció el 4 de Mayo de 1866.
Era entre tanto mayor el cúmulo de males, pues desde el 23 de Julio hasta el 29 se quemaron y destruyeron por las baterías de los aliados 63 casas en el Barrio cercano à la brecha; pero este fuego se cortó y extinguió enteramente el 29 de Julio por las activas disposiciones del Ayuntamiento, y no hubo después fuego alguno en el cuerpo de la Ciudad hasta la tardeada del 31 de Agosto, después que entraron los aliados. Llegó por fin dicho día 31, día que se creyó debía ponerles término, y por lo tanto deseado como el de su salvación por los habitantes de San Sebastián. Se arrecia el tiroteo; se ven correr los enemigos azorados a la brecha: todo indica un asalto por cuyo feliz resultado se dirigían al Altísimo las mas fervorosas oraciones. Son escuchados estos ruegos; vencen las armas aliadas, è ya se sienten los tiros dentro de las mismas calles. Huyen los Franceses despavoridos arrojados de la brecha sin hacer casi resistencia en las calles; corren al castillo en el mayor desorden, y triunfa la buena causa, siendo dueños los aliados de toda la ciudad para las dos y media de la tarde. El patriotismo de los leales habitantes de San Sebastián, comprimido largo tiempo por la severidad enemiga, prorrumpe en vivas, vítores y voces de alegría y no sabe contenerse. Los pañuelos que se tremolaban en ventanas y balcones, al propio tiempo que se asomaban las gentes à solemnizar el triunfo, eran claras muestras del afecto con que se recibía a los aliados: pero insensibles estos a tan tiernas y decididas demostraciones corresponden con fusilazos a las mismas ventanas, y balcones de donde les felicitaban, y en que perecieron muchos, víctimas de la efusión de su amor a la Patria. ¡terrible presagio de lo que iba a suceder!
Desde las once de la mañana, a cuya hora se dio el asalto, se hallaban congregados en la Sala Consistorial los capitulares y vecinos más distinguidos con el intento de salir al encuentro de los aliados. Apenas se presentó una columna suya en la Plaza nueva, quando bajaron apresurados los Alcaldes, abrazaron al Comandante, y le ofrecieron quantos auxilios se hallaban a su disposición. Preguntaron por el General, y fueron inmediatamente a buscarlo a la brecha caminando por medio de cadáveres: pero antes de llegar à ella y averiguar en donde se hallaba el General fue insultado y amenazado con el sable por el capitán Ingles de la Guardia de la Puerta uno de los Alcaldes. En fin pasaron ambos a la brecha y encontraron en ella al Mayor General Hay, por quien fueron bien recibidos, y aun les dio una Guardia respetable para la casa consistorial, de lo que quedaron muy reconocidos. Pero poco aprovecho esto; pues no impidió que la tropa se entregase al saqueo más completo y a las mas horrorosas atrocidades, al propio tiempo que se vio no solo dar quartel, sino también recibir con demostraciones de benevolencia a los Franceses cogidos con las armas en las manos. Ya los demás se habían retirado al castillo, contiguo a la ciudad, ya no se trataba de perseguirlos ni de hacerles fuego è ya los infelices habitantes fueron el objeto exclusivo del furor del soldado.
Queda antes indicada la barbarie de corresponder con fusilazos a los víctores, y a este preludio fueron consiguientes otros muchos actos de horror, cuya sola memoria estremece. ¡O día desventurado! ¡O noche cruel en todo semejante à aquella en que Troya fue abrasada! Se descuydaron hasta las precauciones que al parecer exigían la prudencia y arte militar en una Plaza a cuya extremidad se hallaban los enemigos al pie del castillo, para entregarse a excesos inauditos, que repugna describirlos la pluma. El saqueo, el asesinato, la violación, llegaron à un término increíble, y el fuego que por primera vez se descubrió ácia el anochecer horas después que los Franceses se habían retirado al castillo, vino a poner el complemento a estas escenas de horror. Resonaban por todas partes los ayes lastimeros, los penetrantes alaridos de mujeres de todas edades que eran violadas sin exceptuar ni la tierna niñez ni la respetable ancianidad. Las Esposas eran forzadas a la vista de sus afligidos maridos, las hijas a los ojos de sus desgraciados Padres y Madres: hubo algunas que se podían creer libres de este insulto por su edad, y que sin embargo fueron el ludibrio del desenfreno de los soldados. Una desgraciada joven ve a su Madre muerta violentamente y sobre aquel amado cadáver sufre ¡increíble exceso! los lúbricos insultos de una vestida fiera en figura humana. Otra desgraciada muchacha cuyos lastimosos gritos se sintieron ácia la madrugada del primero de Septiembre en la esquina de la calle de San Gerónimo, fue vista quando rayó el día rodeada de soldados muerta, atada a una barrica, enteramente desnuda, ensangrentada, y con una bayoneta atravesada por cierta parte del cuerpo que el pudor no permite nombrar. En fin, nada de quanto la imaginación pueda sugerir de más horrendo, dexó de practicarse. Corramos el velo a este lamentable quadro, pero se nos presentará otro no menos espantoso. Veremos una porcion de ciudadanos no sólo inocentes sino aun beneméritos muertos violentamente por aquellas mismas manos que no solo perdonaron, sino que abrazaron a los comunes enemigos cogidos con las armas en las suyas. Dn. Domingo de Goycoechea Eclesiástico anciano y respetable, Dª. Javiera de Artola, Dn. José Miguel de Magra, y otras muchas personas que por evitar prolixidad no se nombran, fueron asesinadas. El infeliz José de Larrañaga que después de haber sido robado quería salvar su vida y la de un hijo de tierna edad que llevaba en sus brazos, fue muerto teniendo en ellos à este Niño infeliz; y à resulta de los golpes heridas y sustos mueren diariamente infinitas personas y entre ellas el Presbítero Beneficiado Dn. José de Mayora, Dn. José Ignacio de Arpide y Dn. Felipe Ventura de Moro.
Si dirigimos nuestras miradas a las personas que han sobrevivido a sus heridas, ò que las han tenido leves se presentará à nuestros ojos un grandísimo número de ellas. Tales son el tesorero de la ciudad Dn. Pedro Ignacio de Olañeta, Dn. Pedro José de Beldarrain, Dn. Gabriel de Bigas, Dn. Angel Llanos y otros muchos.
A los que no fueron muertos ni heridos no les faltó que padecer de mil maneras. Sugetos hubo y entre ellos Eclesiásticos respetables que fueron despojados de toda la ropa que tenían puesta sin excepción ni siquiera de la camisa. En aquella noche de horror se veían correr despavoridos por las calles muchos habitantes huyendo de la muerte con que les amenazaban los soldados. Desnudos enteramente unos, con sola la camisa otros, ofrecían el espectáculo más mísero y hacían tener por feliz la suerte de algunas personas (sobre todo del sexo femenino) que ya subiéndose a los tejados o ya encenagándose en las cloacas hallaban un momentáneo asilo, ¿Qual podría ser este, quando unos continuos y copiosos aguaceros vinieron à aumentar las desdichas de estas gentes y quando ardió la ciudad, habiéndola pegado fuego los aliados por la casa de Soto en la calle Mayor, casi en el centro de la Población en un parage en que ya no podía conducir à ningún suceso militar? ¿Quándo otras casas fueron incendiadas igualmente por los mismos? Solo este complemento de desdichas y desastres faltaba à los habitantes de San Sebastián que ya saqueados, privados aun de la ropa puesta, los que menos maltratados, otros malheridos y algunos muertos, se creía haber apurado el cáliz de los tormentos. En esta noche infernal en que a la obscuridad protectora de los crímenes, a los aguaceros que el cielo descargaba y al lúgubre resplandor de las llamas, se añadía quanto los hombres en su perversidad puedan imaginar de mas diabólico se oían tiros dentro de las mismas casas, haciendo unas funestas interrupciones a los lamentos que por todas partes llenaban el aire. Vino la aurora del primero de Septiembre à iluminar esta funesta escena, y los habitantes aunque aterrados y semivivos, pudieron presentarse al General y Alcaldes suplicando les permitiese la salida. Lograda esta licencia huyeron casi quantos se hallaban en disposición; pero en tal abatimiento y en tan extrañas figuras, que arrancaron lagrimas de compasión de cuantos vieron tan triste espectáculo. Personas acaudaladas que habían perdido todos sus haberes, no pudieron salvar ni sus calzones; Señoritas delicadas medio desnudas o en camisa o heridas ò maltratadas; en fin, gentes de todas clases que experimentaron cuantos males son imaginables, salían de esta infeliz ciudad que estaba ardiendo sin que los carpinteros que se empeñaron en apagar el fuego de algunas casas pudiesen lograr su intento; pues en lugar de ser escoltados como se mandó à instancia de los Alcaldes fueron maltratados, obligados a enseñar casas en que robar, y forzados a huir. Entre tanto se iba propagando el incendio y aunque los franceses no disparaban ni un solo tiro desde el castillo, no se cuydo de atajarlo, antes bien se notaron en los soldados muestras de placer y alegría, pues hubo quienes después de haber incendiado a las tres de la madrugada de primero de Septiembre una casa de la calle Mayor, baylaron a la luz de las llamas.
Mientras la ciudad ardía por varias partes, todas aquellas à que no llegaban las llamas, sufrían un saqueo total. No solo saqueaban las tropas que entraron por asalto, no solo las que sin fusiles vinieron del campamento de Astigarraga distante una legua, sino que los empleados en las Brigadas acudían con sus mulos à cargarlos de efectos, y aun tripulaciones de transportes Ingleses surtos en el Puerto de Pasajes tuvieron parte en la rapiña, durando este desorden varios días después del asalto, sin que se hubiese visto ninguna providencia para impedirlo ni para contener a los soldados que con la mayor impiedad, inhumanidad y barbarie robaban o despojaban fuera de la Plaza hasta de sus vestiduras a los habitantes que huían despavoridos de ella, lo que al parecer comprueba que estos excesos los autorizaban los Jefes, siendo también de notarse que los efectos robados o saqueados dentro de la Ciudad y a las avanzadas, se vendían poniéndolos de manifiesto al público a la vista è inmediaciones del mismo Quartel General del Exército sitiador por Ingleses y Portugueses. Uno de esta última Nación traía de venta el copón de la Parroquia de San Vicente que encerraba muchas formas consagradas sin que se sepa que paradero tuvo su preciosísimo contenido. La Plata del Servicio de la Parroquia de Santa María que se hallaba guardada en un parage secreto de la Bóveda de la misma, fue vendida por los Portugueses después de la rendición del castillo.
Quando se creyó concluida la expoliación, pareció demasiado lento el progreso de las llamas y además de los medios ordinarios para pegar fuego que antes practicaron los aliados, hicieron uso de unos mixtos que se habían visto preparar en la calle de Narrica en unas cazuelas y calderas grandes, desde las quales se vaciaban en unos cartuchos largos. De estos se valían para incendiar las casas con una prontitud asombrosa, y se propagaba el fuego con una explosión instantánea. Al ver estos destructores artificios, al experimentar inútiles todos los esfuerzos hechos para salvar las casas (después de perdidos todos los muebles, efectos y alhajas), varias personas que habían permanecido en la ciudad con dicho objeto, tuvieron que abandonarla, mirando con dolor la extraordinaria rapidez con que las llamas devoraban tantos y tan hermosos Edificios.
De este modo ha perecido la ciudad de San Sebastián. De 600 casas que contaba dentro de sus murallas, solo existen 36, con la particularidad de que casi todas las que se han salvado están contiguas al castillo que ocupaban los enemigos, habiéndose retirado a él todos mucho antes que principiase el incendio. Tampoco se comunicó éste à las dos Parroquias, pues que servían de Hospitales y Quarteles a los conquistadores, teniendo igual destino y el de alojamientos la hilera de casas preservadas según se ha expresado en la calle de la Trinidad al pie del castillo. Todo lo demás ha sido devorado por las llamas. Las mas de las casas que componían esta desdichada ciudad, eran de tres altos, muchas suntuosísimas y casi todas muy costosas. La consistorial era magnifica, lindísima la Plaza nueva, y ahora causa horror su vista. No menos lastimoso espectáculo presenta el resto de la ciudad. Ruinas, escombros, balcones que cuelgan, piedras que se desencajan, paredes al desplomarse, he aquí lo que resta de una Plaza de comercio que vivificaba à todo el Pays comarcano, de una Población agradable que atraía a los forasteros. El saqueo y los demás excesos rápidamente mencionados, aunque tan horrorosos, no hubieran llevado al colmo la desesperación si el incendio no hubiera completado los males dexando a mas de 1500 familias sin asilo, sin subsistencia, y arrastrando una vida tan miserable que quasi fuera preferible la muerte. Los artesanos se ven sin pan, los comerciantes arruinados, los propietarios perdidos. Todo se robó ò se quemó, todo pereció para ellos. Efectos, alhajas, muebles, mercadurías, almacenes riquísimos, tiendas bien surtidas fueron presa o de una rapacidad insaciable o de la violencia de las llamas. En fin nada se ha salvado, pues aun los Edificios se han destruido. San Sebastián, tan conocida por sus relaciones comerciales en ambos Emisferios, San Sebastián que era el alma de esta Provincia, ya no existe. Excede de cien millones de Reales el valor de las pérdidas que han sufrido sus habitantes, y este golpe funesto se hará sentir en toda la Monarquía Española e influirá en el comercio con otros Payses.
Mas no es esto todo. No solo se han perdido todas las existencias sino que padecerán aun los tristes residuos de las fortunas de los comerciantes y propietarios con la quema de sus Papeles y Documentos. Todos los Registros públicos, Escrituras y Documentos que encerraban las diez Numerías de la Ciudad, los que se custodiaban en su antiguo y precioso Archivo y el del Ilustre Consulado, quantos contenían los de los particulares, los libros y papeles de los Comerciantes los Libros Parroquiales, todo, todo se ha reducido a cenizas y ¿quien, puede calcular las consequencias funestas que puede producir una perdida semejante? La posteridad tendrá que llorar catástrofe tan espantosa, y sin exemplo, que ahora reduce casi a la insensatez à sus desgraciadas victimas.
¡Víctimas inocentes dignas de suerte menos lastimosa! ¡Victimas antes de la tiranía Francesa y ahora de una barbarie y una rapacidad sin par! ¡Rapacidad que no contenta con la expoliación total que se ha indicado, revolvía los escombros todavía calientes para ver si algo encontraba entre ellos! ¡rapacidad que no ha perdonado a efectos desenterrados, y que a los veinte y quatro días después del asalto se exercía en materias poco apreciables!
Infelicísima ciudad, lustre y honor de la Guipúzcoa, madre fecunda de hijos exclarecidos en las armas y en las Letras, que has producido tantos defensores, que has hecho tantos servicios à la Patria ¿Podías esperar tan cruel y espantosa destrucción en el momento mismo en el que creíste ver asegurada tu dicha y prosperidad?¿En este instante que con increíble constancia y con extraordinaria fidelidad lo miraste siempre como término de tus males, y de cuya llegada nunca dudaste a pesar de tu situación geográfica, y a pesar también de todas las tramas de nuestros implacables enemigos? ¿Tú que distes muestras públicas, nada equívocas y sin duda imprudentes de tu exaltado amor a tu Rey y de tu alto desprecio al intruso, quando en 8 de Julio de 1808 paseo este tus calles y se aposentó en tu recinto: muestras tales que obligaron al sufrido José a manifestar a uno de los Alcaldes la sorpresa que le había causado, pudiste pensar que al cabo de cinco años de opresión, vexaciones y penas, serias destruida por aquellas mismas manos que esperabas rompiesen tus cadenas? Quan pesadas hayan sido estas no hay que ponderarlo, quando con aquellas primeras demostraciones diste a los Franceses pretextos para agravarlas más y más, y quando con tu constante adhesión a la justísima causa Nacional manifestada a pesar de las bayonetas que te oprimían, ocasionaste que fuesen castigados con contribuciones extraordinarias, con prisiones y deportaciones a Francia muchos de tus vecinos (línea cortada en el original) aunque apoyado de todo el poder de su orgulloso hermano, fue para sí un objeto de mofa y vipilendio ¿podían esperar más miramientos los satélites subalternos de la tiranía? ¿Quan confusos has dexado a los oficiales Franceses, quando al cabo de cinco años de estancia no han logrado introducirse en ninguna sociedad o casa decente Española! Y quánto no subiría de punto su admiración y sorpresa al ver, que aquellas mismas gentes que con tanto desdén les trataban, volaron al socorro de los Prisioneros Ingleses y Portugueses cogidos el 25 de Julio, esmerándose todos tus vecinos à porfía sin excepctuar las Señoritas más delicadas en llevar por sí mismas al Hospital, camisas, hilos y quanto podía conducir al alivio de los heridos de ambas Naciones! ¿y no era necesario un patriotismo el más decidido y aún heroico para manifestar tanto afecto a los aliados al propio tiempo que se burlaban con peligro inminente de las vidas las ordenes Francesas, negándose absolutamente tus habitantes a los trabajos del sitio y habiendo sido obligados los Prisioneros Ingleses y Portugueses a emplearse en ellos por dicha causa? ¿y podías esperar que el premio de tan acrisolada fidelidad seria tu destrucción? Pero ni esto ha bastado para entibiar en lo mínimo tu entusiasmo. Entre esas humeantes ruinas, sobre esos funestos escombros has proclamado con júbilo, has jurado con ansia la inestimable Constitución Política de la Monarquía Española concurriendo tus mas principales vecinos dispersos en varios Pueblos a tan solemnes actos. ¡Espectáculo único en el Mundo, que suspendiendo el curso de las lagrimas amargas que arrancaba la vista de tantos lastimosos objetos, daba lugar en aquellos patrióticos corazones a impresiones más alhagüeñas haciendo formar en un obscuro porvenir esperanzas que sirven de lenitivo à sus males! Tus ciudadanos se unen más íntimamente a la gran masa Nacional, y se felicitan de haber salido de la opresión enemiga, aunque sea de una manera tan dolorosa. Ellos en su primera Representación al Lord Duque de Ciudad Rodrigo han dicho estas memorables palabras: «Si nuevos sacrificios fuesen posibles y necesarios no se vacilaría un momento en resignarse a ellos. Finalmente si la convinación de las operaciones militares, o la seguridad del territorio Español exigiese que renunciásemos por algún tiempo o para siempre a la dulce esperanza de ver reedificada y restablecida nuestra ciudad, nuestra conformidad seria unánime mayormente, si como es justo, nuestras pérdidas fuesen soportadas a prorrata entre todos nuestros compatriotas de la Península y ultramar».
Ínclita Nación española, a la que nos gloriamos de pertenecer, he aquí quales han sido siempre y quales son ahora nuestros sentimientos; y he aquí también una relación fiel de todas las ocurrencias de nuestra desgraciada ciudad. Quantas aserciones van estampadas son conformes a la más exacta verdad, y de ellas respondemos con nuestras cabezas todos los vecinos de San Sebastián que abajo firmamos.
Enero 16 de mil ochocientos y catorce.
Firmado por todos los constituyentes de las tres Comunidades y por 169 vecinos más.
Una nueva tragedia se produce en nuestras costas. Uno de los transportes militares británicos llamado "Queen Charlote", que había zarpado desde Farmouth dos días antes con numeroso correo para las tropas británicas que luchaban ya en territorio francés. Esta unidad se encontraba fondeada frente al monte Urgull, seguramente como consecuencia de encontrarse atestado de navíos el vecino puerto de Pasajes,cuando a eso de las cuatro de la mañana comenzó a levantarse un huracanado viento del N.O. Se lanzaron nuevos amarres, pero estos se rompieron, y el barco perdió su ancla. Se mantuvo luchando durante algo más de media hora, pero la suerte estaba decidida. Finalmente el barco se soltó definitivamente y las olas lo arrastraron irremisiblemente contra el cruel final que le esperaba junto a los acantilados del monte Urgull, bajo su castillo. A las diez de la mañana chocó contra las rocas, y las enormes olas terminaron su trabajo destructor en tan sólo treinta minutos.
El Mayor británico Dyer, oficial al mando de las obras de reconstrucción de las defensas de la ciudad tras el asedio, ordenó a los artilleros del castillo que bajaran a las rocas del acantilado, pero los esfuerzos fueron inútiles. Desde el puerto zarpó una cañonera con voluntarios de otros mercantes, pero nada lograron por las dificultades de la mar y la oscuridad de la noche.
Se salvaron 15 de sus tripulantes, entre los que estaban el cirujano Sr. Nankivell y el Maestre Sr. Jennings. Otros 16 hombres perecieron ahogados, casi todos casados y naturales de Farmouth. Entre ellos estaba nuestro capitán John Mudge, que contaba en ese momento con sesenta años de edad. Seguramente sus años y sus dolencias impidieron que se salvara. Pero no todo fue mala suerte. Gran parte de la tripulación no se encontraba a bordo del "Queen Charlotte". Habían desembarcado el día anterior y la mala mar no les permitió regresar a sus buques. Eso les salvó la vida.
Sabemos que Mary, la mujer del capitán, se encontró casi en la indigencia, abrumada por las deudas que había contraído su esposo en la construcción de los barcos. Finalmente logró una pensión para ella y sus seis hijos, dos niños y cuatro niñas, la menor de las cuales contaba solamente con seis años de edad.
Viernes. 21 de Enero de 1814.
Se entablan nuevas negociaciones de intercambios de prisioneros entre los ejércitos contendientes. Wellington intenta que sean devueltos, sin canje alguno, los dos alféreces portugueses que fueron engañados el día 2, pero informa al General Gazan que si este prefiere considerarlos como prisioneros de guerra, preparará a dos subtenientes franceses para su canje. Estos, como veremos en la carta del día 26, son parte de la guarnición capturada en San Sebastián.
Viernes. 21 de Enero de 1814.
Nuevamente son intercambiados varios oficiales y suboficiales capturados en San Sebastián, que serán enviados de vuelta desde Inglaterra a Francia.
Sábado. 29 de Enero de 1814.
Los intercambios anteriores aún no se han llevado a cabo. El de los Subtenientes Boyer y Metroi se producirán inmediatamente, pero el del Teniente Rey, del 1º de Infantería aún no discurre correctamente, al no tener noticias los aliados de la llegada del Teniente español Llorente.
En la costa de San Sebastián se produce una nueva desgracia. La costa se ve sometida este día a una fuerte tormenta, y uno de los buques británicos anclados en la bahía rompe sus amarras como consecuencia de los golpes del mar y el fuerte viento. Esta vez se trata de la goleta H.M.S. Holly, que había participado en las labores de bloqueo de la plaza y en el posterior traslado de su guarnición prisionera a Gran Bretaña.
Tras romper amarras se estrelló contra las rocas pereciendo su capitán, el Teniente Samuel Sharpe Treacher junto a cinco miembros de la tripulación.
Sábado. 5 de Febrero de 1814.
La ciudad está desesperada. Sigue sin encontrar ayudas o apoyos a sus desgracias. Hasta ahora lo único que ha logrado es que los enemigos de la verdad imperen en los medios de comunicación de la época. Se han vertido cantidad de falsedades sobre la actitud mostrada por los donostiarras durante la ocupación francesa y el asalto de la ciudad. Estas podrían, en otras circunstancias, ser simplemente anecdóticas, pero tras los hechos de barbarie demostrados por unas tropas aliadas sobre una ciudad amiga, son una clara afrenta a la inteligencia y un insulto a las víctimas civiles inocentes. El discurso empleado por nuestras autoridades municipales se va haciendo cada vez más beligerante.
REPRESENTACIÓN DEL AYUNTAMIENTO CONSTITUCIONAL DE SAN SEBASTIÁN A S.A. LA REGENCIA DEL REYNO.
Serenísimo Señor.- El Ayuntamiento constitucional de la Ciudad de San Sebastián reclama, con la debida sumisión, la justicia de V.A. en desagravio de su honor ultrajado.
La conducta de nuestros aliados el día del asalto y los sucesivos fue la más horrorosa de que haya noticia en la historia moderna. La moderación de los representantes de la Ciudad y el sufrimiento de sus habitantes, abandonados a la miseria durante cerca de cinco meses, sin socorro ni alivio, son una prueba nada equívoca de su inalterable patriotismo.
Las circunstancias eran críticas, importaba más que nunca el conservar la reputación de las tropas aliadas bajo de todos los aspectos. San Sebastián disimuló sus resentimientos y se limitó a implorar la protección del Excmo. Sr. Duque de Ciudad Rodrigo en favor de las víctimas de tan funesto accidente, a cuyas resultas han muerto ya más de 1.200 personas.
Por razones políticas sin duda, que no puede penetrar el reclamante, el Sr. Lord Duque miró con indiferencia nuestras desgracias y aun insinuó en su último oficio a los comisionados de la ciudad, que deseaba no se volviese a recurrir a S.E. sobre este asunto. La Ciudad entonces, sin manifestar al público sus justas quejas, solicitó un despacho del juez de primera instancia de esta provincia para la comprobación completa de todos los acontecimientos.
Muy adelantada estaba la información en su razón, cuando hubo de suspenderse con la noticia de que V.A. había ordenado en 19 de octubre último al Jefe político de esta provincia, que enviase un comisionado a esta Ciudad para el mismo efecto y de oficio. Empezó a recibirse esta nueva prueba, y se continuó algunos días aunque con lentitud, a causa de haber sobrevenido una indisposición al comisionado, hasta que V.A. tuvo a bien mandar que se la remitiese original en el estado en que se hallase.
El Ayuntamiento concibió desde luego las más lisonjeras esperanzas de esta resolución, y no vaciló un momento en dirigir a S.A. con fecha de 18 de diciembre último, una representación sobre lo ocurrido el día del asalto y sucesivos y la información original recibida a su instancia, en atención a que consideraba aún incompleta la recibida de oficio. Tal es la confianza que inspira a los verdaderos españoles un Gobierno digno de la heroica nación a que pertenecen.
La Ciudad, Serenísimo Señor, no ha conseguido hasta aquí el fruto que debía esperar de su moderación y sufrimiento; la opinión pública vacila o está dividida sobre la verdad de los hechos, algunos periódico nacionales, mal instruidos sin duda, insultan a nuestra desgracia y los de Londres, en particular The Pilot, la atribuye a nuestros crímenes de lesa nación: ¡Impostura atroz que no debería quedar impune en una Nación aliada!
El Ayuntamiento en este estado no ha podido prescindir de dar al público una noticia exacta y verídica de todos los acontecimientos. Ha publicado en su nombre, en el del cabildo eclesiástico, del consulado, y de un gran número de los vecinos de la Ciudad, un manifiesto en el que se hace relación por menor de los principales hechos, y está resuelto a instruir al público del mismo modo de cuanto ocurra relativo a nuestra infeliz situación en lo sucesivo
Los habitantes de la Ciudad todo lo han perdido; sólo les resta su honor que hoy tratan de defenderlo con la resolución más enérgica. En la España libre no sólo el honor de la Ciudad, el de la nación entera y aún el decoro de la autoridad suprema de ella exigen imperiosamente que nuestros justos clamores penetren desde las orillas del Bidasoa hasta las columnas de Hércules, y aún a todas las regiones en que el despotismo o la barbarie no obstruya los conductos para evitar que resuenen sus ecos.
En este concepto, el Ayuntamiento suplica rendidamente a V.A. se digne recibirle bajo su especial protección y acceder en todas sus partes a las solicitudes que tuvo el honor de dirigirla en su representación de 18 de diciembre último, comunicando, en caso de que V.A. lo juzgue oportuno o necesario, todo el expediente relativo a este asunto o un extracto de él a las Cortes generales del reino, para que S.M. resuelva los convenientes, y no duda que esta justa petición será concedida por S.A. a quien guarde Dios en su mayor grandeza muchos y felices años.
San Sebastián 5 de febrero de 1814.
Serenísimo Señor.- Pedro Gregorio de Iturbe - Pedro José de Beldarrain - Miguel de Gascue - Manuel Joaquín de Alcain - José Luis de Bidaurreta - José Diego de Eleicegui - Domingo de Olasagasti - José Joaquín de Almorza - José María de Echanique - Antonio de Arruabarrena - Por el Ayuntamiento Constitucional de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, su Secretario, José Joaquín de Arizmendi.
(A. M. Sec. E, Neg. 5, Ser. III, Lib. 2, Exp. 4)
Lunes. 7 de Febrero de 1814.
Por fin ha aparecido el Teniente español Llorente, por lo que se autoriza la salida desde Inglaterra del Teniente Rey. Este día se autoriza la puesta en libertad del Capitán Gorsée, en otro intercambio.
Miércoles. 16 de Febrero de 1814.
La ciudad de San Sebastián publica un suplemento al Manifiesto del 16 de Enero.
PRIMER SUPLEMENTO DEL MANIFIESTO ANTERIOR
La ciudad de San Sebastián con los tres cuerpos principales que la constituyen, y un gran número de vecinos de ella, publicó el día 16 de enero último un manifiesto sobre la conducta de nuestros aliados el día del asalto de la plaza y siguientes.
Resta ahora el instruir al público de la conducta que ha observado la Ciudad después de la gran catástrofe acaecida en ella.
Muy aciagos fueron para los habitantes de San Sebastián el día 31 de agosto y los primeros del mes de septiembre, y no le han sido menos para un corazón sensible los posteriores.
La ciudad no debía esperar que fuesen peor tratados sus habitantes a resultas de un asalto de la plaza de lo que hubieran sido en igual caso los de una Ciudad Británica, y mucho el que después de tan funesto accidente, sus víctimas fuesen abandonadas a su infeliz suerte y aun insultado su honor.
A la ciudad se acusa por algunos de sus apasionados de apática e indolente por el profundo silencio que ha observado durante más de cuatro meses, al mismo tiempo que otros mal instruidos, o mal intencionados, atribuyen su moderación a causas muy contrarias a las que han dictado.
El Ayuntamiento constitucional de la Ciudad a resuelto satisfacer a los primeros y confundir a los últimos con la publicación de las piezas adjuntas señaladas con el nº 1 hasta el 10º inclusive.
El público en vista del manifiesto publicado el 16 de enero y los documentos adicionales que van a continuación, sabrán guardar según lo dicta la justicia, el proceder de nuestros aliados y la conducta de esta infeliz Ciudad y de sus Representantes.
San Sebastián, 16 de febrero 1814.
Pedro Gregorio de Iturbe - Pedro José de Beldarrain - Miguel de Gascue - Manuel Joaquín de Alcain - José Luis de Bidaurreta - José Diego de Eleicegui - Domingo de Olasagasti - José Joaquín de Almorza - José María de Echanique - Antonio de Arruabarrena - Por el Ayuntamiento Constitucional de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, su Secretario, José Joaquín de Arizmendi.
(A. M., Sec. E, Neg. 5, Ser. III, Lib. 2, Exp. 4)
Domingo. 20 de Febrero de 1814.
ÚLTIMA REPRESENTACIÓN DEL AYUNTAMIENTO CONSTITUCIONAL A LA REGENCIA DEL REYNO.
Serenísimo Señor: El Ayuntamiento constitucional de la Ciudad de San Sebastián, de la ciudad más desgraciada del orbe, hallándose casi sin existencia física y en los últimos momentos de su existencia moral, reclama de nuevo el poderoso apoyo de V.A.
No es necesario recapitular lo que este infeliz pueblo ha sufrido durante la dominación francesa, pero basta saberse que ha sido uno de los que más se han distinguido en la nación en manifestar su odio al tirano. Es demasiado notoria a V.A. la principal catástrofe, así como sus primeras consecuencias ocasionadas por la atroz conducta de nuestros aliados, para que haga el exponente una nueva narración de ellas. ¿Pero qué ventura se llegó a ver entonces el término de nuestras calamidades? Los cinco meses que han mediado desde el fin de la primera catástrofe hasta hoy, ¿Qué perspectiva han presentado a este infeliz pueblo? La indiferencia del Excmo. Sr duque de Ciudad Rodrigo, la insensibilidad de varias ciudades y cuerpos poderosos de la Nación, cuya piedad se ha excitado en vano, y aún los insultos de algunos malvados españoles y extranjeros, el acrecentamiento progresivo de nuestras desgracias, y en fin la muerte causada por la hambre y la desnudez, de la tercera parte de los que pudieron salvarse de entre las manos de las fieras Anglo-Lusitanas. Tal es el lastimoso cuadro que presenta nuestra infeliz Ciudad a los ojos de una grande y heroica nación a que dignamente pertenece, y a los de V.A. a cuya especial protección tan justamente aspira. Abandonada a su funesta suerte, y condenada a sucumbir bajo el peso de ella, apenas puede concebir aún la esperanza de que su trágico fin será coronado de la gloria y del honor a que la han hecho acreedora tan extraordinarios sacrificios.
La Ciudad, Serenísimo Sr. ha demostrado a V.A. con pruebas las más evidentes todas sus desgracias y el origen de ellas, y la ha representado por dos veces su lamentable situación; pero el Congreso Nacional, por razones que cree el reclamante poderosas, no se hallaba aun ilustrado sobre este asunto el día cuatro del corriente como se observa por su soberano decreto de ese día, en que se encarga a V.A. que informe o proponga los medios que crea oportunos para remediar los males de San Sebastián y otros pueblos que se hallan en igual caso.
En vista, pues, de la referida resolución soberana del día 4, el Ayuntamiento se ve obligado a hacer presente a V.A. que el caso de San Sebastián y sus circunstancias son de carácter enteramente distinto del de las demás ciudades destruidas en la presente guerra y aun en las de los tiempos más remotos. El caso de San Sebastián es el primero tal vez de que hay memoria en su especie. La suerte de esta Ciudad es igual en lo trágica a la de otras varias, pero incomparablemente más dolorosa, porque el origen de que procede, no la permite aspirar a la gloria de la inmortalidad.
Numancia y Sagunto en los tiempos antiguos llenaron de asombro a sus enemigos, y en la guerra actual Molina, Manresa y otras ciudades de la Península han dado a los satélites del tirano una prueba nada equívoca de que los españoles de estos tiempos conservan las heroicas virtudes heredadas de sus mayores.
Muy lastimosa es sin duda la desgracia de unos pueblos tan beneméritos, pero muy envidiable la memoria de su energía en la posteridad. Pero la infeliz ciudad de San Sebastián, destruida por la inhumanidad de nuestros aliados mismos, sumergida por su insensibilidad en un caos de calamidades, insultada por ellos en su honor, precisada a luchar contra su obstinación en negar los hechos más notorios, ¿Qué consuelo puede esperar para el alivio de tan graves males?
El Ayuntamiento faltaría a su deber si en tan triste situación difiriese el suplicar a V.A. se digne comunicar al Congreso nacional el resultado de las informaciones judiciales recibidas en esta Ciudad, Pasajes, Rentería, Tolosa y Zarauz sobre los funestos acontecimientos del día del asalto y sucesivos.
Las Cortes generales del Reino y la Nación entera deben ser instruidas muy por menor de nuestra tragedia y del origen de ella. La ciudad destituida de todos los demás recursos y esperanzas, debe aspirar a acrisolar su honor, puesto en problema por algunos aduladores, y a excitar la compasión de los representantes de la nación y de todas las almas sensibles de ella.
La publicación de todos los hechos autorizados por V.A. es el único medio eficaz para que se logre nuestro objeto.
La justicia que asiste a la Ciudad y el conocimiento de la que caracteriza a V.A. son seguros garantes de que la solicitud del exponente será atendida.
Dios guarde a V.A. muchos años en su mayor grandeza.
San Sebastián 20 de febrero de 1814.
Serenísimo Señor.- La M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián - Pedro Gregorio de Iturbe - Pedro José de Beldarrain - Manuel Joaquín de Alcain - Miguel de Gascue - José Luis de Bidaurreta - José Diego de Eleicegui - Domingo de Olasagasti - José Antonio de Arruabarrena - Por el Ayuntamiento Constitucional de la M.N. y M.L. Ciudad de San Sebastián, su Secretario, José Joaquín de Arizmendi.
(A. M., Sec. E, Neg. 5, Ser. III, Lib. 2, Exp. 4)
Durante los siguientes años, nuestra ciudad se verá inmersa en un enorme esfuerzo en busca de su reconstrucción y normalización. Los diferentes proyectos urbanísticos lucharán contra intereses particulares de los antiguos propietarios de las casas, contra las imposiciones de los ingenieros militares, y contra la carencia de fondos y ayudas de suficiente envergadura para acometer tan inmenso reto.
Pero creo que ya nos hemos alejado demasiado del primer objetivo de este trabajo, que no era otro que el exponer unos acontecimientos que sucedieron en nuestra querida ciudad de San Sebastián en "aquel verano de 1813". Muchos han permanecido hasta hoy totalmente ignorados, por lo que espero que con este trabajo, en el que he empleado más de seis años de intensa labor investigativa, se logre que las sucesivas generaciones de donostiarras conozcan mejor los sufrimientos que padecieron las que nos precedieron.
Seguramente algún historiador no esté conforme con la metodología empleada, con la falta masiva de pies de página, de reseñas, etc, pero lo que sí puedo asegurar desde estas líneas, es que todo lo expuesto en estas líneas está realmente extraído de los textos originales, la mayoría de ellos contados de primera mano por los protagonistas, hecho que les otorga una gran importancia. De todas maneras me disculpo por este hacer.
Insisto que mi paso por estas páginas, como habréis podido comprobar, se ha limitado en su mayor parte a exponer y narrar, por lo que dejo las interpretaciones y demás componendas a mis amables lectores.
Gracias.
Fdo. José María Leclercq Sáiz.